Esta semana tuve el gusto de platicar con jóvenes estudiantes de Derecho de la Universidad de las Américas de Puebla.
La organizadora me dio libertad para elegir el tema, que es de suyo más complejo que cuando es impuesto.
Más allá de un tema de dogmática jurídica decidí platicar con ellos, en su lenguaje, de algo que me hubiera gustado que me platicaran cuando yo era alumno de la Facultad de Derecho.
Porque hoy -lo veo con mis alumnos- igual que en mi tiempo, los jóvenes en las universidades están llenos de dudas que tienen que ver con el futuro y fundamentalmente respecto de cómo su carrera va a ayudar a hacer mejor ese futuro.
Tratándose de la abogacía, cuando no tienes una guía en la familia que te clarifique el rumbo paso a paso, te inscribes a la carrera y te pones en piloto automático prácticamente de principio a fin.
Y terminas como iniciaste, lleno de dudas, pero ahora con la angustia de sentir que perdiste cuatro o cinco años de tu vida. Sin horizonte, sin futuro, sin saber qué hacer.
El origen de esa angustia está en los motivos que mueven a miles de jóvenes a estudiar Derecho.
Creo que si, antes de estudiar derecho, los jóvenes se preguntaran “para qué sirve un abogado o una abogada”, tendrían más claro si estudian eso u otra cosa, y de paso sabrían qué puede hacer un abogado para realizarse como persona y de paso para ganarse la vida honestamente.
Por ello, el tema que elegí para la charla fue “¿Pará qué sirve un abogado?”
Y les propuse de inicio que pensáramos en el Derecho como un instrumento que sirve para resolver problemas.
Y que con las normas jurídicas en la mano, esos problemas pueden resolverse en los tribunales; en las cámaras de diputados y senadores, en las gubernaturas, las presidencias municipales y la Presidencia de la república; en la academia y la investigación.
Y es que, a diferencia de otras profesiones, la abogacía (cuando se aprende bien) permite a quien la ejerce trabajar en casi cualquier espacio de la vida pública.
Así, una abogada o abogado tiene abierto un abanico amplio de realización personal y profesional según sus aptitudes, gustos, intereses e ideales.
Un buen abogado puede ser un buen litigante, fiscal, juez, activista, profesor o investigador.
Incluso puede ser varias de éstas cosas a la vez.
Porque el conocimiento del Derecho tiene el poder de transformar la realidad desde el litigio, la justicia, el activismo, la academia, el gobierno o incluso la política.
Muchas de nuestras desgracias colectivas tienen que ver con el desconocimiento y menosprecio de la ley y los principios y valores que la orientan.
Y es ahí donde necesitamos más y no menos abogados.
Por eso mi invitación fue a estudiar el Derecho sin miedo y sin reservas; sin perder tiempo, con pasión, compromiso y responsabilidad histórica.
Hoy causas hay muchas, lo que faltan son rebeldes.
*Magistrado de la Sala Constitucional y Cuarta Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca