Con tristeza, para Juan José Bravo Monroy, con quien compartí mucho de lo que aquí se dice.
Hay en el ambiente un cierto clima de zozobra. Como si algo estuviera a punto de ocurrir y no sabemos qué es ni cómo guarecernos. Como si estuviéramos sentados encima de una olla a presión a punto de estallar. En el ambiente hay también angustia porque en vez de abrir las válvulas, averiguar qué está fallando y corregirlo, se dilapida el tiempo entre agravios y se cierran los espacios de buena voluntad para alcanzar los acuerdos nacionales que serán indispensables para gobernar un país tan lastimado como el nuestro.
Los candidatos hacen proselitismo y los ciudadanos vamos a votar. De eso se trata la democracia. Pero desde los extremos, los políticos concentran todas sus energías, imaginación y recursos en desacreditar a sus oponentes. Se llama “guerra sucia” y dice, con razón o sin ella, por qué no deberíamos votar por los adversarios de un candidato. En la competencia democrática se dice, también con o sin razón, por qué sí deberíamos votar por ese candidato. La una es negativa y la otra positiva; la guerra sucia alimenta la violencia y divide a la gente; la política induce a la reflexión y a la crítica. Todos se acusan de practicar la guerra sucia, pero la historia de cada candidato saca a flote la verdad.
Nuestra sociedad está fracturada. Lo está desde hace mucho tiempo, pero la guerra sucia–la sucesión de ellas– está dividiéndola más. México tiene fracturados todos los huesos.
La fractura mayor es económica, social, cultural y de expectativas. Pobres, ricos y clases medias viven en mundos distintos y distantes: un indigente ni siquiera se imagina cómo viven las familias privilegiadas. Éstas tampoco se imaginan cómo sobreviven los indigentes: cada uno en su propia realidad, cada uno en su propio país. La conversión de los pobres en clases medias, que transformó al país en el siglo XX, no existe más; hoy ocurre lo contrario: las clases medias se están empobreciendo: y buscar comida en los basureros conduce al suicidio, como bien lo saben los griegos.
Estamos fracturados por el miedo y el odio: unos matones –jóvenes que podrían ser campesinos, trabajadores o estudiantes de ingeniería– son enemigos de otros matones y de las fuerzas armadas; las balas siegan por igual la vida de sicarios, soldados, civiles, niños, mujeres, ancianos.
Con un lenguaje ofensivo, casi escatológico, los políticos enrarecen el ambiente. Una buena señora llamada Josefina –su mérito era la capacidad de conciliación– hoy espeta ofensas y calumnias a todas horas para no quedar en el tercer lugar en las encuestas. Y un hombre sedicente amoroso, cuyos excesos verbales –y los de Fox– le costaron muchos votos en 2006, ya prepara el conflicto postelectoral.
Sé que proponer algo en un artículo de prensa, es como meter un mensaje en un frasco y tirarlo al mar. Tomo no obstante el frasco y meto en él cinco proposiciones inviables pero a mi juicio, indispensables.
1. Propongo que los candidatos hagan un pacto para que el debate domingo sea para confrontar propuestas –confrontar es comparar, no enfrentar– y no para intercambiar injurias.
2. Propongo que el IFE, el TRIFE y la FEPADE impidan que los funcionarios de los tres órdenes de gobierno se entrometan en el proceso electoral. Que rescaten el inmenso prestigio de las instituciones electorales de los tiempos de Woldenberg, que nos sacó de una grave crisis política.
3. Propongo que el MP acuse a los que deba acusar, pero no como pretexto para fines electorales, pues cuando termine el arraigo de los detenidos y les digan “usted perdone”, ya habrán pasado las elecciones y el daño estará hecho: así ocurrió con los 25 millones de pesos de Veracruz, que fueron devueltos a ese gobierno, no sin antes usarlos de pretexto en decenas de campañas calumniosas.
4. Propongo que en el debate del domingo, los candidatos hagan un pacto público: acatar los resultados de las elecciones y convocar a sus partidarios a que hagan lo mismo.
5. Propongo que antes de las elecciones, los tres candidatos viables se reúnan y acuerden unas cuantas prioridades que están en sus respectivas plataformas políticas: empelo, educación, crecimiento económico, política social y combate al crimen organizado con la menor violencia posible: formen grupos mixtos de trabajo para que redacten cinco párrafos: uno por tema con los objetivos que comparten Josefina, Peña y López Obrador. Eso sería hacer un frente político común contra la violencia y los violentos.
Señores candidatos: evítennos sobresaltos y miedo innecesarios; suspendan la violencia verbal, que antecede a la física; el pueblo ha sufrido mucho en estos años, no agraven su dolor. Sé que ninguno de ustedes leerá estas propuestas y que si alguno de sus colaboradores lo hace, las desestimará porque no atacan ni defienden a su candidato.
Pero yo arrojo mi frasco al mar, a lo mejor otro náufrago en alguna otra isla desierta lo encuentra, lee el mensaje, agrega el suyo y vuelve a lanzar el frasco a al mar.