Celebramos hoy un Día de las Madres más. Decía un viejo poema “…y cuando tu pusiste tus manos en mi pecho, reconocí estas alas de paloma dorada, reconocí esa greda y ese color de trigo. No existe palabra que pueda definir a una madre, ni existe tiempo que pueda definir ni calmar su ausencia”.
Alfredo Espino, poeta salvadoreño, escribió: “Manos las de mi madre, tan acariciadoras, tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras. ¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman, las que todo prodigan y nada reclaman! ¡Las que por aliviarme de dudas y querellas, me sacan las espinas y se las clavan ella! Para el ardor ingrato de recónditas penas, no hay como la frescura de esas dos azucenas. ¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias, son dos milagros blancos apaciguando angustias! Y cuando del destino me acosan las maldades, son dos alas de paz sobre mis tempestades. Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas, porque hacen que en mi sombra florezcan las estrellas. Para el dolor caricias; para el pesar unción; ¡son las únicas manos que tienen corazón! ¡Rosal de rosas blancas de tersuras eternas, aprended de blancura en las manos maternas! Yo que llevo en el alma las dudas escondidas, cuando tengo las alas de la ilusión caídas, ¡las manos maternales aquí en mi pecho son como dos alas quietas sobre mi corazón! ¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas! ¡Las manos de mi madre perfuman con ternura!”
Del sacrificio de una madre dan cuentas infinitas historias. Ya desde el mismo momento que nos trajeron al mundo arriesgaron y no temieron perder la vida; como siempre a lo largo de su vida la pusieron por delante, dispuestas al sacrificio en cualquier condición y a cada momento; “el 11 de marzo de 2011, un grupo de rescatistas intentaban levantar los escombros del terremoto que acababa de azotar Japón. El esfuerzo por encontrar sobrevivientes se hacía cada vez más difícil; de pronto un voluntario encontró algo que llamó su atención; entre los restos de una casa derrumbada, se encontraba el cuerpo de una mujer con la espalda y el cuello quebrados por el impacto de las paredes, pero su posición le pareció rara; la mujer se encontraba de rodillas, con los brazos en el suelo, como si estuviera orando; uno de los rescatistas para tomarle el pulso y verificar que se trataba de un cuerpo sin vida; al no encontrar signos vitales comenzaron a retirarse decepcionados. Repentinamente uno de aquellos hombres sintió la necesidad de volver al cuerpo, no comprendía el porqué, pero logró convencer a sus compañeros de regresar a los escombros donde se hallaba el cuerpo de aquella mujer. Ya de vuelta, de pronto gritó ¡un niño! En efecto, debajo del cuerpo de aquella persona sin vida, se encontraba un bebé de no más de tres meses envuelto en una manta. Y el cadáver no era una incógnita ni uno más. Era el cuerpo de una madre que al no tener escapatoria ni otra opción durante el sismo, protegió a su pequeño hijo cubriéndolo con su cuerpo para que pudiera vivir. El niño se encontraba durmiendo y en perfecto estado según el diagnóstico de los paramédicos que acudieron. De pronto descubrieron algo más, entre las mantas que lo cubrían cayo un teléfono, en la pantalla estaba escrito ‘si puedes sobrevivir, tú tienes que recordar cuánto te amo’¨.
No se usted, pero yo perdí la cuenta de en cuántas ocasiones mi madre me salvó de sismos en mi vida, afortunadamente no fatales, o por lo menos me advirtió de los riesgos ante mi necedad por arriesgarme; en cada momento de nuestras vidas, desde las cosas más simples, detrás de cada historia, de alegría o dolor ha estado, estará por siempre la presencia de nuestras madres y siempre, por siempre nos hará falta la palabra de aliento y el consuelo en su regazo. Alejandro Dumas afirma “las madres perdonan siempre: han venido al mundo para eso”; Facundo Cabral sostenía “de mi madre aprendí que nunca es tarde, que siempre se puede empezar de nuevo, ahora mismo le puedes decir basta a los hábitos que te destruyen, a las cosas que te encadenan, a quienes quieren dirigir tu vida”; Mafalda asegura “a la única persona que le pediría un autógrafo, es a mí madre” lo suscribo, aunque agregaría “también a mi padre”. Vianey Moreno asegura “!Salud! por esas madres que de un pinche cachetadón te limpiaban el aura, con un chanclazo te acomodaban las ideas, con un cinturonazo te ajustaban los chakras y con la pura mirada te ahorrabas el psicólogo y hasta educado te volviás”.
y aunque es difícil de entender o mejor dicho de aceptar tiene razón San Agustín “no nos pongamos tristes por haberla perdido, demos gracias por haberla tenido”. Otro Juglar afirma “Recordarla aún me produce llanto, es que un día murió la madre mía, nada es lo mismo desde que sus manos no tocan las manos mías, no sé cómo pensarla muerta, ni cuándo comenzar a soñarla, sólo sé que está presente en mis dedos que escriben estas líneas; ¿cómo llamarla para contarle tantas cosas que tengo que contarle y saber que piensa ella? De la cosas bellas y tristes que ocurren en mi vida, son tan sólo nueve años desde que se fue este día”.
Mi madre partió hace ocho años un día como hoy. Diría que, al igual que llegué a sus brazos, ella se fue en los míos; aunque sé, que desde donde está, está conmigo.
¡FELIZ DÍA DE LAS MADRES!
¿Alguien puede asegurar que esto ya está decidido?
RAÚL CASTELLANOS HERNÁNDEZ / @rcastellanosh