Niños triquis. Los campeones descalzos de la montaña

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La imagen se esparció virulenta por la red. En ella se aprecia a un pequeño jugador de uniforme rojo que descalzo dribla a su corpulento oponente, que viste un elegante uniforme azul con unos llamativos zapatos deportivos.El pie de foto solo decía: “Nuestros niños Triquis vs. Los Lobos de Chihuahua. Y ganaron los hijos de Oaxaca. Digno de ser compartido. La imagen habla más que mil palabras”. ¿Quiénes eran esos pequeños capturados en esa conmovedora foto y qué habían logrado entonces?

Recostado sobre una colchoneta colocada en el piso de la Casa del Pueblo de Santa María del Tule, que no es más que un caluroso y amplio bodegón con cocina y baños, Kevin Hernández Hernández lanza una y otra vez el balón al aire. Junto a él descansa un pequeño trofeo dorado que lo acredita como el mejor jugador del último torneo que su equipo de niños de la región triqui de Oaxaca ganó en el norte del país y que les dio el pase para asistir a un torneo de la mismísima NBA en Orlando, Florida, el próximo mes de julio.

Kevin es un pequeño de piel morena curtida por las horas de Sol a las que ha sido sometido en sus jornadas laborales en el campo. A sus nueve años, este niño originario de un conflictivo pueblo triqui llamado El Rastrojo, sabe muy bien lo duro que es vivir en las montañas rodeado de pobreza y hambre. Sabe, también, que para sobrevivir hay que dividir un plato de frijol, una tortilla o, incluso, ir a buscar su propia comida a la montaña.

Pero el pequeño Kevin no es el único que es consciente aquí de ello. Casi todos sus compañeros vienen de la misma región, como su amigo Paulino Martínez, quien le acaba de aventar a Kevin un limón al tiempo que le sonríe para invitarlo a jugar en medio del bodegón.

Los dos pertenecen al programa de la joven Asociación de Basquetbol Indígena de México (ABIM), la cual busca rescatar a los pequeños de la comunidad triqui de la pobreza y la violencia a través del conocido como “deporte ráfaga”, al tiempo que buscan reducir los históricos conflictos en los que se encuentra sumida desde hace años esa apartada región del noroeste del estado de Oaxaca.

Kevin acepta divertido el reto de Paulino y le avienta rodando sobre el piso la fruta casi seca para que su compañero se tire como portero sobre el piso para evitar un “gol”.

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He llegado hasta el famoso pueblo del milenario árbol del Tule en busca de un peculiar equipo de basquetbol: la escuadra de la Unidad Deportiva Movimiento de Unificación y Lucha Triqui (UDMULT), compuesto por niños y niñas de esa región pegada al estado de Guerrero, quienes realizan un singular campamento de vacaciones, parte de un programa formativo con miras a los próximos compromisos deportivos que el equipo tiene en el futuro.

Unas horas antes de viajar a El Tule, el director del ABIM y creador del programa, el profesor Sergio Zúñiga se puso en contacto conmigo para avisarme que esa mañana en la capital del estado los niños del UDMULT “A” y “B” —la categoría de Kevin y de Paulino— recibirían un nuevo homenaje de un grupo de empresarios por su primero y segundo lugar en el campeonato Youth Basketball of America (YBOA) en su edición México, que se celebró en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, del 15 al 17 de marzo.

“Los muchachos ganaron todos los juegos del torneo hasta que tuvieron que enfrentarse entre ellos en la final, la cual ganó el equipo A comandado por Kevin Hernández. Lo hicieron descalzos porque pidieron permiso al entrenador y al comité organizador del torneo”, me dice Alfredo Martínez, uno de los entrenadores que hoy responden preguntas al grupo de reporteros locales que han venido a cubrir el desayuno, pero cuya historia va más allá de los reflectores.

A bordo de la caja de la camioneta que nos conduce junto a los niños del UDMILT a Santa María del Tule, ubicado a 10 kilómetros de la capital, donde se lleva a cabo el campamento, Guillermo me cuenta que de la mano de sus compañeros de la ABIM, ha tenido que recorrer los intrincados caminos de la sierra noroeste del estado para buscar a niños con aptitudes para jugar basquetbol. La tarea de Guillermo ha sido complicadísima, ya que el viaje para llegar de la capital del estado hasta comunidades como El Rastrojo toma alrededor de siete horas, más de lo que toma viajar de la ciudad de Oaxaca a la Ciudad de México.

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Sergio Zúñiga llegó a finales de 2009 al noroeste de Oaxaca. El ex jugador profesional de baloncesto originario del Distrito Federal quería ayudar a alguna región del país a través de sus conocimientos deportivos como entrenador. La de los triquis le pareció la indicada por ser una de las zonas donde más se practica ese deporte, obligados por las abruptas condiciones geográficas.

En el maravilloso jardín que rodea al majestuoso Árbol del Tule, Zúñiga recuerda que fue gracias a un reportaje que vio en la televisión como se enteró de los conflictos que aquejaban a la zona triqui del estado. “Decidí visitar las comunidades para poder presentarles un proyecto —cuenta el corpulento profesor de mirada serena. No fue fácil pues me encontré con 18 comunidades muy arraigadas en sus tradiciones”.

