Dicen que los señores de principio del siglo xx se cortaban el pelo al ahí se va. En los años 20’s, los jóvenes tomaron la costumbre de echarse en el pelo un montón de manteca en la cabellera lacia. En los años 30’s, no sabían qué hacer para seguir siendo jóvenes y ponían en aprietos al peluquero. En los años 50’s se puso de moda el copete como lo lucían Elvis presley y James Dean.
Hablar de peluqueros, es empezar a recordar desde el corte de pelo sobre las banquetas hasta las estéticas masculinas de altos vuelos.
Eso de la revolución del cabello masculino tiene montón de caminos. Pero aunque no lo crean, hay quienes no conocen la peluquería o el salón de estética porque su mujer, su mamá, su tía o su hija, le corta la melena cada determinados meses.
De hace unos 20 o 30 años, los empresarios del cabello nos vinieron a fastidiar con sus productos de cuidados excesivos. Nos dijeron que con sus productos tendríamos una cabellera ideal, esa que resiste vientos y tempestades, violencia de toda índole aún usando cachuchas y gorritos, caricias y demás atentados.
La cosa es que de tanto daño que le hemos hecho a nuestro cabello, hoy están regresando aquellos productos caseros para el bien de nuestros pocos pelos. Con la preparación de los mismos, dicen, se puede detener la caída con cebolla machacada vertida en el frasco de champú, e incluso, con un poco de chile, puede detener el avance de las canas.
Supongo que los productos químicos aparecieron al mismo tiempo que las estéticas, donde te recomiendan productos hasta para que se te enrosque el lacio, o se te alacíe el chino.
La cosa es que quién sabe cuándo aparecería el primer peluquero, pero de que apareció la estética no fue hace mucho. El esteticista, con el tiempo, ha ido desplazando a los viejos peluqueros sin diploma.
Antes de que existieran las estéticas, el peluquero se hacía peluquero sólo con ver, o por tradición familiar. En ese entonces no había modelitos, más que unos cuantos de un cartel en blanco y negro que nunca faltaban en las peluquerías. Aunque escogieras un modelo, el peluquero sólo se sabía uno: el casquete corto.
Cuando yo entré a estudiar a la preparatoria, cuando entré en rebeldía, descubrí que era yo de cabello chino, porque siempre me lo cortaban bien cortito.
Hubo algunas peluquerías con un curioso servicio múltiple a la orden de la vanidad masculina. No sé si aún exista ese tipo de lugares, pero al ir a cortarse el pelo, también había servicio de bolero para sus rieles; máscara después de la rasurada, toallas par la eliminación de barritos; gotas para los ojos, masaje afloja todo, arreglo de uñas y barniz en ellas, masaje en la nuca y hombros y más toallas, corte de pelitos en la nariz; más toallas calientes y, sólo faltaba que los embalsamaran.
A veces me dan ganas de recorrer para observar esas estéticas masculinas que son parte de nuestra cultura urbana.