A partir de que comenzaron a usarse las redes sociales, paralelamente iniciaron las descalificaciones a causa de las simpatías políticas contrarias.
Las redes son como una capucha donde cualquiera se la puede poner para hacer todo tipo de persecución sin riesgo alguno, además de expresar cualquier descalificación u odio hacia alguien que no comulgue con la misma ideología.
Durante las campañas de Andrés Manuel López Obrador, se crearon todo tipo de estrategias para que este líder penetrara en todo lugar.
En el 2006, la estabilidad se rompió hasta en las familias. Muchas de éstas se dividieron o definitivamente se pelearon al apoyar o rechazar a López Obrador.
Los distintivos partidistas se metieron en las sobremesas y hasta en las recámaras, para romper los días donde el buen vivir era aceptado por todos. Las normas sociales y el respeto se olvidaron.
Aquella memorable frase: “… ¡al diablo con las instituciones!” se marcaron dos territorios en el país. Los que aceptaron esta frase como propia no perdían la oportunidad para linchar a través de correos electrónicos, a todo aquel crítico del señor López.
Desde entonces, con más fuerza, comenzaron los cierres carreteros, edificios públicos, y las burlas se incrementaron contra los que se oponían a ese sistema de violencia.
En el 2012, las redes sociales tuvieron su debut, y todo mundo las comenzó a usar como un juguetito nuevo. Apareció el movimiento #YoSoy132, donde se mostró el rencor, la saña, el resentimiento contra los políticos de siempre. La mayoría de los mensajes sonaban a venganza.
En el 2018, las redes sociales ya aparecen más maduras, pues cada mensaje falso, pudieron hacerlo parecer como verdadero, y hacerlo viajar a la velocidad de la luz. Es por eso que mucha gente aceptó el populismo como verdadero.
Entre más días pasan, el poder de las redes sociales va acompañado de la desaparición de las normas de convivencia.
Los menos informados, los menos leídos, los menos preparados, son los más dispuestos para incitar a la violencia y a la muerte, principalmente, cuando algún periodista toca algún tema que le permita abrir los ojos a la ciudadanía.
Es cierto que todos tenemos derecho a expresarnos con libertad, pero muchas de esas expresiones carecen de sentido común, de ética y de responsabilidad. La gente violenta, regularmente, carece de todo esto, por eso su discurso siempre es de odio y fácilmente aceptado por gran parte de la sociedad. Es cuando aparecen las groserías, y las amenazas, que no es más que muestra de una capacidad reducida para el análisis.
Para esta gente, la obscenidad, las mentadas de madre, las amenazas de cómo vas a morir, suplen la crítica argumentativa.
Sólo por decir que el señor López, es de doble ánimo, porque hoy puede decir si y mañana no, muchos creen que me he ganado un lugar en la plataforma del odio, para que remitentes con poco valor, me envíen mensajes de muerte por lo que hablo o por lo que escribo.
Todas esas palabras de odio que han puesto sobre mí persona, ojalá se queden en la labia y no lleguen a la violencia física, esa que solamente puede rastrear la autoridad correspondiente, porque mientras no haya sangre, no hay nada que perseguir.
Menciono esto para que algún lector o algún oidor lo tome en cuenta y lo registre como una mera curiosidad, pues como no tengo ninguna confianza en las autoridades después de que ninguna de mis quejas ha prosperado, ahí dejo sin borrar esas intimidaciones enviadas a mi cuenta de Facebook, para curiosidad de algunos.
Desgraciadamente no soy el único periodista que ha sufrido este acoso, somos muchos.
Hasta aquí dejo esta historia para que después nadie se diga sorprendido, por si algo sucede por allí.
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