Ahora como siempre, quienes aspiran al poder resultan la más sobresaliente mujer o los mejores hombres. Y bueno, son gente capaz, con indiscutible experiencia en eso de mandar, pero con poca determinación y sin proyecto sólido ni estructurado ni ideología progresista para hacer del país una nación independiente.
En el PAN Josefina Vázquez Mota y Santiago Creel se revelan por el procedimiento para la elección de sus abanderados y se inconforman por la intención de Calderón de imponer a Cordero. Al margen de esto, la posición histórica del panismo ha sido conservadora y contradictoria con el día de su Asamblea Constituyente: 15 de septiembre de 1939, que para algunos auguraba la consolidación de la independencia. Con ello, los mexicanos han constatado la incapacidad de la clase gobernante para garantizar honestidad, empleo, justicia y seguridad en su estrategia de gobierno y, para quienes respaldaron a Fox y a Calderón, hoy está claro que sus aspiraciones han sido un fracaso, que sería un retroceso refrendar su confianza al partido que ha hundido a nuestra patria.
El PRI, por su parte, va con todo en apoyo de quien construyó desde el Edomex su paso a la candidatura presidencial: Enrique Peña Nieto. Para justificar esa posibilidad, y confiado en encuestas que le favorecen, éste partido armó un entramado para debatir con Manlio Fabio Beltrones los temas que preocupan a los mexicanos o a ellos. Pero son temas aislados de un Nuevo Proyecto de Nación, temas abordados con insuficiencias y sin articulación integral en el entorno interior ni en el ámbito global a los aspectos apremiantes de hoy: honestidad, empleo, justicia y seguridad. Sobra decir que, al igual que en todos los partidos, el PRI cuenta con cuadros excepcionales que pudieran darle consistencia y vigencia práctica a sus propuesta de transformación. Sin embargo, como también pasa en el resto de los institutos políticos, quienes regentean esta organización son los de siempre, los que lo creen su patrimonio, cerrando el paso a nuevas ideas o a las proposiciones de renovación y de combatividad frente a la reacción gobernante. De plano, un partido autoritario, antidemocrático y excluyente no esta preparado para gobernar. Día a día hay mayor conciencia entre los mexicanos que su derrota en el 2000 no le sirvió de aprendizaje.
Las izquierdas, que de igual forma han dado malos ejemplos a su militancia y a los mexicanos por su nula o escasa capacidad unitaria, además de caer en las añejas prácticas del sistema de corromper los procesos internos y constitucionales de elección, se han topado con el autoritarismo encumbrado en el poder y la manipulación más sucia y más cuestionada de la historia nacional: el fraude electoral (1988 y 2000). Asimismo, la izquierda ha dejado de lado el pensamiento revolucionario que el siglo pasado recorrió el mundo instaurando el socialismo y cuya burocratización de ese sistema –además de la amenaza imperialista interminable-, paralizó el desarrollo de sus doctrinas para ajustarlo a la dialéctica de la sociedad universal de los nuevos tiempos y del mañana. Hoy, en la suma dispersa de las corrientes de izquierda aspiran a presidir la República Marcelo Ebrard, actual gobernante de la Ciudad de México, y Andrés Manuel López Obrador, líder indiscutible del Movimiento de Regeneración Nacional.
Pese a las vicisitudes esbozadas, la penetración de AMLO en la amplitud del territorio mexicano garantiza que éste será, sin duda, el abanderado de avanzada, con la extensa simpatía social que han despertado sus propuestas e invitaciones a la cimentación de un Nuevo Proyecto de Nación. Es evidente que sus pronunciamientos más recientes para tejer una plataforma ciudadana, que le dé el más profundo contenido e integralidad a las aspiraciones que todos hemos soñado para México en torno a la honestidad, el empleo, la justicia y la seguridad, concita a la contribución del pueblo, de los trabajadores, de empresarios nacionalistas y de sectores que quieren un país distinto, sin corrupción, con oportunidades de ocupación e ingreso digno, con equidad, igualdad, respeto a los derechos humanos y al Estado de Derecho, además del cuidado de la integridad de las personas y su patrimonio, es decir, darle certidumbre a la gente.
Las reformas que requiere el país, destaca AMLO, se resumen en cuatro grandes propósitos: el primero es la mayor riqueza de las naciones y en México se ha venido perdiendo. La principal responsabilidad en este proceso de degradación recae, sin duda, en las autoridades. Además de ser un imperativo ético recuperar la honestidad habrá que aplicar un plan de austeridad republicana y abolir los privilegios fiscales, a fin de liberar recursos para el desarrollo económico y social. El segundo indica que la falta de empleo y la inseguridad son los problemas medulares de México. Ambos males se alimentan y nutren mutuamente: no se generan empleos y eso produce inseguridad y, la falta de ésta, ahuyenta la inversión e impide mantener y crear nuevas fuentes de trabajo con un desarrollo integral. El tercero apunta que es indispensable reducir la monstruosa desigualdad que existe en nuestro país. No solo se trata de un asunto moral, sino del hecho de que sin justicia no hay garantía de seguridad ni de tranquilidad ni de paz social. La pobreza debe avergonzarnos. Finalmente, el cuarto objetivo del Nuevo Proyecto de Nación es garantizar la tranquilidad y la seguridad, sin lo cual resulta ociosa cualquier nueva propuesta. La violencia no debe enfrentarse con violencia, sino combatiendo sus causas.
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