A los graves problemas económicos, sociales, culturales y de seguridad que nos agobian se agrega el entorno internacional más incierto desde la Segunda Guerra Mundial. Ni unos ni otro parecen ser coyunturales. Para algunos analistas, el sistema originado en la Revolución mexicana está agotado y la única salida es cambiarlo por otro, del que sólo se alude a los objetivos pero no se define sus características. Por su parte, no pocos observadores piensan que la crisis-recesión de Europa y Japón, la desaceleración de China y el desempleo en Estados Unidos son indicios de “un cambio de civilización”, pero no se atisba la organización hacia la que se encamina el mundo en los próximos años y lustros. Estamos pues entre dos goznes de la Historia: el nacional y el global.
Por eso no es posible gobernar a México como se hizo en el pasado priista pues el país y el mundo son muy distintos a los del siglo XX, ni el proyecto de la derecha es viable a mediano plazo, como lo demuestran la mediocridad del gobierno de Fox y el estrepitoso fracaso de su sucesor.
¿Es Enrique Peña Nieto el hombre capaz de definir un modelo enteramente nuevo de nación en un mundo incierto, y ponerlo en práctica?
No lo sé y tal vez ni él lo sabe, pero el pragmatismo libre de ataduras ideológicas que le atribuyen sus allegados, lo impele a tomar medidas que a su juicio funcionan sin encerrarse en algún esquema preconcebido. Esto podría explicar por qué ha anunciado algunas políticas propias del Estado de Bienestar –promoción del desarrollo, aumento de los recursos propios del gobierno, generación de empleos, seguro social universal– junto a otras identificadas con el modelo neoliberal, como la inversión privada en actividades hasta ahora reservadas a Pemex.
La combinación de políticas tomadas de modelos antagónicos sugiere que el próximo gobierno va a intentar restaurar las responsabilidades económicas y sociales del Estado, a las que han abdicado crecientemente los últimos tres a cinco gobiernos, según se le quiera ver, y a ofrecer estímulos al capital privado que a lo largo del siglo XX ni siquiera estuvieron a discusión.
Uno puede asumir diferentes actitudes frente a esta combinación nada ortodoxa de políticas. Algunos pensarán que se trata de un engaño más de los políticos a los ciudadanos y que el único interés de Peña Nieto es abrir aún más las arcas de la nación en beneficio de los grandes grupos económicos. Otros esperarán que la fórmula de Peña Nieto pueda iniciar la solución de los grandes problemas del país, y recordarán sus declaraciones sobre la productividad y el desarrollo y su expreso reconocimiento de que las formaciones monopólicas (los imperios de Slim, Azcárraga, Salinas Pliego y unas decenas más son monopolios), inhiben la competitividad.
Para quienes asumen que Peña está al servicio de Televisa (Ricardo Monreal, los electricistas, etc.), no queda más que la resignación o el enfrentamiento. Pero quienes pensamos que su discurso no sólo es honesto sino también viable, tenemos muchas incógnitas por despejar, y todas tendrán que irse dispando en la práctica. El próximo presidente podría estar buscando una vía que coloque al país al lado de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y eso no se puede hacer sin el capital privado pero tampoco si no se empieza a corregir lacras como la pobreza, la desigualdad y en nuestro caso, la violencia, que hacen inviable la inversión pública y privada.
Todo parece indicar que Peña Nieto es confiable para una parte del capital y tal vez encuentre fuertes resistencias en otra, como los bancos privados, que esperan que el Estado nunca recupere su facultad de rectoría. Es confiable para una parte de la clase media, pero no para otra que lo ve con recelo por su solo origen priista y atlacomulquense, y su tarea será ganarse la confianza de esa gente, que no es poca. Es confiable para muy pocas víctimas reales o potenciales de la violencia, y a ellos también deberá convencerlos con hechos. Es confiable para una parte de la juventud, quizá menor de lo que él esperaba, pero no lo es para muchísimos como los normalistas michoacanos o los 132. Paradójicamente, son los jóvenes el segmento de la sociedad que tendrá prioridad en la recomposición del modelo económico, político y social.
Confiable o no, Enrique Peña Nieto es el próximo presidente de la República y frente a esa realidad, los ciudadanos no tenemos más que dos opciones: tratar de obstruir su gobierno, lo quizá se entendería si se tiene un proyecto alternativo realista, o brindarle un apoyo crítico a sabiendas de que no todas sus políticas serán del agrado de todas las personas, pero tal vez en la heterodoxia esté la salida que urgentemente requiere el país.