El actual estado de cosas en Oaxaca puede asumir las más diversas explicaciones. Últimamente he estado cavilando en torno a una de ellas; no con un afán ocioso, sino de transformación. Es menester poner manos a la obra porque si lo hacemos todos así, el cambio es posible.
Cuando, a diario, interactúo con mis compañeros y amigos, veo sus rostros, escucho sus palabras, comparto sus ideas y atestiguo sus sueños; cuando sé de sus proyectos y atisbo sus muy diferentes formas de concebir la realidad y de encarar la vida, la chispa no solo se manifiesta, sino deslumbra. Recibo el mensaje de que hay presente y hay futuro, porque hay esperanza.
A esos guerreros y guerreras de la vida -anónimos para muchos- van dedicadas estas líneas. No solo a los verdes, sino a todos aquellos que desde su militancia o desde su apartidismo, hacen lo que pueden y no se resignan a ser espectadores.
La política en Oaxaca (y no se necesita pertenecer a un partido, estar en el gobierno o ser diputado para hacer política) ha caído en la peor de las desgracias: la mediocridad.
¿Quién es un político mediocre? El que subsiste, el que sobrevive, el que se deja arrastrar por la corriente de los acontecimientos; el que no se informa; el que escucha noticieros o lee periódicos o revistas satisfecho del morbo; al que le da igual que las cosas cambien o no, lo mismo que quien desea que los cambios se den sin mover un dedo.
Un político mediocre es el que administra la eufonía de un membrete; el que reduce su tarea a repartir tarjetas de presentación y espera que se le rinda pleitesía; el que vive en un Olimpo y quien no se puede tocar ni con el pétalo de un tweet.
La mediocridad gangrena al que espera hasta el último momento para definirse, para abrazar una causa. Un político mediocre es quien busca siempre el confort que brinda la seguridad de saberse con el ganador; el que no está dispuesto a arriesgar nada; el que no busca y ni siquiera se deja encontrar.
Un político mediocre es un ser humano sin hambre de futuro, sin metas; el que pusilánime se incomoda y estalla en cólera ante la acción y el trabajo de otros; el que solo quiere hablar y no tiene nunca tiempo para escuchar; el que manda acostumbrado a que su voluntad siempre se haga y no participa, no se involucra, no arrastra con el ejemplo.
¿Cuál es la clave contra la mediocridad? Pasión, vocación o inspiración que sin ser lo mismo, comparten la misma raíz emocional.
¿Tenemos políticos apasionados? ¿Tenemos políticos con vocación? ¿Tenemos políticos inspirados?
Hace no mucho leí a Valdano, que para ser futbolista es mejor político que muchos que conocemos. Me atrapó la forma en que concibe la pasión: “La pasión contiene el amor a la tarea, y esa emoción se las ingenia para convertir en reto las largas sesiones de entrenamientos; en tolerable la disciplina de eso que hemos dado en llamar <entrenamiento invisible>; en seductores, los sueños que anticipan días de gloria”.
¿Qué decir respecto de la vocación? De mi actual lectura comparto: “Entre sus varios seres posibles, cada hombre siempre encuentra uno que es su ser genuino y auténtico. La voz que lo llama a ese ser auténtico es lo que denominamos <vocación>”.
Tenemos, en exceso, políticos cuyo ser “genuino”, “auténtico”, es de empresarios, de médicos, de arquitectos, de comerciantes, de artistas, de agitadores, de estafadores. Su vocación es otra, no la política; de ahí que a los gobernados les regalan solo tristezas, amarguras y sin sabores, siendo que el fin de la política es la felicidad.
¿Por qué necesitamos políticos inspirados? Dejémosle la respuesta a Greene: “Cuando llevamos a cabo una actividad que responde a nuestras inclinaciones más hondas, quizá experimentemos un dejo de esto: la sensación de que las palabras que escribimos o los movimientos que hacemos ocurren con tal rapidez y facilidad que nos llegan de fuera. Nos sentimos literalmente <inspirados>, palabra latina que significa que algo externo alienta en nuestro interior”.
He ahí las razones de los políticos chambistas, lacónicos, pusilánimes, ayunos de emociones, hastiados, fastidiados, sin ubicuidad. He ahí la explicación del que habiendo ganado una elección o alcanzado un nombramiento o designación, cambia radicalmente su actitud y se desentiende, se ausenta, renuncia a lo que debía ser el más alto honor: servir.
Después de satisfecha la necesidad de triunfo y reconocimiento, al ego no le sirve el servicio. Muerta la capacidad de asombro, atrofiada la disposición a aprender caminan como en un campo minado. Su única preocupación es no pisar en el lugar equivocado. No hay que arriesgar, no hay lugar a la temeridad, hay que aguantar, mediocremente.
Ya basta de políticos a quienes no les guste lo que hacen; ya basta de políticos obsesivos de la manera más fácil posible de ganar dinero.
Oaxaca merece políticos con vocación, con pasión e inspirados que estén dispuestos a transformar más allá de los aplausos, más allá de las críticas, más allá de los periodicazos, lejos de las consignas.
Esa no puede ser tarea de nadie más que de la nueva generación.