Plan B: Renward García Medrano

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México necesita entrar en terapia intensiva y parece que eso va a ocurrir a partir del 1 de diciembre próximo. El presidente electo ha dado a conocer algunos aspectos de su programa de gobierno en diversas materias y la combinación de medidas que aseguren la estabilidad macro con políticas de impulso a la producción y el empleo es la más deseable en cualquier país de nuestro tiempo.

 

Las propuestas de Peña Nieto se han leído con dos anteojos contradictorios. Sus adversarios las califican de meros enunciados muy generales aunque no dicen qué más podía hacer un hombre que aún no es presidente. Los apologistas las califican de geniales, como habrían considerado cualesquiera otras propuestas.

Pero lo único seguro es que en un par de semanas más, Enrique Peña Nieto será el presidente de la República y más nos vale que su plan de gobierno sea adecuado para corregir las crisis que nos agobian en todos los ámbitos, porque el país aún puede descomponerse más.

Las ideas de política económica de Peña Nieto, he escrito antes, no se ajustan a la ortodoxia neoliberal ni a la keynesiana, tal vez porque la situación del país es tan delicada, que no admite camisas de fuerza. Si en verdad logra conciliar crecimiento con estabilidad abrirá nuevas opciones para el país.

La incógnita está en la viabilidad. ¿Logrará el liderazgo suficiente para hacer una reforma hacendaria que racionalice el gasto y aumente los ingresos tributarios en cuatro o cinco puntos del PIB? ¿Tendrá la fuerza política para reordenar la participación de los gobiernos estatales y municipales en el gasto y el ingreso? ¿Vencerá los obstáculos a una efectiva progresividad al impuesto sobre la renta? ¿Logrará que la aceptación social a la generalización del IVA? ¿Admitirá la sociedad sin protestas la inversión extranjera en áreas energéticas reservadas hasta ahora al Estado? ¿Explicitará y ordenará el gobierno las inversiones privadas que ya existen en la CFE y Pemex? ¿Tendrá el equipo humano y el capital político suficiente para universalizar la seguridad social? ¿Cómo financiará tan formidable esfuerzo sin desequilibrar las finanzas públicas? ¿Serán suficiente y eficiente la burocracia para operar programas tan ajenos a sus rutinas? ¿Tendrá el presidente suficiente apoyo dentro de su partido y contará con operadores políticos capaces de crear consensos a cada paso que dé el gobierno? ¿Podrá hacer todo esto con el trasfondo de la violencia exacerbada que, aun en el mejor de los casos, no se puede erradicar en poco tiempo?

Los obstáculos son enormes porque hacer lo que Peña Nieto propone significa afectar intereses muy arraigados que fueron creados en un régimen político y económico que ya no existe o ya no es viable. Pero quienes tienen esos intereses tienen también el poder: los gobernadores, los caciques con trajes de Armani, los líderes de las centrales sindicales, los jefes de grupos como Beltrones, Bejarano o Calderón, concentran el poder político; López Obrador blande la espada de Damocles de movilizaciones de masas pacíficas y hostiles; tres o cuatro docenas de familias concentran el poder económico; tres o cuatro grupos financieros concentran el crédito; los legisladores federales tienen poder propio o delegado, pero no son obsecuentes como sus antecesores priistas. Y una masa inmensa de jóvenes lumpen están listos para atacar impunemente, como lo han hecho con la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, frente a una autoridad que no puede imponer el orden porque podría provocar una crisis política de grandes dimensiones.

Si sólo estos problemas tuviera que resolver el futuro presidente de la República, su tarea sería ya muy ardua. Pero además, sus propuestas están asentadas en un supuesto endeble: que la economía global superará las crisis y recesiones que la tienen postrada. Antes que termine el año, sabremos si el presidente y el congreso estadunidenses se pusieron de acuerdo o si ese país caerá al “abismo fiscal” y hoy mismo varios pueblos europeos están en las calles porque ya no soportan los programas de austeridad. China e India están creciendo menos y una catástrofe en Europa y Estados Unidos les haría un enorme daño.

El contexto global más incierto quizás desde la Gran Depresión exige, como advierte Mauricio de Maria y Campos, una nueva e imaginativa política exterior, pero el nuevo gobierno debe calcular la alta probabilidad de una debacle económica global, en cuyo caso tendría que adoptar un Plan B, que comprenda políticas públicas inéditas para intensificar la oferta y la demanda internas y evitar problemas humanos mayúsculos. Ese Plan B entrañaría reformular el esquema de relaciones con el exterior, por ejemplo colocando el acento en el intercambio comercial, financiero y tecnológico con potencias intermedias o en expansión. Se trata de reducir al mínimo posible el sufrimiento de los mexicanos mientras el mundo encuentra nuevos equilibrios.

Tenemos recursos naturales, gente capaz de trabajar y demandar bienes y servicios; nos hacen falta tecnología, capacitación y capitales, y estos ingredientes existen en países como China, India, Brasil y otras potencias intermedias, hacia las cuales debiéramos virar nuestras prioridades de política económica internacional.