El pasado Sábado de Gloria se cumplieron sesenta años de la caída del avión que operaba como copiloto Pedro Infante. El hecho ocurrió en la Ciudad de Mérida; la aeronave se desplomó en los patios de la tienda “La Socorrito”, ubicada en la calle 5 Sur. Otras versiones la sitúan en la esquina de la calle 58 y la 87. Además de Pedro murió el piloto Víctor Manuel Vidal, el mecánico y una joven de nombre Ruth Rosel Chan, que en mal momento se encontraba en el predio. Como suele suceder en estos hechos, de inmediato surgen los mitos; uno recurrente, el de que quien piloteaba era Pedro Infante, que hacía acrobacias intentando halagar a su amada. La versión oficial apunta que el avión carguero de TAMSA iba sobrecargado.
Nacido en Mazatlán Sinaloa un 18 de noviembre de 1917, este año se celebrará su centenario. Hasta hoy nadie le ha podido disputar el título del ícono más popular de la época de oro del cine mexicano, además de que su popularidad como intérprete de los sentires del amor y el desamor (que todo bien nacido en esta patria nuestra experimenta un día sí y otro también) elevan su jerarquía. Recién una muy respetable y querida intelectual a quien le pedí su opinión así lo definió “Pedro Infante es el símbolo de una clase social de modestos alcances que llega a la gran ciudad buscando mejorar su vida, sin dejar atrás sus costumbres y sus herencias culturales. Para su época era lo que se quería o se aspiraba a ser; para la época actual es lo que quisimos ser; Pedro Infante es la nostalgia, por ello es vigente; en él se resume carisma, sencillez, voz y por supuesto, lo enamorado del mexicano”.
Fue el cuarto de quince hermanos. Su padre maestro de música y su madre dedicada al hogar. Dejó de estudiar al cuarto grado, su primer empleo fue como mandadero en la “Casa Melchor” de herramientas para el campo; luego aprendió el “oficio de Cristo” como definía a la carpintería; su talento y afición por la música siempre estuvo presente; con sus propias manos se hizo su primera guitarra. Ya en la línea que el destino le tenía marcada, formó “La Rabia”, una orquesta que tocaba en las rancherías cercanas a Guamúchil y en cabarets cobrando diez centavos la pieza. A sus 17 años nació su primera hija; luego conoció a María Luisa León, quien lo convenció de emigrar a México Distrito Federal en busca de mejor fortuna. Se casaron un 19 de junio de 1939.
Como suele suceder con las cosas de la vida; con la fama y el glamour llegaron otros amores. Con la actriz Lupita Torrentera, a quien conoció cuando tenía 14 años, tuvo dos hijas y un varón; luego llegó Irma Dorantes. Se casarón un 10 de marzo de 1953 en Mérida, Yucatán y el casorio fue todo un acontecimiento, sólo faltaba un detalle, el “acta de divorcio”; o por lo menos la original, dado que María Luisa León sostenía que el “acta” presentada era falsa, obtenida ilegalmente en 1951 en un juzgado de Tetecala Morelos, en la que Pedro había falsificado su firma. El pleito (como debe de ser en una separación que se respete) fue largo; finalmente el 9 de abril de 1957 la SCJN falló a favor de María Luisa León, lo cual anulaba de facto el matrimonio de Pedro con Irma.
Como debe suponerse, la noticia del amparo concedido a María Luisa fue de “ocho columnas”. Ya para entonces Pedro Infante estaba en las cúspide del éxito y el éxito, así sea en la política, los negocios, en la farándula y mucho más en los temas del corazón, marea a los inteligentes. Enamorado y atrabillado, Pedro viajó a Mérida, puesto que era necesario y urgente realizar “control de daños”; es posible que lo haya logrado; Diría mi inolvidable amigo Pepe Jara “¿Qué mujer resiste que le canten al oído?” y bueno, tratándose de Pedro Infante cobraba otra dimensión. Así las cosas y –posiblemente- arreglado el asunto, cuentan las crónicas que Pedro intentó regresar el día 14 pero no encontró espacio, por lo que al día siguiente abordó el transporte que lo llevaría a la inmortalidad.
A manera de epitafio me permito concluir: Pedro Infante murió de mal de amores.
El día que Pedro Infante murió, yo tenía 7 años, 7 meses, 4 días y entre 7 y 8 horas y 30 minutos de edad. La noticia llegó a mi solar nativo ya pardeando la tarde. Las comunicaciones eran lentas. Acompañé a mi madre cuando consolaba a un grupo de jóvenes que vivían frente a nuestra casa, quienes lloraban en forma desgarradora y no dejaban de poner discos con canciones cuya letra no entendía, por mi edad y porque no terminaba una melodía y ya ponían otro disco; de esos negros que tenían un perrito y una bocina y cuando empezaba, otra vez sollozaban con más intensidad. Cuando por fin salimos, le pregunté a mi mamá, entre conmovido y asustado ¿Por qué esas señoritas lloraban? Con la ternura que siempre le caracterizó me respondió “Es que se murió Pedro Infante”; confieso que me quedé en las mismas.
Corrieron los años; como diría Alberto Cortez, “luego perdí la inocencia una tarde de verano” y con el tiempo comencé a dimensionar lo que representa Pedro Infante en el sentir popular. No me pesa confesar que muchas tardes, noches, madrugadas o medios días de bohemia he transitado del “Si será tu pelo, sí será tu boca, sí serán tus ojos…o son las tres cosas que han vuelto loco”; al “pasaste a mi lado con gran indiferencia…tus ojos ni siquiera voltearon hacia mi…te vi sin que me vieras te hablé sin que me oyeras”; o del “Si tú me quisieras un poquito..no soy exigente te aseguro me conformo aunque sea con un tantito…sería tan bonito cariñito..estoy bien seguro que después me pedirías de mi amor otro poquito”; al “te quiero así, así, porque el amor es ciego cuando es amor, amor ardiente como el fuego, te quiero así, así, porque si así no fuera no valdría la pena ni un momento vivir”.
Lo cierto es que, en medio de tanta tensión actual, no está por demás pensar que si de algo hay que morir, que sea de mal de amores.
¿Alguien puede asegurar que esto ya está decidido?
RAUL CASTELLANOS HERNÁNDEZ / @rcastellanosh