El principal problema de México, el número uno, es político, de liderazgo político, de administración política de la crisis. Y la única salida que tiene la crisis es la gran reforma del agotado, ineficiente e inexistente consenso de la Revolución Mexicana.
Al cumplir el próximo martes primero de diciembre tres años de gobierno, exactamente la mitad del camino, el presidente Enrique Peña Nieto estará ante el desafío de evaluar expectativas-propuestas-resultados pero no en función de lo ofertado sino en el enfoque de los tres años que le quedan por delante.
Comunicación política, acción política y gestión política han sido los tres asuntos de prioridad gubernamental. La economía, la seguridad y la política social han pasado por el tamiz de la estructura política institucional. Con todo en contra, el saldo político es de estabilidad gubernamental, precaria pero existente.
Lo que viene en los próximos tres años pondrá a prueba la política. El escenario del 2018 no es adivinar desde ahora quién será el candidato del PRI en un juego de espejos o de sillas al viejo estilo priísta, ni temer a una alternancia que ya vivió el país, ni asistir al juego de poderes entre precandidatos de todos los partidos. El problema más importante es analizar la realidad para percibir si el 2018 será de colapso económico como en 1982 o de colapso sistémico como en 1994.
Lo ocurrido en esta primera mitad del sexenio ha sido el mensaje de que la política regresó a la Secretaría de Gobernación. La gestión de Miguel Ángel Osorio Chong en la administración de la crisis nacional –económica, de demandas sociales de bienestar, de seguridad, geopolítica– logró encauzar las rupturas: desde el arresto de la maestra Elba Esther Gordillo, hasta el endurecimiento con los maestros, pasando por las rebeliones sociales por la responsabilidad del PRD en el asesinato de los 43 normalistas del expediente Iguala-Cocula-Ayotzinapa.
La agenda política de la segunda mitad será de consolidación de resultados en el encauzamiento de reformas pero también de atender la reconstrucción del sistema político que se ha desarticulado y desensamblado por el fracaso de la alternancia panista, por los hilos políticos y de seguridad que quedaron sueltos y por la fragmentación del sistema de partidos. El país encara la urgencia de una reforma política de sistema/régimen como la que diseño y operó Jesús Reyes Heroles desde la Secretaría de Gobernación en 1977-1979.
La política resistió la ruptura final del régimen a la que todos le apostaban desde la campaña presidencial del 2012 pero la capacidad de resistencia del sistema/régimen llegó a su fase final con la protesta social por los crímenes perredistas en Guerrero y la fuga de El Chapo.
Los riesgos políticos siguen latentes y se van a multiplicar porque la apuesta opositora estará en reventar el precario equilibrio político nacional. Un análisis a fondo llevaría a una conclusión preocupante: la estabilidad política en la primera mitad del sexenio fue sólo mera resistencia sistémica.
Si en la segunda mitad del sexenio, en medio de la agenda electoral estatal, el gobierno peñista no aporta una oferta de reforma política, el 2018 quizá no sea 1982 ni 1994 pero sí 2000. Ahí es donde el área política tendrá la responsabilidad de la gran reforma política desde el poder.
Sólo para sus ojos:
- Mensajes a Oaxaca: el domingo comieron como aliados el exgobernador priísta y exsenador panista Diódoro Carrasco y el expresidente del Consejo Coordinador Empresarial, Gerardo Gutiérrez Candiani. Lógico: el empresario es la carta tramposa de Carrasco para la gubernatura de Oaxaca; representaría el cacicazgo del exgobernador.
- Y en Oaxaca la temporada de circo ya comenzó. Una comisión de la verdad, comisión patito, enlistó a casi cincuenta funcionarios del 2006, desde el Presidente de la República para abajo, para sentarlo en el banquillo de los acusados por la rebelión de la APPO. La comisión, obvio, la dirige el activista sacerdote Alejandro Solalinde. Es una carta a los Reyes Magos.
- Mucha atención a las elecciones en Argentina: el peronismo perdió el poder. Y en diciembre habrá elecciones presidenciales en Venezuela y todo indica que el heredero de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, va a perder el cargo. Malas noticias para la izquierda populista.
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