Después de su contundente derrota del pasado 4 de julio, el PRI-gobierno ha entrado en una lenta y penosa agonía, lo que le impide aceptar con al menos algo de decoro y de dignidad, lo que ante los ojos de la mayoría de ciudadanos resulta inevitable: la muerte de un régimen a sus 81 años de edad. Debe ser en verdad muy doloroso, el haberse creído inmortales y de repente, en un solo día, volver a la realidad de ser terrenales y de paso.
Qué difícil no estar preparado para ello y más aún, que en sus desvaríos puedan considerar que el prolongar su permanencia depende de ellos y no de un pueblo que ya está listo para echarles el último puño de tierra.
Si tan solo se hubieran enterado que hay una disciplina que se le conoce como “Tanatología”, y que tiene como propósito el estudiar el fenómeno de la muerte, tratando de resolver las situaciones conflictivas que suceden en torno a ella desde distintos ámbitos del saber. Los objetivos de la Tanatología se centran en la calidad de vida del “enfermo terminal”, evitando la prolongación innecesaria de la vida, así como su acortamiento prematuro, propiciando una “muerte adecuada”. En pocas palabras, hasta para “morir” hay que hacerlo con dignidad, con resignación, pero esto sólo lo logran quienes tienen la virtud de reconocer que todo es transitorio; porque para aquellos que creen que todo les es eterno, el golpe resulta demoledor cuando descubren que están equivocados.
Ya lo he comentado en otras ocasiones. Un político –como el que todos conocemos– podrá perder muchas cosas: su familia, su vergüenza, su salud, su honorabilidad, su tranquilidad, pero lo que no podrá perder jamás es el poder, porque entonces eso sí que lo vuelve loco. Y es justamente eso lo que los oaxaqueños estamos presenciando el día de hoy. Antes ofrezco una disculpa por hacer el símil del término de la vida de un ser humano con el de un régimen senil e improductivo, como el que fue derrocado a fuerza de votos el pasado 4 de julio. Es por eso que ahora vemos, no sin pena ajena, cómo recurren a lo que en argot jurídico se le conocen como “chicanadas” para tratar de impedir algo que ya la ciudadanía decidió arrolladoramente, como lo es el cambio; cambio que necesariamente pasa por el fin de una administración que se caracterizó entre otras cosas por su insensibilidad, autoritarismo, nula transparencia, impunidad, injusticia y corrupción. Pero que además en el afán de prolongar su agonía lo hace de una manera poco digna, veamos.
El pasado martes 6 de julio, en un acto que mereció el respeto de la mayoría de los ciudadanos, el candidato perdedor Eviel Pérez Magaña reconoció que los resultados no le favorecían y con ello aceptó tácitamente el triunfo de Gabino Cué. Lo que evidentemente –porque no se puede entender de otra manera– le costó un “jalón de orejas” y la obligación a recular en su posición. Pero además, como castigo por haberse “adelantado” a lo que los oaxaqueños vemos como una realidad incuestionable, misma que previamente el Consejo de Instituto Estatal Electoral había validado, se le castiga nombrándolo presidente del partido derrotado; quizá con el único afán de compartir con él los tragos amargos que hay que tomarse producto de la derrota y de paso cubrir el pago de facturas, que por cierto no son pocas y no hay de dónde pagarlas.
Pero además, faltando cinco minutos para las doce de la noche del día miércoles, el PRI en un acto de gran desesperación, presentó la impugnación de 20 distritos electorales en la elección para gobernador, argumentando que existen claras y constantes irregularidades en al menos mil casillas, lo que casualmente representa el 20 % que establece la ley electoral para solicitar la nulidad de la elección; sólo que para su desgracia, no existe una sola acta incidental presentada por ellos el día de la jornada electoral que pudiera siquiera hacer suponer que existe tal posibilidad. Claro que tal recurso, lo hacen días después de que el Gobernador electo Gabino Cué, presentara a su equipo responsable de la entrega-recepción de la administración feneciente y demandara respetuosamente a Ruiz Ortiz a hacer lo propio. Razón por lo que tal medida fue inmediatamente considerada como un medio dilatorio para iniciar con tal proceso, lo que de inmediato fue noticia a nivel nacional e internacional, pues habla de la poca responsabilidad de abonar en esta transición democrática tan anhelada por el pueblo de Oaxaca.
Y como el posicionamiento de los partidos coaligados molestó a quien se niega a ser parte de la transición democrática por lo que ésta significa para él, de inmediato que se aprueba un decreto elaborado sobre las rodillas en donde define los mecanismos para la entrega-recepción. Enseguida aprovechando los medios estatales todavía bajo su control, que lanza un mensaje en donde se confirma el cinismo, la ironía y el despotismo que lo ha caracterizado, y quizá en al afán de aceptarlo para sí mismo, establece que su mandato concluye el día 30 de noviembre, al menos eso ya lo aceptó, lo que no le debió resultar nada fácil. Con su decreto autoaprobado, gana un tiempo valiosísimo para tratar de corregir lo que ante la vista de todos resulta incorregible, como lo es la justificación de los recursos desviados a la campaña de su candidato. En pocas palabras lo que hace es prolongar su agonía.
Hoy vemos como varias dependencias comienzan a sacar documentos, bases de datos, estados de cuenta bancarios y los llevan a bodegas rentadas ex profeso para su trituración y quema, con la única intención de no dejar huella de lo ahí realizado. Eso es precisamente lo que se debe evitar, pero como no hay la voluntad para hacer las cosas bien y transparentes, tendremos que esperar a que esa penosa y prolongada agonía de paso al cambio que tanto esperamos los oaxaqueños. Ya falta poco para ello.