La presencia del narcotráfico colombiano es cada vez más visible en la Argentina. Al menos una vez por año, desde 2009, son detenidos aquí capos importantes , hombres que pasan como adinerados empresarios sin que ningún organismo de control haga sonar la alarma por las enormes operaciones económicas expuestas tras sus capturas. Marcados en el exterior, cayeron desde Luis Caicedo Velandia hasta el actual Henry de Jesús López Londoño. Ante cada arresto la voz oficial repite el mantra: los carteles de drogas no se instalaron en la Argentina. El secretario de Seguridad, Sergio Berni , fue quien expuso esta vez la pregunta ineludible. ¿Qué hacen entonces en nuestro país?
La respuesta preocupa a las autoridades, ya que han encontrado pistas firmes de jefes colombianos que se ocupan del reclutamiento de organizaciones criminales locales. Cabecillas intermedios del narcotráfico argentino son contactados por las organizaciones mayores y enviados a Colombia para perfeccionarse en el negocio. “Allá hacen posgrados de traficantes”, explicó a LA NACION un funcionario familiarizado con las tramas del negocio local de las drogas. Su afirmación coincide con la del jefe de la Policía Nacional de Colombia, general José León Riaño.
El experimentado oficial de la policía colombiana, un veterano en la búsqueda y captura de los más peligrosos cabecillas de organizaciones de narcotraficantes en aquel país, en un diálogo con LA NACION expresó que una de las misiones que tienen los jefes narco en la Argentina -y en otros países de la región- es reclutar estructuras criminales ya armadas en el mercado local para potenciar los beneficios de acuerdos entre bandas.
León Riaño definió que ni siquiera en su país existen carteles de drogas como los de antaño, sino que grupos forjan alianzas circunstanciales, según su especialidad: “Algunos aportan la droga, otros la forma de movilizarla, la protección, la comercialización, el financiamiento o el lavado. Los carteles como se los conocía en los 90 no existen, no hay un grupo que asuma todas las instancias de ese negocio ilegal”.
UN NEGOCIO DE LOGÍSTICA
La fuente argentina hace su aporte: “El negocio del narcotráfico deja de ser un comercio de sustancias, para pasar a ser de logística”.
En ese contexto, podría resignificarse la idea sobre la no existencia de carteles instalados en la Argentina, dado que hoy no se considera así a las bandas de narcos más allá del proceso de necesaria síntesis periodística.
Las denominaciones para estos grupos ilegales quedan entonces abiertas, según puede desprenderse de lo expresado por funcionarios y policías de aquí y del exterior. Más allá de los nombres, la competencia es por la organización del mercado.
Y en ese aspecto, las autoridades creen que se está frente a un proceso de perfeccionamiento, de búsqueda e instalación de cabecillas locales que permitan a los jefes colombianos contar con una red local confiable, que les asegure nuevos mercados y, sobre todo, nuevas rutas.
En el armado de ese tejido de ilegales aparece el caso de Rosario. Varios resonantes sucesos tuvieron por escenario a esa ciudad, cuya fuerza policial quedó conmocionada por el arresto el mes pasado de su por entonces jefe, comisario general Hugo Tognoli, por supuestos vínculos con narcotraficantes.
En medio del escándalo que tuvo derivaciones en luchas políticas, los investigadores policiales están tras la pista de un argentino que estaba en Colombia durante los allanamientos ordenados por la Justicia para desmantelar parte de su banda.
Esa persona, según las fuentes reservadas a las que tuvo acceso LA NACION, habría empezado en el negocio del tráfico de droga en volúmenes menores, mediante la utilización de una red casera en la que, en principio, se habrían involucrado familiares y allegados. La organización creció y, en una segunda instancia, comenzaron a abastecer a un grupo mayor de vendedores callejeros de cocaína, según reveló un investigador.
Cuando el mes pasado las fuerzas de seguridad irrumpieron con órdenes de allanamientos y de arrestos entre sus vínculos más cercanos, se encontraron que este cabecilla territorial se encontraba en Colombia, supuestamente, informándose sobre las características que debe tener una organización criminal y con el fin de estrechar una alianza con nuevos proveedores de cocaína colombiana.
No sería el único caso, ya que las autoridades políticas argentinas estiman -aunque no lo afirmen en sus declaraciones públicas- que esas situaciones se repetirían cada vez con mayor frecuencia.
Ese armado de redes espectaculares con las que actúan en Colombia explicarían los asesinatos en “ajustes de cuentas” que en Rosario superan, no sólo los permeables niveles estadísticos, sino que remiten al narcotráfico por su forma: el asesinato callejero en motocicletas.
Especialistas colombianos, ex funcionarios en su país, explican que la replica constante de esa modalidad marcaría la puesta en marcha de una suerte de escuela de sicarios, cuya escala de ascenso en la organización está vinculada con la cantidad de homicidios cometidos.
Sin necesidad entonces de trasladar toda la organización, los narcos colombianos reclutan y forman a la mano de obra local. Y abren sus cursos de management criminal para los cabecillas locales.
La Nación