El gran conflicto que sufre la zona triqui, con cerca de 25 mil indígenas, es principalmente por el poder político de San Juan Copala, quizá el pueblo y agencia municipal más importante de la región perteneciente al municipio de Santiago Juxtlahuaca. Ahí han tenido lugar sangrientos enfrentamientos entre grupos desde hace décadas, lo que ha causado que muchos pobladores emigren a la capital del estado, a otras entidades del país como jornaleros, al DF e incluso a Estados Unidos, donde se cree que se encuentra 10 por ciento del total de la población triqui.

Al principio, cuenta Zúñiga, “los líderes pensaban que yo venía del gobierno, del servicio secreto; pero no, solo quería ayudar”. Entre aquellos líderes se encontraba Rufino Merino Zaragoza, uno de los dirigentes del Movimiento de Unificación y Lucha Triqui (MULT), una organización que en repetidas ocasiones ha sido señalado como un grupo paramilitar que opera en la región.

No obstante, el entrenador pudo convencer a los líderes de que el deporte podía ayudar a mejorar las condiciones de vida de sus niños. “Para pertenecer al equipo los niños tienen tres condiciones —cuenta. La primera es que tengan 8.5 de promedio en la escuela; la segunda, que hablen su lengua materna, el triqui; y la tercera, que ayuden en las tareas del hogar. Esto ha ayudado a que los niños se motiven y comiencen a verse cambios significativos en ellos”.

Pero además, cuando los niños son seleccionados de sus comunidades saben que van a disfrutar de otra ventaja que para muchos otros no lo sería: comer bien. Durante la semana los chicos entrenan en su comunidad con otros niños y los fines de semana son concentrados en Santa Cruz Río Venado, situado en el Municipio de Constancia del Rosario, donde reciben buena alimentación; lo mismo durante las vacaciones, en los campamentos que hasta ahora han sido realizados en Huatulco, en el Estado de México y aquí en El Tule.

Existe una motivación extra para los pequeños: vivir experiencias nuevas que de otra forma no podrían experimentar, además de los viajes a la capital del estado a torneos deportivos dentro y fuera de la entidad. Gracias a una red de patrocinadores y donaciones, los niños reciben uniformes y calzado deportivo nuevo; Zúñiga me dice que es de lo más emotivo, porque muchos de ellos prefieren no usarlos para no desgastarlos y porque les salen ampollas en sus pies al no estar acostumbrados al calzado.

Aquí también pueden experimentar cosas que parecerían comunes y corrientes para los pequeños de su edad, como nuestra visita al circo donde Kevin y los otros 78 niños participantes del campamento se admiraron con los felinos, rieron con los payasos y comieron palomitas de maíz con mucha salsa. Igualmente sorprende a los entrenadores escuchar a los niños decir en triqui que no saben qué es esa bebida fría espumosa color café que bebieron en el desayuno ofrecido en la capital, pero que estaba muy rica.

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La casa del pueblo de Santa María del Tule, donde se alojan los equipos de cuatro categorías del ABIM, está justo enfrente del jardín central. Como es costumbre, en él hay un kiosco. En una banca cubierta por una sombra, una niña agita fuertemente un biberón frente a su hermanito que está recostado en el duro metal. La pequeña mira de reojo a su otro hermano que corre libremente al tiempo que pone la tetina en la boca del bebé.

La escena no es desconocida en el estado ni en el país. Niñas haciendo la tarea de las madres mientras éstas trabajan o se desentienden de los pequeños. Éstas imágenes son las que más parecen preocupar al profesor Sergio Zúñiga. “Hace unos meses tuve una alumna que me marcó mucho porque la casaron a los 14 años. Ahora me preocupa un caso en especial —dice—. El de Daisy”, una chica de 11 años que juega regularmente sin tenis junto a su hermana Jimena, de 10 años. “Tengo dos años antes de que la vendan”, asegura preocupado.

En las comunidades triquis aún continúa siendo una práctica común acordar los matrimonios a muy temprana edad mediante el pago de una dote. Según Zúñiga, muchas familias no dejan que sus hijas abandonen sus comunidades para ir a jugar basquetbol porque perderán valor. “Incluso me dicen que no las deje hacer abdominales o lagartijas porque es malo para tener hijos”.

No obstante, a las siete de la mañana, después de arreglar sus colchonetas y sus cosas, los pequeños salen a bordo de las camionetas pickups camino a su primer entrenamiento del día, el cual durará dos horas. En tres canchas de basquetbol y un campo de futbol polvoriento, donde se realiza el acondicionamiento físico, se dividen las cuatro categorías. El profesor Sergio vigila atento cada entrenamiento.

En el campo de futbol, Kevin es el primero en realizar los intensos ejercicios, lo siguen Paulino, Baltazar, Alexander, Lucero, Mireya, Cristophe, Brayan, Jesús, Froylán, Kevin Martínez, Rigoberto, Quirino, Bernabé y Celestino, los campeones descalzos de la montaña.

Agencias