Al grito de “¡Viva, viva!” nos llegó a todos el festejo del Bicentenario. En las grandes ciudades, en los pueblos más pequeños de México, incluso en varias ciudades del mundo donde tuvimos quién nos representaran. Al grito de “¡Viva, viva!” y el tan controvertido “sha la la lá” de Alex Syntek y Jaime López las personas se entusiasmaban. La gente cantaba emocionada el himno nacional, hasta saludaba, se desgañitaba gritando, sudaba de la impresión, y al terminarse el evento, dejaba tirado en la banqueta el frasco de refresco que se estaba tomando.
Creo que podría hacer un experimento: parar gente en la calle y preguntarle: ¿te sientes orgulloso de ser mexicano? De 100 encuestados, 115 me contestarían que sí. Hasta uno que otro extranjero me diría que sí. A todos nos gusta traer una banderita tricolor en el carro, una raya verdeblanquirroja en la cara, entonar el himno y conmovernos. ¿Será nuestro orgullo mexicano un orgullo real, duradero, o corresponderá solamente a los festejos de una fecha inventada para coincidir con el cumpleaños de algún exmandatario?
Un verdadero orgullo mexicano nos haría amar a nuestra tierra, venerarla porque de ella vivimos, respetaríamos tanto el suelo y los mares mexicanos que no nos permitiríamos verlo explotado, a punto de agotar sus fuerzas; aprenderíamos a administrar bien los recursos que nos brinda.
Un verdadero orgullo mexicano nos obligaría a respetar a nuestros compatriotas, a valorar sus vidas tanto como la nuestra; recordaríamos que todos tenemos el mismo origen; entenderíamos que no podemos ser un país fuerte mientras sigamos permitiendo tantas matanzas sin sentido.
Un verdadero orgullo mexicano no nos permitiría dejar que nuestro nombre se ensucie en el mundo con cosas tan ruines como el exterminio de extranjeros que sólo buscan mejores condiciones de vida. Nos distinguiríamos en el mundo por ser una nación humana.
Si estuviéramos tan llenos de orgullo mexicano amaríamos nuestro español, tan peculiar, tan distinto al español de otros países del mundo, tan distinto a sí mismo a todo lo largo y ancho de nuestra patria, lo defenderíamos en cualquier país, lo hablaríamos y escribiríamos correctamente; y, si hubiéramos sido de los afortunados de heredar una lengua indígena, se la transmitiríamos con orgullo a nuestros hijos y sus hijos.
Si estuviéramos realmente tan orgullosos, daríamos la excelencia en nuestros trabajos y en nuestros estudios; pondríamos en alto el nombre de nuestro país en los terrenos de la ciencia; en lugar de brindar mano de obra barata a otros países, seríamos los creadores de la tecnología que iría a parar a todo el mundo.
Si el verde, blanco y rojo nos habitara, en lugar de nada más traerlo encima, no fomentaríamos la corrupción como un medio de vida para nuestros gobernantes, ni para nadie en nuestra sociedad, pues todos entenderíamos la dignidad de la honradez y aspiraríamos a ella.
Si en realidad estuviéramos orgullosos de ser mexicanos, valoraríamos tanto nuestro el trabajo como el de nuestros compatriotas, no lo plagiaríamos ni lo piratearíamos, no lo usaríamos sin retribuirle a cada quien lo que le corresponde.
Si el orgullo de gritar “¡Viva, viva!” es genuino y duradero, este será un país distinto, uno que sobresaldrá a nivel mundial, uno que todos respetarán. Al que todos quisieran pertenecer.
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