Poemas, porras y guión de telenovela

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El clímax llega cuando debe y donde dictan los cánones. Es decir, cuando las puertas de la iglesia se abren de par en par.

La imagen, cuidadosamente construida y posiblemente ensayada para máximo impacto, está ahí: mientras las campanas tañen, los recién casados bajan las escalinatas y en vez de tomar la limusina que les espera, caminan tomados de la mano por el centro de la calle. El tráfico, cortesía de la policía, está detenido. Centenares de personas, a las que se les ha permitido acercarse a presenciar la escena, gritan de emoción. Piden a los novios un beso.

Para el deleite de todos aquellos inclinados a las novelas de romance, se besan. Si hubiese un libreto y pudiéramos escucharla, la voz del narrador nos diría que el amor ha superado todas las trabas y que pese a todo los dos novios pueden pararse aquí, en pleno asfalto toluqueño, orgullosos de mostrarle al mundo que se aman.

La historia la hemos visto decenas de veces y en multiplicidad de encarnaciones. Rosa Salvaje, Destilando Amor, Corazón Salvaje, María Mercedes, Cadenas de Amargura y El Derecho de Nacer, etc, etc. Pero nadie grita “¡corte y queda!” ni los créditos comienzan a correr porque este no es un estudio televisivo. Es el mundo real. Y aún así, la boda del gobernador Enrique Peña Nieto y la actriz Angélica Rivera sigue a pie juntillas el guión de una telenovela, incluido el final más sobado en el género de los culebrones: la boda, la iglesia, el aplauso del público extasiado, el final feliz.

Y por supuesto, el beso.

En Toluca este sábado la regla Greene es respetada: la boda deviene en espectáculo y con toda probabilidad será objeto de sendos desplegados en revistas del corazón y tema central de programas de sociales con altísima penetración durante varios días. Pero también existe el componente local: para tener público –y porra— el gobierno mexiquense permite el acceso de gente de pie a las vallas, previa la exigencia de apagar sus celulares para “no tomar fotografías no autorizadas”.

Las conversaciones en la valla, a ras de suelo, bien pueden parecer de un párrafo extraído de una revista de espectáculo. “Es una pareja glamorosa…” “la niña menor es hermosa. Tiene de dónde: es sobrina de Verónica Castro…”, “¡la novia es una Barbie! Tan flaquita y tan blanquita…”

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Pongamos play al video. Alicia Martínez, quien se presenta como “poetiza del pueblo”, recibe a gritos a los novios, que siguen posando para las cámaras y caminando entre las miradas de la gente. “¡El amor ha triunfado!”, celebra, ante las risas de Rivera y Peña Nieto, que usan el momento para presumirse, placearse, mostrarle al público una historia atractiva, vendible, altamente redituable, con rating.

Martínez recita un poema. “Erase que erase una pareja enamorosa (sic)…”, comienza. Por respeto a los lectores, el resto se omite. Pero ese es el tono que adquiere el día. Para cuando Rivera se acerca a la valla con algo en la mano, el público entra en lo más cercano al éxtasis. La novela, su equivalente en la vida real, está terminando.

De espaldas —y bien cubierta por las cámaras— La Gaviota lanza al público un ramo de flores blancas. Un puñado de mujeres pelea el trofeo, que al final queda en manos de Perla Uscanga, quien minutos antes había pedido a gritos a Peña Nieto cancelar la boda y escaparse con ella.

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Después de lanzar más besos a la audiencia, los novios abordan una limusina. No hay claqueta de por medio, claro. Pero si la palabra “Fin” de repente surgiese en el centro de la pantalla, nadie habría de reclamarlo. Mucho menos la gente que vino y, a punto de entrar a un año electoral, se llevó el espectáculo de sus vidas, de esos que sólo se ven cuando la novela ha terminado. Corte. Queda. La pantalla se va a negros.

Víctor Hugo Michel//Milenio