En Oaxaca, los poderes judiciales estamos dialogando desde hace algún tiempo.
En lo personal, este lunes será mi primer conversatorio ente magistrados del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca y juzgadores del Poder Judicial de la Federación con sede en Oaxaca.
Llevaremos a la sede del décimo tercer circuito algunos temas relevantes que han generado, como es natural a la función jurisdiccional, criterios encontrados a la hora de resolver juicios de amparo directo.
Se organizan estos conversatorios con la finalidad de ponernos de acuerdo sobre la interpretación de normas a la hora de aplicarlas al caso concreto.
Y es que en tanto no volvamos a un estadio de federalismo puro en que los poderes judiciales locales sean los dueños de la última palabra en los asuntos que conozcan, estas reuniones resultan no sólo convenientes sino necesarias para uniformar, en lo posible, tales criterios de interpretación y aplicación de las normas jurídicas.
Hoy más que nunca el Poder Judicial de la Federación entiende que la función judicial es una y que al ciudadano que busca justicia poco le importa si su asunto lo resuelve un juez local o federal.
La legalidad y la justicia no conocen de niveles ni jerarquías y por eso es que los jueces tenemos que acercarnos cada vez con más frecuencia para dialogar.
Hoy que la Ministra Batres puso de moda la Democracia Deliberativa caímos en la cuenta de que también los jueces debemos sentarnos entre nosotros a deliberar.
Precisamente sobre eso me preguntaron en una reciente plática que tuve con universitarios en Oaxaca.
Concretamente me cuestionaron sobre la percepción generalizada de desconfianza en los jueces y en la justicia en México por parte de la ciudadanía.
Y a título personal respondí que en la raíz de esa desconfianza y descrédito generalizados está el imperdonable ostracismo que por décadas ha acompañado a los jueces mexicanos.
Ensimismados en la lógica de que los jueces no podemos ni debemos hablar más allá de nuestras sentencias levantamos murallas en juzgados, tribunales y cortes, para aislarnos y separarnos del mundo exterior.
Con honrosas excepciones, los jueces perdimos contacto con la realidad y nos convertimos en una casta brahmánica dueña del supremo poder de “decir el derecho”.
Nunca nos preocupamos en comunicar, en acercarnos a la gente. Es más, hoy es nuestra personal interpretación de la ley la que hace que cerremos la puerta a la gente que va a vernos a nuestras oficinas esperando ser escuchada.
Ahora mismo hay voces que piden la prohibición expresa de los “alegatos de oreja”.
Como si la gente naciera sabiendo que el juez es un profesional experto en el conocimiento del derecho y toda su orografía; conocedor de los derechos humanos, del proceso, del derecho sustantivo, de la ética judicial, de las reglas de la interpretación jurídica y hasta de la filosofía del derecho.
Para eso que hoy “las mayorías” entienden como pueblo, el juez no es más que una persona que conoce de una controversia y decide “en justicia” quien tiene la razón, quien es culpable y quien inocente.
Hace unos días mi amigo Roberto Niembro escribió algo que llamó mi atención y que traigo ante ustedes:
“La mejor teoría constitucional reciente dice, con razón, que no basta con invocar la independencia judicial, hay que construir legitimidad sociológica a lo lago de los años”.
Hoy asistimos, nos guste o no, a los tiempos de la razón de las mayorías.
Esa que entrega su voluntad para que una persona pueda quemar las bases de nuestro mundo conocido.
Ha sido un golpe duro, demoledor, que no deja de ser un golpe de realidad que abrió nuestros ojos y dinamitó nuestras murallas para quedar expuestos a la intemperie.
*Magistrado de la Sala Constitucional y Cuarta Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca