Lluvias atípicas sobre la mayor parte del territorio mexicano. Todavía hace unos cuantos meses el gobierno federal y los estatales o municipales se quejaban de la sequía que asolaba a muchas entidades del país y que propiciaba falta del líquido para consumo humano y para el campo.
En la Ciudad de México se anunció que habría reducción de agua domiciliaria debido a que el sistema Cutzamala que nutre de agua a la mayor parte de la capital del país estaba en niveles extremadamente bajos y que habría desabasto.
De todo esto se hablaba hace apenas unos meses. De pronto, en junio pasado, el Sistema Meteorológico Nacional anunció que se pronosticaban lluvias atípicas en los días y semanas siguientes, en principio provocadas por el Frente Frío Número 59 (fuera de temporada), que se combinaría con un canal de baja presión. ¡Cuidado! Alertó.
Además, el mismo SMN indicó que vigilaba dos sistemas con posibilidad de desarrollo ciclónico, uno en cada océano… Por su parte el Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred) advertía que para septiembre habría una temporada fuerte de ciclones en el Pacífico, Golfo de México y el Mar Caribe, lo que traería una fuerte cantidad de lluvias en la mayor parte de los estados cercanos al mar e, incluso, en el altiplano. ¡Alerta!
Como fue. Para septiembre las lluvias torrenciales en la mayor parte del país fueron excepcionales. Arrasaron de pronto en zonas que antes no sufrían del acoso extremo de lluvias y si, por el contrario, por falta de ellas; ríos desbordados; vientos extremos; inundaciones por la incapacidad del drenaje para absorber las cantidades insospechadas de lluvia. Falta de luz y teléfono.
Y lo más doloroso: la tragedia: Personas que fueron arrasadas por las corrientes de agua, ya por desborde de ríos o porque el agua fue tanta que inundó calles con crecientes hasta de tres metros…
Como ocurrió en Tula, Hidalgo, en donde además del exceso de lluvias hubo la creciente del río de Tula y la presa llegó a límites del colapso por lo que tuvo que desahogarse. Inundó aún más a Tula. El agua dañó todo a su paso. Se analiza ya si el desfogue de la presa se hizo de forma apropiada o no y lo que esto significa en vidas humanas en salud y patrimonio…
Ahí mismo, por desgracia, fallecieron 16 personas en el Hospital del Seguro Social-Tula luego de que se inundó y que faltara el suministro de oxígeno para personas que lo requerían urgente. Habrá que deslindar responsabilidades ahí, aunque ya unos y otros sacan las manos y acusan a los demás. La negligencia también es corrupción y es mortal, como en este caso…
Y no habían pasado unos cuantos días cuando el Cerro del Chiquihuite, en Tlalnepantla, Estado de México se desgajó en una de sus partes y rocas de gran tamaño reblandecidas por las lluvias copiosas cayeron sobre casas humildes construidas en zona de riesgo; casas de personas que no tienen otra opción para hacer la vida en vista de la falta de planeación y apoyos de gobierno para ofrecer vida digna a los mexicanos pobres, a los mismos que hoy se invoca con tanto énfasis.
La tragedia por lo que está ocurriendo en muchas partes del país ha dejado desastres, pérdidas de vidas, pérdida de bienes patrimoniales, casas, muebles, enseres, alimentos… dolor y pesar por el futuro incierto para quienes han perdido lo único con lo que contaban. Las escenas que hemos visto son trágicas y dolorosas para cualquier ser humano…
Pero no para todos. Para apoyar a los mexicanos en condición de desastre se había creado el Fondo de Desastres Naturales (Fonden) que era un fideicomiso para ayudar a los estados ante un desastre, como un terremoto o huracán, por ejemplo. Con recursos federales, que es decir, de todos.
Y funcionaba. Apoyaba a las entidades federativas de la República Mexicana, dependencias y entidades de la Administración Pública Federal, para atender los efectos que producen fenómenos naturales y que debido a su magnitud superaran las capacidades financieras de los estados, dependencias u organismos paraestatales.
Ropa, medicamentos, alimentos; reconstrucción de los hogares y reparar la infraestructura era su tarea. Y para que esto operara, los gobiernos estatales deberían hacer la declaratoria de desastre a fin de utilizar los recursos para los afectados, los que recibirían sólo en especie, no en efectivo.
Pero nada importa: Fonden desapareció en octubre de 2020 junto con otros 109 fideicomisos a petición del Ejecutivo y aprobado de forma solícita por la Cámara de Diputados. El argumento presidencial para desaparecer al Fonden fue de que “estos recursos se manejaban de forma discrecional y había corrupción, por lo que habría que desaparecerlo.”
Y se anunció que en adelante los recursos para casos de desastre se entregarían de forma personalizada a los afectados; uno a uno. Sin embargo hoy mismo estos apoyos están ausentes y mucha gente los requiere ya, en este momento de urgencia extrema, para sobrevivir y recuperar la vida que se fue con sus bienes o con sus seres queridos.
Si Fonden era ese dechado de deficiencias, corrupciones y malos manejos que se acusó para terminarlo, debió hacerse la investigación correspondiente, someter al imperio de la ley a quien lo hubiera cometido y mejorar a este Fondo, haciéndolo preventivo, como reactivo. No desaparecerlo.
Porque hoy ni programas de prevención, ni programas de reacción hay. Nadie atiende los “¡Alerta!” Se sabe ya que estos fenómenos hidrológicos serán frecuentes cada vez más:
¿Qué se hace para prevenir sus consecuencias? ¿Qué se hace para apoyar cuando hubieran ocurrido tragedias? ¿Alguien lo sabe? ¿El gobierno federal lo sabe sin Fonden que apoyaba? ¿En dónde está la mano de gobierno federal para ser solución? Y ¿Los gobiernos estatales y municipales que están haciendo para prevenir y no lamentar?