Hoy en Martínez de la Torre, Veracruz, mi querido amigo José Lanzagorta Croche dará una plática sobre la independencia de México y para conmemorar la ocasión, con gran gentileza me ha permitido reproducir unos párrafos para los lectores de JdO.
Pepe es un hombre singular. Agrónomo de profesión, historiador por vocación, amigo por convicción, enamorado de la vainilla, de la naranja y de la tierra de sus antepasados, es además un lector compulsivo e implacable que con frecuencia permanece días y noches sin salir de su gran biblioteca de Tlapacoyan en donde fatiga libros, piensa y escribe. No sé si de él se pudiera decir lo mismo que del doctor Johnson, que no leía libros sino bibliotecas, pero no tengo duda de que está muy cercano.
La suya es una mirada fresca a un momento de nuestra historia que en vez de ser estudiado como el episodio vivo, agitado, dramático y sangriento que fue, ha sido congelado en el bronce ceremonial tan caro a las burocracias.
Aquí el extracto:
“Desde el principio de la colonia se dejó sentir el maltrato a los hijos de ésta. Un hombre nacido en la península valía más y tenía acceso a mejores puestos públicos que si hubiese nacido en América, aun siendo hijo de los mismos padres. Por eso apenas iniciada la vida en la colonia empezaron a aparecer revueltas que aunque fracasadas, fueron configurando poco a poco una identidad nacional. Curiosamente la primera de estas, al igual que la que culminó con la separación de España, fue hecha por los que más privilegios tenían. La encabezó Martín Cortés y su hermano el mestizo lo acompañó como figura secundaria. Éste era el hijo que Cortés tuvo con la Malinche a fines de 1523 o tal vez a principios de 1524, a quien había mandado el Capitán General a vivir a España, en donde creció y se educó y que había llegado a ser paje de Felipe II cuando éste era aún príncipe. Don Martín regresó a la capital de la Nueva España, junto con sus dos medios hermanos el 17 de enero de 1563.
“Resulta que en 1542, se habían dictado las Leyes Nuevas que impedían a los hijos de los conquistadores recibir en herencia las encomiendas de sus padres. Por este motivo, Martín Cortés el peninsular se manifestó en su contra siendo secundado por una gran cantidad de nobles y por su hermano el mestizo del mismo nombre. Cuando el factor de la Real Hacienda denunció los hechos a la audiencia, esto fue visto como un desacato a Felipe II. Los conspiradores fueron detenidos, las cárceles se llenaron de presos y fueron tantos que no cupieron y tuvieron que construir más. Los hermanos Ávila, Juan Chico de Molina y otros más fueron sentenciados a muerte en la plaza pública y después de ello desmembrados para mayor escarmiento. Por aquellos días de septiembre de 1566 llegó el marqués de Falces, don Juan de Peralta, un navarro de la zona de la actual Francia, a ocupar el puesto de 3º virrey, hombre tranquilo que hizo todo lo posible por detener este baño de sangre y excesos y protegió y envió al marqués del Valle de Oaxaca a España. Esta actitud moderada causó su caída y dos años después fue destituido y enjuiciado por deslealtad y remitido a España. […]
“El irlandés Guillén de Lampart (1615-1659) era un hombre perteneciente a la nobleza, muy avispado y culto. En su juventud durante un viaje en barco fue capturado por piratas y hecho prisionero. La convivencia con ellos hizo que lo aceptaran en su banda y al poco tiempo era su capitán. Aburrido de la vida en el mar e inquieto como era, se fue a radicar en España en donde estudió varios años y publicó numerosos textos. Una aventura de faldas lo obligó a embarcarse a la Nueva España. Tenía veintisiete años y para entonces dominaba además del inglés y el español, el griego y el latín. Al llegar a la Nueva España y ver las injusticias y el estado de efervescencia, supuso que era posible liberarla y maquinó un plan. Para hacerlo, falsificó documentos reales que tenía pensado utilizar al momento en que tocara estas tierras el conde de Salvatierra, García Sarmiento de Sotomayor, decimonoveno virrey.
“Hacía pocos meses Don Juan de Braganza había capitaneado una rebelión que culminó con la independencia de Portugal del reino de España. El estado en la metrópoli era caótico y las noticias confusas, un excelente momento para libertar este reino. Para ello se puso de acuerdo con algunos pueblos indios y con hombres de clase muy baja que pretendía usar como mercenarios, los que lo delataron cortando de cuajo un movimiento que, por el carácter enmarañado en que se vivieron esos tiempos, pudo haber cimbrado la estabilidad de la colonia. Así que fue a dar a la prisión de la Inquisición quien para esos momentos ya se había proclamado rey de México. Ocho años le tomó hacer un plano de la cárcel de los datos que obtenía de las pláticas con sus custodios. Horadando los muros y limando las rejas consiguió escaparse, pero dos días después fue nuevamente capturado. Nueve años más permaneció en la prisión. En ese tiempo, escribió libros y preparó su propia defensa pero finalmente fue condenado y quemado vivo frente al templo de San Diego, hoy pinacoteca virreinal.
