Los alumnos de las escuelas normales provienen por lo general de familias pobres y en muchos casos muy pobres. Los de las normales rurales son en su mayoría hijos de jornaleros agrícolas o de minifundistas que no producen para el mercado sino para alimentar a sus familias.
Para esos muchachos, entrar a una escuela normal es ya un gran logro, pero terminar la carrera y salir con una plaza de base es la vía más segura para el ascenso social y económico, así como una especie de seguro de desempleo para toda la vida.
Es natural, entonces, que las demandas de los normalistas hayan sido desde hace más de medio siglo por mejores condiciones de alojamiento y alimentación, para los internos como los de la normal de Ayotzinapa, Guerrero, y por la disminución de los requisitos de ingreso y la seguridad de plaza a los egresados, que fueron las exigencias de los alumnos de la Escuela Normal Rural Vasco de Quiroga, de Tiripetío, Michoacán.
Relajar o suprimir los requisitos de ingreso a las normales es el primer paso de una carrera en la que el ascenso no depende de la preparación o el trabajo en el aula, sino de la presión a las autoridades.
Los jóvenes pobres reivindican su derecho a que el Estado les dé la oportunidad de vivir mejor que sus padres. Conciben al “Estado” como un ente abusivo que ha sometido a sus padres, abuelos y ancestros desde hace siglos y hacia el que no reconocen ningún deber. “La sociedad” son ellos mismos y sus congéneres; los demás forman “la burguesía” cómplice del Estado, y no hay por qué tener ninguna consideración con ellos.
Por eso cuando hacen huelga, los normalistas no sólo ocupan el plantel, sino también se apoderan de camiones y a veces los queman, construyen barricadas para impedir que los policías o soldados evacuen los planteles y realizan otros actos similares de violencia. Esto es lo que hicieron los normalistas de Tiripetío y supongo que algo parecido habían hecho los de Ayotzinapa cuando la fuerza pública los enfrentó y asesinó a dos muchachos.
Capturan camiones porque confían en que las empresas transportistas presionarán a la autoridad para que ceda a las demandas de los normalistas a fin de que éstos liberen sus unidades. Bloquean la circulación de las ciudades, esperando que el malestar de los automovilistas-“burgueses”- será un factor más para que el gobierno ceda.
Estos jóvenes tienen una buena opinión de sus métodos de lucha. Un normalista de Tiripetío dijo: “Somos buenos ciudadanos, lo único que hacemos es velar por nuestros derechos y por los de toda la sociedad”. Y uno de sus derechos es “la asignación de plazas automáticas [que] es una cuestión que hemos venido manejando por años con el magisterio democrático”.
En Michoacán hay una cobertura de 103%, es decir, que hay más maestros que aulas y, sin embargo, hay muchas aulas y grupos de niños sin maestro. La explicación es simple: una parte considerable del magisterio no gana por educar a los niños, sino por desempeñar funciones sindicales, sea con el SNTE o con las secciones que controla la CNTE.
La condición de “comisionado” es un logro personal de maestros que tienen capacidad de organización y movilización, facilidad para decir discursos que enciendan el ánimo colectivo y, por encima de todo, disciplina y lealtad al líder inmediato y a los de toda la pirámide sindical.
¿Por qué actúan así los normalistas y los maestros?
Primero, porque después de la masacre de 1968 y la “guerra sucia” de los setenta, los funcionarios prefieren corromper en masa que reprimir, y cuando reprimen, procuran evitar actos políticamente costosos, como el asesinato de los jóvenes de Ayotzinapa.
Segundo, porque la complicidad colectiva refuerza la capacidad de la dirigencia del SNTE para chantajear al “Estado” y lograr mejores salarios y prestaciones; también alimenta el gran poder económico y político de los líderes, pero esto no inquieta a los agremiados mientras el sindicato les reporte beneficios. La misma lógica se da en la CNTE, que es más violenta y cerril, pero igualmente corrupta.
Tercero, porque la televisión muestra a diario formas de vida y de consumo que contrastan con la pobreza en que viven los normalistas y maestros, y la vía más rápida y eficaz para acercarse al paraíso consumista, así sea comprando productos pirata es la lucha “democrática”, como la de los grupos urbanos que ocupan edificios o terrenos y la de todos los que se consideran víctimas del “Estado burgués”.
Elba Esther Gordillo y los trogloditas de la CNTE son sólo subproductos perversos de la descomposición magisterial y ésta es una expresión de la decadencia social, que es la que deberíamos revertir, y pronto.
Remover a esa señora suena bien, pero nada resolvería si no se reconstruye al magisterio y si los maestros no separan la legítima defensa de sus intereses gremiales de su responsabilidad para con los hijos del pueblo del que provienen y al que se deben.
Sin embargo, la solución empieza fuera del sistema educativo: en el combate eficaz a la pobreza y a la desigualdad, en la reconstrucción de la familia, en el combate a la corrupción y la impunidad públicas y privadas y en el fomento a una cultura que prestigie el estudio y el trabajo.