No hace falta ser un experto en seguridad pública para prever que los policías sin armas y con órdenes de no responder las agresiones, quizá puedan contener a grupos de jóvenes entrenados precisamente para combatirlos a ellos, pero no pueden retirarlos de las calles ni evitar que ataquen a las demás personas.
Sin más defensa que sus escudos de plástico, prácticamente se colocan frente a las turbas para detener su paso con una muralla humana, mientras son atacados con tubos, varillas, piedras y bombas de fabricación casera… hasta ahora.
Los policías son personas humildes que necesitan trabajar en lo que sea, aunque sepan que en cada enfrentamiento estarán sus vidas en riesgo, ha ocurrido a los hospitalizados y al que estuvo varios días en coma inducido porque sufrió una fractura de cráneo. Y no es que no cometan arbitrariedades contra la población civil, sino que su trabajo es ponerse para que les peguen y eso es inhumano.
Ni modo, para eso se alquilan y se disciplinan; pero para ellos y sus familias es un agravio la liberación de los pocos vándalos aprehendidos, después de dos, tres o quince días de detención. La impunidad de la CNTE que colapsó la ciudad durante semanas, sumada a otros muchos destrozos tumultuarios sin castigo, ha creado la conciencia generalizada de que el Estado de Derecho es una ficción. Con la misma lógica, decenas de grupos vecinales han cerrado el periférico para evitar se construya una gasolinera o un edificio de apartamentos o lo que sea.
Lo que tal vez no han pensado las autoridades es que al dejar impunes delitos por los que un ciudadano aislado sería severamente castigado, propician la cultura de la ilegalidad, que debilita y pone en riesgo a la democracia y propicia el crimen.
Por lo demás, los policías tienen derechos humanos y son violados por el Estado cada vez que los envía a servir como carne de cañón. Sin embargo, a ninguno de ellos se le ocurre quejarse ante la CNDH o la CDHDF, sea porque ignoran que ellos también son personas o porque temen que les quiten el empleo
Peor aún, si se quejaran, tampoco les harían caso porque quienes se dedican a la defensa de los derechos humanos, tienen muy arraigado el prejuicio de que la Policía sólo sirve para reprimir, que es enemiga del ciudadano común y que lo mejor sería eliminarla, como lo propuso, no sé si por ligereza o por ignorancia, alguno de los líderes del 68 en el mitin del 2 de octubre.
¿Qué objeto tiene mandar policías desarmados a detener sin atacar a vándalos belicosos y armados?
No lo sé. Supongo que las autoridades creen que demuestran así su respeto a la libertad de expresión y justifican su inacción frente a cualquier grupo que cierre viaductos y carreteras, destroce monumentos y edificios, saquee comercios y tiendas.
¿Por qué buscar pretextos en vez de hacer cumplir la Constitución y las leyes, como juraron todos los gobernantes y legisladores de los tres niveles de gobierno?
En esto, como en muchos misterios de la conducta de los gobernantes, no puedo ofrecer más que hipótesis, porque a pesar de la abundante y avanzada legislación en materia de derecho a la información, las verdaderas razones de los que mandan sólo las conocen ellos y sus pequeños grupos cercanos.
El gobierno del Distrito Federal dice que no intervino porque el de los maestros es un problema federal y, como los llamados “anarquistas” participan en las marchas de la CNTE, Mancera deja que destruyan y agredan a su gusto y culpa a la Federación por no proceder contra ellos.
El jefe de Gobierno ha dicho una y otra vez que su misión frente a los desórdenes es hacer respetar las libertades de manifestación y expresión… de los vándalos.
Es posible que en 2015 el PRD y las izquierdas en general sufran descalabros electorales, y como el liderazgo del PRI en el Distrito Federal ha sido secuestrado por el jefe de los pepenadores, es posible que todas las piezas se acomoden solas a favor del PAN.
En cualquier caso, la decisión de no gobernar debería ser objeto de un juicio político.
Miguel Ángel Mancera fue un excelente funcionario en el gobierno de Marcelo Ebrard y eso hizo pensar a mucha gente que sería un buen jefe de Gobierno. No lo ha sido hasta ahora y dada su confusión entre la libertad de expresión y la seguridad de sus gobernados, no lo será en los próximos meses y años.
La violencia y caos de los últimos meses, se presentan junto con otros problemas igualmente serios: el asedio de las organizaciones criminales violentas, la corrupción, la recesión de la economía en el entorno internacional adverso, la escasez crónica de recursos públicos y la resistencia activa de los grupos empresariales a cualquier medida fiscal que reduzca sus privilegios.
¿Por dónde empezar? ¿Cómo jalar la cobija de un lado sin destapar a los otros?
En diciembre pasado pensaba que la firma del pacto despejaría el camino para fortalecer al Estado, relanzar el crecimiento económico y reducir las desigualdades, pero la división dentro de los partidos y la defensa de prebendas de grupos minoritarios con gran capacidad de presión, el torpedeo a que tienen sujeta la propuesta de reforma fiscal, me hace pensar que la cuesta es más dificultosa de lo que muchos supusimos hace ocho o nueve meses.