“La rebelión de los Machetes. En los últimos años del siglo XVIII, las premuras que pasaban los reyes españoles hicieron cargar de nuevos impuestos a sus súbditos novohispanos. Cansado de que a un impuesto le agregaran otro, y sintiéndose en la bancarrota, no obstante tener una posición medianamente privilegiada, el recaudador Pedro de la Portilla, sin ningún conocimiento de estrategia, el 10 de Noviembre de 1799 encabezó una rebelión contra las autoridades virreinales de la ciudad de México. La intención era capturar al virrey y que el propio De la Portilla lo sucediera. Sin embargo, él y sus seguidores contaban tan solo con dos armas de fuego y cincuenta sables, por lo que el pueblo bautizó a la frustrada rebelión como “La rebelión de los machetes”. La susodicha rebelión fracasó porque Isidoro Francisco de Aguirre la denunció.
“La Independencia de nuestro país del dominio de la Corona española, constituyó un largo, penoso y agotador proceso que culminaría el 27 de septiembre de 1821, con la entrada triunfante del ejército de las tres Garantías a la ciudad de México […].
“Los escritores formados durante el final de la colonia y poco después, nos dicen que Hidalgo liberó al pueblo mexicano de la opresión a que los sometió Hernán Cortés, pero no es cierto. Cortés no sometió a la esclavitud a un pueblo sencillamente porque no existía un pueblo, sino una multitud de tribus dispersas, con diferente idioma, con diferente manera de pensar y hasta diferentes dioses. Fueron precisamente los 300 años de colonia el crisol en donde estos grupos se fusionaron lentamente, combinaron genes, aprendieron el español y hasta compartieron unas mismas creencias religiosas. Es decir que estos 300 años fueron los que formaron al pueblo mexicano. Entonces, ¿por qué nos dicen esto? Sencillamente porque los historiadores se formaron en las escuelas de pensamiento español y ellos sí habían sido esclavizados y esclavizado a su vez en el devenir del desarrollo del pueblo español.
“Con la promulgación de la constitución el 4 de octubre de 1824, México iniciaba formalmente su vida como república federal. Con esto, pensaban que culminaría la etapa azarosa y comenzaría una era de prosperidad y felicidad. La idea aunque simple, tenía su base en algo similar a lo que en su momento pensaba el cura Hidalgo: que siendo México una nación minera por excelencia, de donde habían salido no sólo métodos para obtener más mineral de sus vetas, sino más del 25% de la plata que se obtenía en el mundo y una gran cantidad de oro, su riqueza podría utilizarse para hacer despegar económicamente a la emergente nación.
“Pero la verdad es que pecamos de arrogantes: teníamos una fe ciega en el futuro de nuestro país, por la grandeza que había tenido, aunque ya empezaba a desbaratarse en nuestras manos este orgullo que tanto nos ha costado, pues a la caída de Iturbide, las provincias del sur, incluido Chiapas, se habían desligado del pacto federal, y como bien apunta Fuentes Aguirre en su célebre libro de Hidalgo e Iturbide, Jalisco proclamó su independencia y convocó a los ayuntamientos a formar una república federal, y lo mismo hizo Querétaro. Yucatán formó una nación independiente (de esto se conserva aún el dicho de “Hermana República”). Las provincias de San Luis Potosí, Guanajuato, Valladolid, Oaxaca y Zacatecas se unieron para presionar al congreso para que emitiera una convocatoria para crear la constitución, amenazando con separarse de no hacerse así. También Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas se unieron para formar una junta que les llevaría a formar un estado libre y soberano. Texas hizo otro tanto […].
“El adoptar el federalismo en imitación sorda y ciega de su vecino del norte era otra mala idea, ya que en aquella nación el federalismo había servido para unir a diferentes estados que se habían forjado independientes, dando un solo frente común […] en tanto que México, mandado por un solo hombre y acostumbrados los gobernantes subalternos a obedecer, el federalismo, al darles mayores libertades, sería un elemento de desunión y útil para las ambiciones personales de diferentes facciones. Tan es así que en los 29 años que van de la salida de Victoria a la llegada de Juárez a la presidencia, con quien empezaría a asentarse la república, median 52 presidentes. El negocio de ocupar tan productivo escaño era bueno y las asonadas proliferaron creciendo con el vigor de hongos en la humedad.”
(Quienes deseen leer el texto completo pueden solicitarlo a José Lanzagorta al correo: jlanzagort@hotmail.com).
Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de