Estamos próximos a que se cumplan 3 años de la última elección estatal. Aquélla que tanta expectación generó no sólo a nivel local o nacional, sino incluso a nivel internacional, pues para muchos el “caso Oaxaca” se trataba de una referencia de cómo se podría impulsar el cambio democrático en diversas latitudes. El lograr que 4 institutos políticos con ideologías y principios distintos se pusieran de acuerdo y fueran en una coalición para así poder enfrentar a la maquinaria del estado, era algo difícil de imaginar. Sin embargo, después de varios intentos de facto y como resultado de ellos, posteriormente se aprobó su incorporación en la Reforma Constitucional por lo que dicha demanda ciudadana resultó posible y se reflejó en las boletas electorales del 4 de julio de 2010. Varios fueron las complicaciones y los retos a los nos tuvimos que enfrentar. Se antepuso un proyecto por encima de nombres y de colores partidistas. Se fueron tejiendo una serie de acuerdos que permitieran la solidez de lo que sería la coalición. Se establecieron mecanismos para dialogar y buscar los consensos que permitieran destrabar las diferencias que en el camino fueron surgiendo. Se escuchó la reiterada petición ciudadana de ir en un solo bloque a la competencia electoral. Se definieron métodos para la selección de los candidatos. Se privilegió la participación ciudadana en la construcción de la plataforma electoral. Se respetaron los liderazgos partidistas. Se involucraron a las bases. Hubo una enorme generosidad al momento de ceder para que la coalición se viera fortalecida…y sin embargo no se aprendió.
Hoy nuevamente las ambiciones personales y de grupo. Un evidente egocentrismo político de creerse que no hay nadie mejor que yo. Los proyectos futuristas cimentados en la maquiavélica frase del “divide y vencerás”. La medición innecesaria de ver quién las puede más. El sentirse el estratega que el universo necesita. Las negociaciones por debajo de la mesa y de espaldas a la ciudadanía. La falta de resultados tangibles. La falta de visión para mirar más allá del próximo 7 de julio. Los golpes bajos, las calumnias, las insidias, las intrigas entre integrantes del mismo equipo. La coyuntura nacional. La ausencia de liderazgos partidistas sólidos. La imposición de candidatos por cuotas, compromisos políticos y no por contar con perfiles ganadores. El secuestro de los institutos políticos y la ausencia de un auténtico líder que ponga orden en todo ello, han provocado que una vez más se les allane el camino para el retorno de quienes hicieron posible –con su pésimo actuar– ese gran logro, aunque también ellos “no cantan mal las rancheras” al interior de su partido. No se aprendió y ahora habrá que esperar y “cargar” con los resultados de su mal proceder.
Por eso no acepto la frase de que en Oaxaca la coalición de partidos aprendió a cómo ganar elecciones, pero no a cómo gobernar. Evidentemente no se ha aprendido ni lo uno, ni lo otro; aunque en el caso de cómo gobernar conservo la esperanza de que se pueda enmendar el camino. ¿Cuántos institutos políticos desearían tener en el gobierno a un miembro surgido de sus filas? Y sin embargo en Oaxaca en un ejercicio de desmemoria no sólo se niega, sino adicional se desconoce cualquier avance al respecto. De ahí que se rompa la coordinación, que no se sientan parte de un proyecto por el que se luchó por años y que ahora supongan que es mejor ir solos que acompañados, olvidándose de paso que muchas de las posiciones que hoy ostentamos, es precisamente por ir acompañados. No hay nada más desagradable que la deslealtad y la ingratitud. No se aprendió en el sentido de que la ciudadanía debe ser escuchada y atendida en sus propuestas; esto es involucrarlos y con ello ir construyendo desde las bases una estructura sólida que permita la competencia seria. No se aprendió que quienes estuvieron en las malas, también deberían estar en las buenas y por eso se generaron resentimientos que a su vez se tornaron en obstáculos insalvables. No se aprendió; es más, se les olvidó hacer las cosas distintas a como las hacían a quienes tanto criticamos en su momento. No sólo se terminó haciendo lo mismo que ellos, sino que los superaron. No se aprendió que cuando el voto se divide quien termina ganando es el PRI.
Quienes suponen que la elección del próximo 7 de julio arrojará resultados similares a los del pasado 4 de julio del 2010, se equivocan rotundamente. No se han dado cuenta de que el escenario nacional es otro, de que la coyuntura estatal es distinta a la de aquella fecha, que el momento de las definiciones personales deberá tomarse a la brevedad, que hay una ruptura ya ocasional o ya provocada entre diversos actores políticos de importancia y que ello redundará en los resultados electorales. Una vez más, las decisiones adoptadas originarán que la ciudadanía se incline más por darle su voto a la persona, más que a un partido, alianza o coalición en particular. Resulta previsible sostener que la alternancia democrática se confirmará, no así un avance hacia la transición ofertada recientemente. Algunos tendrán que volver a aprender de la derrota lo que no fueron capaces de aprender con la victoria. El único inconveniente de todo ello, es que deberán esperar otros tres años para darse cuenta de su error y para ese entonces seguramente ya habrán pasado muchas cosas más. Para quienes deseen corroborar lo que aquí he escrito, basta con seguir la elección para Presidente Municipal de la capital, donde la ambición y la soberbia pudieron más que continuar con un proyecto que auguraba mejores cosas. Al menos me queda la expectativa de que en esta ocasión sí se tome nota de lo sucedido y sí se aprenda de ello.
Derivado de lo anterior, en los próximos días haré pública mi postura al respecto.
No se aprendió y eso nos obliga a tomar nuevamente otro curso.
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