Si la política tiene sus espacios y sus explicaciones, dos hechos han mostrado hasta qué niveles bajos ha caído la política institucional:
1.- El presidente Enrique Peña Nieto difundió en redes sociales el martes 18 las calcetas deportivas que usó en la carrera de Molino del Rey del domingo porque se hizo viral la versión de que se había puesto esas medias al revés. Las calcetas en realidad tienen un parche gris en el empeine y no en el talón. Por tanto, el escándalo en redes fue fabricado y alrededor de una mentira.
2.- El domingo 16 el diario The New York Times publicó un severo editorial en contra del gobernador de Veracruz, Javier Duarte, y del gobierno de México por el caso del fotorreportero Rubén Espinosa y de otros periodistas asesinados, perseguidos y obligados a exiliarse. El tema pareció desproporcionado: el asesinato del fotógrafo nada tuvo que ver con las amenazas políticas; sin embargo, la pésima estrategia de comunicación del gobernador Duarte, sus respuestas burlonas y arrogantes, y el vacío de política de comunicación social del gobierno federal llevaron el tema de la represión a la prensa a la edición dominical del NYT que tiene circulación de más de millón y medio de ejemplares.
Los dos casos debaten el fracaso de la comunicación política de gobernantes justo en la fase de mayor participación política de la sociedad en las redes sociales. Como nunca antes la política es imagen, discurso y sensibilidad, justamente las tres características de la comunicación. La dinámica de las redes, la existencia de una sociedad-red y un Estado sin una estrategia ni política cibernética inclusive ha distorsionado los márgenes de funcionamiento filosófico de la “acción comunicativa” de Jünger Habermas: comprensión, verdad, rectitud y veracidad.
Hoy las redes son carreteras de mentiras y distorsiones. La velocidad del Twitter y la personalización del Facebook han servido a la sociedad mexicana para romper con los estrechos márgenes de funcionamiento de los medios de comunicación como parte de los aparatos ideológicos y de dominación del Estado y de las clases dominantes, incluyendo inclusive a la izquierda.
Por una no-política de comunicación social (como la llamaba Manuel Buendía en los ochenta), el asunto del fotorreportero de Veracruz colocó el tema de las agresiones, amenazas y presiones sobre periodistas en el estado en la agenda prioritaria. El descuido y la frivolidad del gobernador en el caso del fotorreportero lo pusieron en la lista de gobernantes trogloditas (Montesquieu en Cartas Persas) del The New York Times y de paso le endosaron el problema al presidente Peña que nada tenía por la carta de 500 intelectuales. Duarte quedó ya marcado como el gobernador más represor de la prensa y será un problema priísta en las elecciones del año próximo.
Ambos casos –las medias y los asesinatos de periodistas– se han potenciado por inexistentes estrategias de comunicación social: los políticos se olvidaron que la política es imagen y comunicación, y que en redes se está configurando una sociedad irritada que –como en España– estalló para romper la estabilidad institucional del sistema político y sobre todo para disminuir la cohesión social.
Y esa no-política de comunicación nos ha conducido a debatir no el futuro de la república o la criminalidad del poder sino a viralizar unas medias deportivas y a aparecer negativamente en la sección editorial del NYT como gobernadores trogloditas.
@carlosramirezh