¿Pero alguna vez hubo aquí una Revolución Mexicana? || Carlos Ramírez

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En 1949 don Jesús Silva Herzog –una de las mentes radicales, marxistas y socialistas de las élites intelectuales de mediados del siglo pasado– llegó a la conclusión de que la Revolución Mexicana era ya un hecho histórico irreversible que había construido el México del primer medio siglo XX. Sin embargo, para ese entonces, la Revolución –Daniel Cosío Villegas dixit en 1947– había muerto.

 

Un detalle superficial podría consolidar la expectativa de una revolución archivada: recordar el inicio formal de la Revolución con un día de descanso obligatorio que se mueve con facilidad a cualquier otro día formal para ligarlo a fines de semana largos como puentes no laborables, de manera independiente aquel día real caiga a mediados de semana. En este escenario, el movimiento social de 1910 se minimizó solo en un día de asueto.

 

La Revolución Mexicana fue muchas revoluciones, comenzando con la fijación del pensamiento dialéctico de Venustiano Carranza para señalar que el movimiento social había sido parte de la lucha de clases entre burguesía y proletariado, al grado de que la revolución comenzó formalmente en 1908 con el programa del Partido Liberal que provenía de fuentes socialistas y Madero solo fue la figura destacada de un movimiento democrático-burgués.

 

La Revolución Mexicana se fijó con claridad en la Constitución Política de febrero de 1917 –la Carta Magna original– con la gran conquista socialista de crear la figura del Estado como la conductora de las relaciones sociales y definir con claridad que la propiedad privada en México no existe por sí misma –para pavor de los empresarios slimistas que se han apropiado del poder económico del Estado para negocios privados–, que la propiedad terrenal es de la nación y el Estado y que la nación tiene la facultad de crear la propiedad privada.

 

Esa revolución constitucional nada tiene que ver con el modelo constitucional elitista que promueve la derecha intelectual de José Woldenberg y Lorenzo Córdova Vianello y la estructura de un Estado que depende de un funcionariato que no se vota en las urnas sino que se designa a dedo pelón y que fue creado como una instancia trituradora del mandato social a favor del Estado.

 

La Revolución Mexicana de la Constitución de 1917 se potenció en el gobierno del general Lázaro Cárdenas no solo con la expropiación petrolera y la hegemonía del Estado, sino con la transformación del PNR obregonista-callista en el Partido de la Revolución Mexicana con dominio estructural de las clases sociales productivas de la lucha de clases.

 

Esa Revolución comenzó su proceso contrarrevolucionario en 1946 con las reformas constitucionales de Miguel Alemán a través del amparo agrario contra el reparto de tierras y el acotamiento del Estado solo a tareas de bienestar social con el 3 constitucional y ya no a la regulación del modelo productivo de empresarios y trabajadores.

 

La culminación del proceso contrarrevolucionario ocurrió en marzo de 1992 cuando el presidente Carlos Salinas de Gortari acudió al PRI a informar que el acrónimo Revolución Mexicana desaparecía de los documentos básicos del PRI, del discurso político del Estado posrevolucionario y de la élite gobernante que seguía pululando alrededor de la demagogia revolucionaria y en su lugar instauró la ideología aguada del liberalismo social, una noción que venía del juarismo que fundó el capitalismo como esencia del Estado nación del siglo XIX.

 

La élite priista se movió de 1992 a 2000 en un proceso de entrega formal del poder social, político, popular, corporativo y de clase proletaria a la derecha burocrática-financiera-neoliberal salinista que tomó el control del Estado en 1983 con Miguel de la Madrid Hurtado, continuó con la destrucción del modelo económico-social de la Revolución Mexicana por el modelo capitalista del Tratado de Comercio Libre que subordinó el sistema productivo social de México a los intereses de la economía de EU, impidió el golpe de timón que preparaba Luis Donaldo Colosio para regresar al PRI de perfil social revolucionario, impulso la candidatura de Ernesto Zedillo Ponce de León a sabiendas de que representaba la derecha económica y cedió el poder primero al PAN, luego al PRI del señoritingo Peña Nieto y finalmente al priismo populista remasterizado de Morena.

Hoy se debieran recordar, con sentido muy crítico, los ciento cuatro años de una revolución que nunca fue y nunca será.

 

 

 

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Política para dummies: la política a veces es la memoria lobotomizada.

 

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