Pacto por Oaxaca: Moisés MOLINA

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El 25 de abril Guadalupe Loaeza escribió desde su cuenta de twitter: “Hace unas horas llegue a París, la ciudad más bella del mundo después de Oaxaca”. Al margen de los méritos que muchos le niegan como escritora, Doña Guadalupe es innegablemente una celebridad y un referente de nuestras letras, al menos, en un focalizado círculo de lectores. Suponiendo sin conceder que no conozca el oficio de escribir, sí conoce el ministerio de viajar. Siempre viajera –que no turista- Loaeza es autoridad en este tipo de opiniones.

Y es que Oaxaca tiene magia. Esa suerte de encanto que hace posible algo tan difícil como que sus moradores de toda la vida, reconozcamos cotidianamente su belleza y excepcionalidad. Pocos gentilicios como el de “Oaxaqueño” mueven a tanto orgullo cuando de invocar arte, cultura, tradiciones e historia se trata.

Los capitalinos somos poseedores de un doble orgullo. Nos enorgullece nuestro estado y ese afán se particulariza cuando pensamos en nuestra ciudad. 481 años, cumplidos el 25 de abril, encierran más que una sucesión de acontecimientos; hablan de su grandeza.

Más allá de la obligada y desgastada jerga de políticos nitos y avecindados, el orgullo oaxaqueño existe al exceso de justificar etnocentrismo. Oaxaca, a diferencia de otras ciudades, existe en el mapa del mundo; es socorrida año con año por visitantes ávidos de experiencias que no brindan las atmósferas de otras latitudes. El turista viene a Oaxaca a buscar encanto, magia, hechizo y regresa a casa satisfecho en la mayoría de los casos.

Parecieran no importar las desgracias, las desdichas, los atropellos, las ofensas, los agravios, ni las heridas sistemáticamente infringidas por gobernantes y ciudadanos; por individuos y organizaciones sociales. No importa que se la vea convertida en campo de batalla o en hoguera interminable; ni que se revele rehén de intereses egoístas que, más allá de su imagen o su economía, deterioran temporalmente su nombre. Oaxaca renace, se rehace, triunfa de nosotros mismos, de sus huéspedes: los primeros obligados a cuidarla y honrarla.

Por momentos convertida en la ciudad de la furia, en campamento “revolucionario”, en sitio de guerra o en una babel donde no nos entendemos; en galería de graffiti  o “marchódromo”, siempre noble, siempre estoica, nos regala una lección, siempre la misma aún no comprendida por la mayoría de reincidentes.

Oaxaca es más grande que nosotros, que sus ciudadanos, que sus sectores económicos, y por supuesto, que sus gobernantes.

Oaxaca es más que un pastel a repartir en rebanadas de cabildo y mucho más que números en una lista que alguien dio en llamar “nominal”. El pulpo camionero, el ambulantaje, la privatización de facto de parques y jardines, las vialidades heridas, el crecimiento desordenado, la falta de servicios, los cholos y las pandillas sí importan, pero no importan. Los oaxaqueños en nuestra intimidad estamos orgullosos de serlo y no perdemos ocasión de presumirlo ante los extraños.

Oaxaca seduce, llena el ojo y también el oído, el gusto y el olfato. Es una tersa flor de suave aroma, rebanada de júbilo, estampa sin edad  ¿Qué hemos hecho sus hijos para merecerla así? Una pregunta en cuya respuesta, probablemente duerma un buen regalo.

Esa y ninguna otra motivación, sería la base de un buen pacto por Oaxaca

Felicidades Oaxaca…

moisesmolinar@hotmail.com