El papel de la oposición, diría Pero Grullo, es oponerse. En México, sin embargo, hay una oposición –las bases de apoyo de los dirigentes del PAN y el PRD– proclive a la construcción de acuerdos. El resto de la oposición dentro y fuera de esos partidos, puede clasificarse en tres categorías, no por sus singularidades ideológicas y políticas sino por su grado de rechazo a pactar con el gobierno.
1. La más burda y tal vez la más abundante, cuestiona al gobierno sólo porque no lo tiene; lo descalifica, lo objeta en sus actos menos populares y en las acciones aplaudidas por la sociedad, lo acusa de engaño.
2. La segunda, lucha contra sus dirigentes dentro de esos dos partidos aludidos y, pese a que ha formado coaliciones para presentar candidatos comunes, ha hecho de la firma del Pacto por México su principal motivo de ataque a sus dirigentes formales y procura bloquear las reformas que pasan por el Congreso de la Unión.
3. La tercera, tal vez la menos numerosa, pero no por ello inocua, quiere transformarlo todo desde la raíz; sostiene que las reformas son parches que sólo prolongan un estado de cosas esencialmente contrario al bien de la nación.
Para esta última categoría de oposición el Pacto por México no tiene ningún valor y por eso procura impedir que se cumpla: lo mismo lo reprueba, que lo objeta en sus detalles y lo denuncia como mentira propagandística. Para esta oposición el triunfo electoral de Peña Nieto fue fabricado por Televisa y el pacto que él y los dirigentes formales tienen, en realidad es de complicidad.
Los intelectuales que participan en esta oposición –con el sarcasmo mal imitado de don Daniel Cosío Villegas– se centran en las lagunas del pacto, no para mejorarlo, sino para rechazarlo. Los grupos armados, como el EPR y el ERPI, por aludir a los más conocidos, contribuyen con trabajo de masas y han dado muestras de su capacidad de movilización al apoderarse de la Universidad de la Ciudad de México y provocar el vandalismo que rebasó a la Policía del D. F. el 1 de diciembre pasado.
En la oposición ideológica contra el gobierno y el sistema, confluyen los extremos de la izquierda y la derecha; Morena y el alto clero católico; Ricardo Monreal y Ernesto Cordero; algunos intelectuales y los guerrilleros. No creen ni quieren pacto alguno, sino la transformación del sistema, pero no están de acuerdo en el modelo deseable: desde uno autoritario como el de Cuba a uno “democrático” como el de Venezuela, o uno francamente neoliberal como el del Reino Unido. Supongo que la discusión del proyecto político fracturaría precozmente a un movimiento que tal vez no tenga organicidad pero coincide en sus objetivos inmediatos.
Lo que me pregunto si los maestros de Guerrero, los normalistas de Michoacán, los alumnos de la UACM y sus múltiples réplicas en Chiapas, Oaxaca, Morelos, saben que sus luchas, tal como están planteadas, constituyen la movilización de masas que necesitaba la oposición renuente a todo acuerdo. Supongo que algunos, principalmente entre las dirigencias, se consideran soldados de la guerra contra el “Estado burgués”, pero los demás simplemente luchan por sobrevivir como lo han hecho por lustros, sin más deber que concurrir a las marchas, hacer paros y plantones, obedecer a sus líderes y, en tiempos de calma, estar con sus alumnos.
Las dos banderas más visibles de los maestros de Guerrero son la gratuidad de la educación –que creen que con la reforma se va a privatizar– y el respeto a sus derechos laborales. Pero la primera demanda ha sido mandato constitucional desde 1917, la gratuidad se ha expandido a la educación media y la reforma educativa prevé destinar mayores recursos públicos a educación e investigación, que tienen que salir de la reforma hacendaria, que sin duda los mismos maestros, intelectuales y guerrilleros combatirán cuando la iniciativa sea enviada al Congreso de la Unión.
La segunda demanda tampoco tiene motivos reales, pues la reforma educativa no afecta los derechos laborales de los maestros, que están amparados tanto por el artículo 123 constitucional como por la Ley Federal del Trabajo y por la propia reforma educativa. Lo que sí prevé –es su columna vertebral– es la dupla capacitación-evaluación, de la que dependerá el ascenso de los maestros y sus mejoramientos salariales y tal vez su permanencia en la plaza, pues si no saben qué ni cómo enseñar, ¿por qué habría que pagarles?
En Cuba, los programas masivos de educación y salud, desde los inicios del gobierno de Fidel Castro, permitieron avances asombrosos en la medicina y en otras disciplinas. En el polo opuesto, los países nórdicos, la educación tiene una gran importancia como elemento del Estado de bienestar.
El enemigo de los normalistas y maestros es la ignorancia, no la reforma educativa. La ignorancia los condena a la marcha y el plantón perpetuos y condena a sus hijos y nietos al resentimiento social, pues les cierra todas las oportunidades como no sea la de reproducir su miseria y su protesta. Por eso la reforma educativa es más necesaria para ellos y para los pobres y las clases medias bajas, como ellos.