Nosotros y Ustedes: Renward García Medrano

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En México se combate al narcotráfico no con los cuerpos policiacos, que están penetrados, corrompidos y no cuentan con el equipo y el entrenamiento necesario, sino con la fuerza de última instancia de un Estado que, sin embargo, no es la adecuada, pues los soldados y marinos no tienen vocación de policías, no están entrenados ni formados para eso, sino para defender al país de un eventual enemigo extranjero y para ayudar a la población cuando sufre desastres.

En la cálida conversación con Ignacio Solares, el pasado miércoles en la Sala Netzahualcóyotl, José Emilio Pacheco, el poeta, hizo una observación muy inteligente que recupero: un ejército regular no puede combatir a un enemigo irregular, y su irregularidad, opino, se debe a que no es externo, sino interno, está intercalado en las comunidades y eso lo hace casi invisible, tiene un enorme poder ofensivo, recursos financieros prácticamente ilimitados y está fraccionado en grupos, a veces rivales pero todos enemigos del poder público, sobre todo cuando éste les ha declarado la guerra.

Prácticamente no se ha actuado en contener primero y revertir después las condiciones socioeconómicas y culturales que inducen la incorporación de jóvenes y familias enteras a las actividades relacionadas con ese delito y fomentan la mimetización de los delincuentes con las comunidades.

En los altos círculos del gobierno se prefiere ignorar o, peor aún, se disfrazan y falsifican problemas tan grandes como la pésima calidad de la educación en todos los niveles, la insuficiencia de espacios en educación media y superior, el desempleo cuyos efectos devastadores en el ánimo de la gente no se mitigan con la generación de empleos informales de baja calidad y peores salarios, la descomposición de la familia y la comunidad.

La negación gubernamental de estos fenómenos, que son evidentes para todos los demás, ayuda directamente al enemigo que se pretende combatir, primero, porque favorece la mimetización de los delincuentes con el resto de la población y, segundo, porque induce a los jóvenes a integrarse como tropa en los grupos de sicarios.

Menos aún se reconocen o siquiera se mencionan los efectos de este abandono sobre la cultura y las bases mismas de la convivencia pacífica, como lo refleja la estrujante película El Infierno de Luis Estrada. Parece no haber una conciencia clara en los órganos del Estado ni en la sociedad de las posibles consecuencias para el país del deterioro cultural y la dislocación de los valores morales y cívicos de la civilización.

Un ejemplo aterrador de lo que esto significa, en la práctica, está en la entrevista que un delincuente brasileño  llamado Marcos Williams Herbas Camacho, alias Marcola con un periodista del diario O Globo, uno de los más importantes de su país. Marcola concibe a la humanidad, o más precisamente a los brasileños, dividida en dos grupos antagónicos: Nosotros y Ustedes.

Nosotros son los pobres y olvidados, los marginados y relegados a las favelas que rodean a las ciudades; los que aprendieron a odiar en medio de la miseria más abyecta heredada de muchas generaciones. Ustedes son todos los demás: funcionarios públicos, policías, clases medias e incluso gente pobre que trata de vivir y mejorar dentro del orden social e institucional establecido.

Nosotros son una mezcla de resentimiento social, sed de venganza contra Ustedes, violencia extrema y un lenguaje hecho para humillar y aterrorizar al interlocutor inmediato y al anónimo que lee esas palabras con espanto; En Nosotros se sintetiza la revancha social de quienes vivieron aplastados durante siglos y que ahora, gracias al narcotráfico y los delitos colaterales, se han convertido en “una empresa moderna, rica” y temeraria: “Nosotros no tememos a la muerte. Ustedes mueren de miedo”.

Marcola tiene una visión clara de las ventajas de Nosotros sobre Ustedes, pues mientras que los primeros usan la violencia sin restricciones legales o morales, los segundos lo hacen con la misma brutalidad pero acotados por el burocratismo inherente a los órganos del Estado.

Nosotros, según él, tienen una infinita agilidad de gestión, luchan en su propio terreno, tienen el más moderno armamento, llevan la ofensiva y “somos crueles, sin piedad”. En abierto contraste, Ustedes son lentos, operan en terreno desconocido, carecen de agilidad para modernizar permanentemente su armamento, están a la defensiva y “tienen la manía del humanismo”.

Nosotros somos hormigas devoradoras, escondidas en los rincones. Tenemos hasta misiles anti-tanque.

No sólo eso. Las comodidades de Ustedes actúan a favor de Nosotros, pues mientas los medios de comunicación han erigido a los delincuentes en “súper-stars”, “Nosotros los tenemos (a Ustedes) como payasos”.

Los órganos de seguridad pública son odiados por la gente de las villas miseria porque han sido los brazos represores del Estado; en cambio “Nosotros somos ayudados por la población de las villas miseria, por miedo o por amor”.

Sean o no exageradas las apreciaciones de Marcola y aunque muchas de ellas no pasen de alardes de arrogancia, son una muestra representativa del odio a la sociedad que se ha ido acumulando y perfeccionando al grado de crueldad entre los pobres, a quienes el crimen organizado les ha dado empleo, autoestima y prestigio.

“No hay más proletarios, o infelices, o explotados, dice Marcola. Hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo Alien escondido en los rincones de la ciudad. Ya surgió un nuevo lenguaje. Es eso. Es otra lengua”.

Estoy lejos de plantear una equivalencia entre pobreza y crimen, pero cuando las privaciones materiales se conjugan con la marginación social y el desdén cultural, la pobreza es un paso hacia la violencia, en algunos casos revolucionaria y en otros, como el de los sicarios, delictiva.

En todos los tiempos y en el mundo entero ha habido pobres que caen en la delincuencia, pero hay dos ingredientes propios de nuestro tiempo: la capacidad del crimen organizado para generar empleo y recursos en poblaciones marginales y el diario bombardeo de mensajes televisivos sobre formas de vida y consumo que existen, claro, pero no están al alcance de los pobres y marginados.

Es natural que surja el resentimiento social en gran escala, y también es inevitable, pues la globalización y la revolución de las telecomunicaciones que le es inherente han penetrado en todos los rincones de la sociedad, incluso en los más íntimos, y reafirman todos los días y todo el día el contraste entre lo que otros tienen y Nosotros deberíamos tener.

Por si eso fuera poco, la televisión, al menos en México, se ha convertido en el principal agente aculturador mientras la escuela pública ha sido tomada en rehén por organizaciones sindicales degradadas en que se sustenta el poder político.

Éste es un problema capital que los gobiernos han ignorado y que puede ser el preámbulo de una descomposición social y de valores aún más grave, que no se limitará a los grupos que dependen de la delincuencia, sino que se expandirá y pondrá en jaque las pautas básicas de la convivencia civilizada en el país.

“Toda la fuerza del Estado”, como le gusta decir a los presidentes, no ha podido aplastar al crimen organizado en Ciudad Juárez y Monterrey, en Tamaulipas y Durango. Esto no se debe sólo ni principalmente al poder ofensivo de las organizaciones delictivas, sino a la capacidad de éstas para someter a las poblaciones “por miedo o por amor”, como dice con razón Marcola.

Si tan sólo fuera por esto, habría llegado la hora de abordar en serio el problema del crimen organizado y revertir las condiciones sociales –miseria, ignorancia, abandono, degradación del núcleo familiar, etc.– que hacen posibles monstruosidades como la que representa Marcola, que dice de sí mismo “yo soy una señal de estos tiempos”.