Lo que nos dijo Enrique Peña Nieto el sábado es que existen soluciones para los problemas más graves del país, y cuáles son, a su juicio. Dijo que lo más importante para él es la vida humana, el desarrollo de las personas y las familias, y que las prioridades de su gobierno son restaurar la paz y abatir la pobreza y la desigualdad.
Y cuando esto decía pensé que el nuevo gobierno tal vez deba seguir combatiendo con la fuerza pública a los delincuentes, pero aún puede rescatar a los ejércitos de niños y jóvenes que el crimen utiliza como espías, correos, vendedores o carne de cañón en las luchas contra otras bandas, contra la Policía, el Ejército y la Marina. Y que esta inmensa tarea exige muchos y muy variados esfuerzos, pero tiene los mismos dos ingredientes que en el siglo XX nos dieron un porvenir a mí y a los hombres y mujeres de varias generaciones: educación y empleo.
Por eso aplaudo el discurso del presidente Peña Nieto aunque reconozco que en el terreno declaratorio se puede decir cualquier cosa, pero para hacer realidad la mancuerna escuela-economía como base de la solución de todo lo demás, hace falta mover muchas voluntades y enfrentar intereses muy arraigados.
La educación es imposible sin los maestros y hacer que éstos se preparen y recuperen la mística de otros tiempos, no será nada fácil, sobre todo cuando sus dos grandes sindicatos, el de Elba Esther y el de los trogloditas, los han corrompido con “derechos” a no prepararse ni rendir cuentas a nadie y a cobrar como salarios y prestaciones crecientes sin considerar los resultados de su trabajo: el “derecho” a no educar a los niños y jóvenes mexicanos pese a que esa es la clave para rescatar a las familias de la miseria.
Por su parte, la generación de empleos es imposible sin nuevas inversiones públicas y privadas, lo que exige eliminar el gasto corriente improductivo, elevar las tasas impositivas conforme aumentan los ingresos de las personas, reconstruir los mecanismos de fomento económico, regular a la banca para que otorgue créditos a la producción, definir y cumplir planes de desarrollo agropecuario, industrial y de servicios y de comercio exterior y vincularlos con la investigación y el desarrollo tecnológico.
Todas estas acciones están llenas de obstáculos y riesgos, pero hay que emprenderlas si se quiere educar y emplear a la gente como vía para mejorar todo lo demás, incluido el logro de la paz. Los cinco ejes y las 13 decisiones anunciadas por el presidente en su discurso apuntan en esta dirección y lo hacen con un criterio tan incluyente, que los dirigentes de los dos principales partidos políticos de oposición negociaron este programa y lo hicieron más específico en el Pacto por México firmado por los dirigentes del PRI, el PAN y el PRD ante el presidente de la República.
Este es un hecho de gran trascendencia porque rompe el desencuentro con que inauguró la oposición su mayoría en la Cámara de Diputados en 1997, y que se convirtió en sorda disputa durante el gobierno de Felipe Calderón. La vía ha sido la política: el para entonces presidente electo recogió las demandas planteadas en su campaña y las propuestas de los partidos contrarios al suyo, y éstos decidieron públicamente sumarse en torno a políticas y programas concretos. Lo que sigue es mantener y fortalecer en los próximos años el estilo de gobernar en la pluralidad a partir de consensos claros, pues no hay otra vía para resolver los graves problemas que afectan al país.
Pero no todo es responsabilidad del gobierno; también lo es de la oposición, de las organizaciones sociales, de los empresarios y de la sociedad en su conjunto. Por eso preocupa que el mismo día que se daba a conocer el proyecto político del presidente, la Ciudad de México, y en menor medida Guadalajara, fueran tomadas por sujetos armados que destruyeron todo a su paso, y que un político viscoso llamado Ricardo Monreal haya “denunciado” en la Cámara de Diputados y por cadena nacional que ya había un muerto entre los “jóvenes”.
Esto evidencia, en el mejor de los casos, que los políticos cercanos a López Obrador se subieron en la ola de fango formada por los vándalos y, en el peor, que hordas como las que controla René Bejarano y quién sabe quiénes más, han irrumpido a la política.
Si las autoridades del D. F. no sabían que esto iba a ocurrir, mostraron una peligrosa incompetencia, porque desde hace tiempo que el 132 y otras organizaciones amenazaron con crear disturbios para impedir la toma de posesión de Peña Nieto. En cualquier caso, el nuevo gobierno capitalino debe decirnos qué pasó y proceder conforme a derecho contra quienes pagaron y movilizaron las hordas
Y López Obrador debe explicar por qué exigió la renuncia del secretario de Gobernación y el encargado del despacho de Seguridad Pública y no dijo una sola palabra de condena a los que atacaron a la policía con bombas molotov, tanques de gas, varillas de acero y hasta una granada.
Es mucho lo que está en juego para dejar estos actos en la impunidad a nombre de la libertad y la democracia.