Política industrial y bajo crecimiento: Isaac Leobardo Sánchez Juárez*

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La economía mexicana al finalizar este año cumple una treintena trágica en materia de crecimiento económico, de 1982 a 2011, ha crecido a un promedio anual de 1.9%, muy por debajo de su potencial –es posible crecer a tasas superiores al 7% anual. Este bajo crecimiento económico se encuentra asociado a una serie de males como son el desempleo, inseguridad, informalidad, migración ilegal y descontento social. La falta de crecimiento económico fractura todo el tejido social, perpetuando el subdesarrollo en el que nos encontramos.  

 

Es necesario aumentar la tasa de crecimiento económico, para ello, técnicamente, el primer paso consiste en averiguar cuál o cuáles son los principales obstáculos para lograrlo. En esa dirección he estado trabajando durante los últimos años. Lo que he encontrado es que el bajo crecimiento económico observado desde principios de los ochenta se encuentra asociado a fallas de política industrial o bien a la inexistencia de ella, lo que se ha traducido en un bajo crecimiento de la industria, particularmente las actividades manufactureras.

Puedo afirmarle que la insuficiencia dinámica del sector industrial manufacturero es la causa principal, sin ser la única, del bajo crecimiento. El país mantiene un modelo de causación circular acumulativa vicioso, donde los bajos niveles de crecimiento del sector manufacturero restringen la productividad, lo que a su vez reduce el crecimiento manufacturero; por tanto, el crecimiento del empleo y de la producción del resto de sectores.

Desde el enfoque analítico que sostengo, las manufacturas son el motor del crecimiento económico de un país, a pesar de la creciente importancia del sector servicios. Un país que descuida este sector está condenado al fracaso económico (lo mismo puede decirse del abandono del sector rural, pero no abordo esta temática por ahora). Las manufacturas son vitales, ya que permiten encadenar la producción del resto de sectores de actividad, sus procesos incorporan conocimiento y progreso tecnológico, generan divisas, facilitan la independencia económica y cuando están en expansión crean círculos virtuosos de crecimiento.

En la era actual, la industrialización está íntimamente ligada al desarrollo general de los países y es causa y efecto de su progreso, porque aun cuando a veces se trate de minimizar la trascendencia de los aspectos materiales y se enfaticen los objetivos espirituales, intelectuales o ambientales de la vida, lo cierto es que no se puede prescindir de satisfactores físicos inmediatos.

Cuando en México se fomentó la actividad industrial, el crecimiento fue sorprendentemente alto (6.3% promedio anual entre 1940 y 1970), cuando se dejó de hacerlo (por las deficiencias de un modelo centrado en los apoyos estatales), la economía se estancó. Este resultado no es una casualidad, con política industrial se dinamizó el sector y con ello el resto de la economía; en cambio, cuando se decidió truncar el apoyo industrial, el sector se rezagó y con ello el resto de las actividades económicas.

El descuido de la política industrial está relacionado con el cambio de modelo económico, de uno con fuerte intervención estatal a otro que pone énfasis en la libertad económica. Debe decirse que no todo fue tan mal, los sectores maquiladores, ganaron en importancia y crecieron significativamente, convirtiendo a México en una potencia exportadora. Desafortunadamente, dicho sector no se ha logrado encadenar con el resto (precisamente por la ausencia de una política industrial), opera en un contexto de enclave y aunque genera empleos, no ha podido crear círculos virtuosos de crecimiento.

Los malos resultados en materia de crecimiento económico reclaman un nuevo modelo económico, uno que respete la libertad económica, pero que también reconozca la necesidad de una intervención estatal selectiva y eficiente para el impulso de sectores y actividades industriales que son estratégicas para el desarrollo nacional.

En estos tiempos electorales, donde se requieren respuestas a las diferentes problemáticas nacionales, pongo sobre la mesa, la recuperación de la política industrial como estrategia central para volver a crecer. Por supuesto, junto a las reformas macroeconómicas y microeconómicas sobre las que he estado escribiendo en esta columna –apertura comercial, garantía de los derechos de propiedad, transparencia, respeto al Estado de derecho, fomento de la inversión pública y privada, mejoras tecnológicas y de innovación, entre otros.

En el marco de un nuevo modelo económico, una nueva política industrial, la cual debe tomar en cuenta los errores del pasado y las condiciones actuales, tanto locales, nacionales como internacionales. México es una economía abierta al comercio internacional y el Estado cuenta con recursos limitados. La nueva política industrial tiene que equilibrar la participación estatal con la iniciativa individual, debe minimizar las interferencias en las decisiones que toman los empresarios. Recomiendo un Estado de fomento productivo, no productor y sustituto del mercado. La experiencia internacional indica la necesidad de promover la libertad económica, pero también la necesidad de consolidar la participación estatal.

Diseñar una nueva política industrial puede parecer complejo, en realidad no lo es, ya que existen diferentes elementos construidos a lo largo de los años que facilitan esta tarea. El verdadero problema se encuentra en la voluntad política necesaria para llevar a cabo su implementación.

No existen recetas en materia de política industrial, pero de las experiencias exitosas se pueden tomar en cuenta los siguientes diez principios para el rediseño del fomento industrial en México: 1) conceder subsidios a las actividades “nuevas”; 2) establecer puntos de referencia y criterios claros de éxito y fracaso de los proyectos subsidiados; 3) aplicar una cláusula de extinción automática de los subsidios; 4) concentrarse en actividades económicas (transferencia o adopción de tecnología, capacitación, entre otras), en lugar de sectores industriales; 5) conceder subsidios solamente a actividades con efectos multiplicadores; 6) delegar la política industrial a instituciones de probada competencia y transparencia; 7) adoptar medidas para garantizar que estas instituciones realmente funcionen; 8) garantizar que las instituciones mantengan canales de comunicación adecuados con el sector privado; 9) aprender de los errores, es posible elegir proyectos perdedores, en cuyo caso se debe de suspende el apoyo y 10) respaldar actividades de fomento, capaces de evolucionar, para lograr que el ciclo de descubrimiento sea constante.       

Adicional a lo anterior, la política industrial supone incorporar medidas disciplinarias y recompensas, es decir, tanto incentivos como castigos. Los incentivos son necesarios ya que sí en el proceso de descubrimiento de costos los empresarios encuentran que una nueva actividad no es rentable no invertirán en ella. Debe existir un sistema de incentivos y castigos que aliente la inversión en campos no tradicionales y elimine las inversiones que fracasan.

En el pasado, durante la etapa de sustitución de importaciones, tal mecanismo era inexistente, únicamente se ofrecían apoyos y no se esperaba que se rindiera cuentas sobre el destino de los mismos, se manejaban los recursos con mucha discrecionalidad, la nueva política industrial para contrarrestar el bajo crecimiento debe evitar ésta práctica.

El país necesita crecer y para ello es necesario cambiar el modelo económico vigente, particularmente resucitar la política industrial, dinamizar las actividades industriales y situar a México como una nación líder en materia manufacturera. La mayor parte de actividades e iniciativas son responsabilidad del ejecutivo, no implican grandes reformas y consensos, únicamente requieren de la voluntad y visión de quien llegue a dirigir este país por los próximos seis años.  

 

 

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* Profesor en economía de la UACJ, Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI)