El fin de semestre se acerca y junto con él la entrega de trabajos finales en la mayoría de escuelas del país; en mi caso debo recibir los trabajos escritos de muchos estudiantes y dedico una fracción considerable de mi tiempo a evaluarlos. Lo anterior resulta sumamente complicado, ya que lejos de tener la estructura y características de ensayos universitarios, la mayoría de trabajos que recibo muestran el muy pobre nivel de los estudiantes. Son frecuentes los errores ortográficos y gramaticales, algunos incluso carecen de sentido lógico. No obstante, los estudiantes terminan molestándose con las bajas calificaciones que les entrego, consideran que deberían ser más altas, ¿por qué actúan así? ¿hacia dónde nos conduce su actitud?
Por cierto, sin tener datos que me permitan comprobarlo, el problema que planteo se encuentra generalizado en todo el país, según charlas informales sostenidas con colegas de Baja California, Yucatán, Oaxaca, Tampico, Sinaloa, Coahuila, DF, y muchos estados más en donde tengo establecidas mis redes académicas. Ocurre tanto en escuelas de carácter público como en escuelas privadas; del norte, centro y sur.
A las universidades, los estudiantes llegan sujetos a miles de restricciones para el entendimiento de su realidad y solución de problemas. Esto es el resultado de un deficiente sistema educativo básico que les permitió avanzar sin contar con el conocimiento y capacidad necesaria para hacerlo. A nivel básico si existen diferencias entre una educación de carácter público o privada, particularmente, los que se educan en el último sistema disfrutan de un mayor porcentaje de asistencia de sus profesores, lo que claramente es una ventaja (aunque por supuesto, habría que evaluar la calidad de los mismos).
En el sistema de educación pública básica, lo importante es generar grandes cifras, grandes números; esto es, aumentar la cobertura y el número de egresados, el famoso indicador de eficiencia terminal, mismo que se usa como criterio para la asignación de recursos en otros sistemas, incluido el universitario. En el sistema educativo público, no se tienen incentivos para trabajar con calidad, aunque constantemente se maneje en los documentos, discursos y cursos que se ofrecen. Los incentivos creados son para solicitar, sin esfuerzo, una mayor cantidad de recursos del Estado. Lo anterior, se encuentra relacionado con el poco espíritu emprendedor de los jóvenes, los cuales tienen estímulos a hacer poco, ya que saben que el sistema de forma automática les permitirá seguir avanzando.
Junto al bajo nivel educativo en México, persiste una sociedad que no premia el mérito. En la que los mejores puestos y cargos son detentados por relaciones de confianza intrapersonal y corrupción, ser el mejor muy pocas veces conduce a resultados satisfactorios. Los estudiantes conocen ésta realidad y en consecuencia tienen estímulos para no dar su máximo esfuerzo, ni que decir los profesores, los cuales saben que aún y cuando tengan un desempeño deficiente, quincenalmente seguirán recibiendo su salario, incluidas prestaciones.
Evidentemente, lo anterior conduce a un escenario de baja competitividad, que nos impide avanzar, que demuestra que no sólo los políticos, sino todos somos parte del problema al fortalecer un sistema de avance social no basado en el reconocimiento el mérito, al esfuerzo y trabajo duro. Teniendo un país así, a nadie debe sorprender que no estemos aumentado la productividad, que llevemos más de treinta años sin mantener un ritmo de crecimiento constante y acelerado en la economía.
Vuelvo a la universidad y a tratar de explicar por qué los estudiantes reaccionan adversamente ante bajas calificaciones que reflejan su pobre nivel académico. Considero que los estudiantes operan de forma similar a los grupos de búsqueda de rentas. Dichos grupos (sindicatos, empresarios, agricultores, burócratas), se organizan y desarrollan una compleja trama de intereses para obtener más beneficios de los que les corresponden, a expensas de otros grupos sociales. Tales grupos saben que la fórmula para conseguir lo que quieren consiste en controlar el Estado, algo que se ve facilitado por la popularización de la idea de que “papá gobierno” debe actuar cada vez que un grupo determinado piensa que necesita ayuda para resolver sus problemas.
Los estudiantes universitarios en escuelas públicas, como estos grupos buscadores de rentas, saben que no pueden ser separados con facilidad del sistema universitario, porque el Estado acudirá en su defensa, recurriendo al famoso argumento de su derecho a la educación. Algo que ha sido promovido por muchos políticos y que les ha servido para ganar simpatizantes y sostenerse en el poder. El profesor sabe que no puede hacer mucho y colabora para que el estudiante continúe, a pesar de su pobre desempeño. Las universidades al final del año, entregan estadísticas que marcan incrementos en el número de estudiantes que ingresan y egresan, además reciben más recursos, sosteniendo con ello el engaño. Los estudiantes y profesores terminan recibiendo más de lo que deberían. Los estudiantes universitarios forman las bases de los grupos de búsqueda de rentas y los profesores oficialmente lo están.
¿Hacia dónde nos ha conducido lo anterior? Nuestro país no crece, se caracteriza por una posición competitiva mediocre, aunado a que existe gran número de personas en pobreza. Revertir esto requiere de muchas cosas, una de las cuales es una mejora sustancial en el sistema educativo y el compromiso de todos, no el de unos cuantos –el de aquellos que no han permitido que este país se desmorone. Le invito a ser competitivo y desde su espacio personal de libertad condenar la mediocridad. Si es universitario, trabaje para superar la actual pobreza universitaria.
Sígueme y te sigo en twitter:
* Profesor en economía de la UACJ, Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI)