Afiliado al PRI en el año más agitadodel gobierno de Luis Echeverría, al doctor José Narro Robles le tocó ver, impávido, silencioso, sumiso, cómo los presidentes de la república en turno destrozabanal partido, lo convertían en el payasode las cachetadas y lo llevaban a tresderrotas presidenciales.
A Narro le tocó trabajar en el fondodel salinismo que destruyó al PRI por intentar convertirlo en el Partido Salinista de Solidaridad, vio impávido cómo el salinismo destruyó a Luis Donaldo Colosio y fue parte directa de la pantomimadel presidente Enrique Peña Nieto para imponercomo candidato al no-priísta José Antonio Meade Kuribreña.
Y en esos años, Narro fue un priísta mansoy resignado. Y a pesar de que Peña Nieto y sus operadores –Manlio Fabio Beltrones, Aurelio Nuño, Luis Videgaray y Emilio Gamboa– humillarona Narro haciéndole creer que tenía tamaños para ser candidato presidencial en 2018, Narro aceptóuna segunda pantomima: ser candidato directo de Peña Nieto para la presidencia del PRI vía Beltrones… y de nueva cuenta fue despreciado.
Ahora Narro culpaal PRI, a la falta de democracia interna. Este último dato dejó entrever que Narro había sido siempre un arribistaen el partido y, lo más importante, un político ingenuo: suponer que el PRI iba a abrir una elección democrática de su dirigencia fue un pecado de inocencia dentro del infantilismopolítico.
De ahí que la renuncia de Narro nosea una afrenta al PRI, sino una actitud timorata dirigida al PRI para que lo escuchara Peña Nieto y sus operadores.
El priísmo que empujó a Narro a la aventurainsensata y pueril de competir por la elección de dirigencia nacional del PRI fue el mismo priísmo que hundióal PRI a una votación presidencial de 13%en las presidenciales del 2018 y que tiene a las bancadas del PRI en el rincón de la pequeñez: 9.4%de diputados y de 10.9del Senado.
El candidatode Peña fue, al principio de la contienda, Narro. El gobernador campechano Alejandro Moreno Cárdenas se metióa la competencia construyendo un bloque de poder real y su perfil ganador llevó a otra–una más– traición de Peña Nieto: abandonar a Narro y sumarsea Alito.
Quedan los 46 años de Narro en el PRI sinuna posición clara, sin ninguna crítica, como peónde los intereses en turno, subordinado al cacicazgo político-académico de Jorge Carpizo MacGregor como un operadordirecto de los intereses del salinismo. Su paso unos meses de 1993 por la Fundación Siglo XXI del PRI fue invisible, sin una idea. Eso sí, sus doce años como rector de la UNAM ahora se entienden como parte del controlpriísta de esa universidad.
¿Qué hizo Narro como priísta cuando Echeverría rompiólos escalafones del PRI o cuando López Portillo metióa los neoliberales al partido y a la presidencia o cuando De la Madrid dio un portazoa las demandas democratizadoras de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano o cuando Salinas despriizóal PRI para convertirlo en el partido de Solidaridad y del “liberalismo social” o cuando asesinaron a Colosio dentrode “una tremenda lucha por el poder” –frase de Salinas de Gortari– o cuando Zedillo desprecioal PRI y promovió la victoria del PAN o cuando Roberto Madrazo –el jefe político de su ahora aliado Ulises Ruiz Ortiz– se agandallóla candidatura fracturando al PRI o cuando Peña Nieto frivolizóal PRI con la ayuda de Ivonne Ortega como secretaria general del partido o cuando el PRI de Beltrones perdiósiete gubernaturas en 2016 o… bueno, en esos tiempos en que el PRI fue destruido?
Los promotores de la candidatura a la presidencia del PRI de Narro lo abandonaron: Beltrones y Nuño. Si fuera un político congruente –se ve que no es ni una cosa ni la otra–, Narro debería revelarsus complicidades con Peña Nieto y los planes de Peña Nieto de usar ese PRI para mantener el pactosecreto de impunidad con el presidente López Obrador. Además, Narro debería dar otrogesto de honestidad política: develar sus acuerdossecretos con Ulises Ruiz Ortiz e Ivonne Ortega Pacheco, con quienes pactó un acuerdo para llegar a la presidencia del PRI y cederlesposiciones partidistas, aunque en el entorno de Narro descubrieronque ninguno de los dos exgobernadores tenía en realidad votos garantizadosy se habían aprovechado de la ingenuidad política de Narro para ganar sin apostar.
La crisis del PRI en la renovación de la dirigencia es la última heredadapor Peña Nieto.
Y Peña Nieto, bailey baile.
Despertar. Por cierto, la exgobernadora yucateca Ivonne Ortegaanda en las mismas de Narro: toda su vida política dependió del dedazoy la sumisión y ahora descubre que el PRI ¡tiene militantes! Que exigen participación de las decisiones. Y Ulises Ruiz Ortizrecibió la propuesta de Peña Nietoen 2011 para hacerse cargo del PRI, pero dijo que estaba muy arrinconado por la crisis magisterial en Oaxaca y el colapso de 2006, pero propuso que el dirigente fuera Humberto Moreira, y Peñale hizo caso. Los dos exigen que se atienda a la militancia.
Política para dummies: La política debe tener, cuando menos, algo de seriedad.