Algunos comentaristas hispanos que viven en los EE.UU. han comenzado a tomar el argumento de que el affaire Donald Trump había sacado del ropero de los cachivaches mexicanos el nacionalismo que había enterrado casi boca abajo el tratado de comercio libre de Norteamérica. Pero no, en realidad no fue para tanto.
El nacionalismo está asociado al concepto de patria –tierra paterna– y de nación; y en realidad la oleada crítica estuvo muy lejos de una revisión –por lo demás necesaria– de las relaciones históricas y soberanas entre los dos países; y lo que quieren es que Trump no deporte a mexicanos y sí les facilite su incorporación como nacionales estadunidenses.
Así que el asunto Trump tuvo que ver sólo con estados de ánimo, el dinamismo anti Peña Nieto en las redes cibernéticas que no han hecho más que socializar las pasiones-pánicos individuales. Lo grave es que el repudio a Trump ha llevado a importantes élites mexicanas a manifestar su deseo de que Hillary Clinton gane las elecciones.
Los comportamientos políticos de los gobernantes estadunidenses no reflejan decisiones individuales. Aquéllos que lo hicieron en su momento, pagaron con su vida o con sus empleos el desafío a la estructura de poder del establishment del poder de los EE.UU., lo mismo John F. Kennedy que Jimmy Carter. Y los que han abusado del poder para beneficio del poder –Richard Nixon y sus trampas, Bill Clinton y sus abusos sexuales y Obama y su espionaje violador de los derechos humanos– han recibido el beneplácito social.
De ahí que haya que matizar la percepción anti Trump. Hillary ha mostrado ya tendencias imperiales, continuará con las deportaciones masivas aumentadas por Obama y tratará de reconstruir como Reagan y Bush Jr. el poderío militar estadunidense. Hillary fue esposa de 1978 al 2000; y como senadora aprobó y apoyó las leyes patrióticas de Bush Jr. y sus mentiras para invadir Irak en función de la lógica imperial.
El nacionalismo mexicano se forjó al calor del conflicto histórico con los EE.UU. en el largo periodo de 1836-1914 de invasiones militares. El PRI logró esconder a México de la penetración estadunidense con el argumento de que México estaba en la lógica estadunidense pero que la Casa Blanca debería estar lejana del Castillo de Chapultepec donde ondeó la bandera de las barras y las estrellas en 1847.
El quiebre en la relación bilateral definido con la tensión dinámica dominación-resistencia ocurrió en 1991-1993 con el tratado de comercio libre con EE.UU. y Canadá; Washington ya no era más el poder que se robó la mitad del territorio con el Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848. Ahora era un socio compatible con la integración de posibilidades de desarrollo y no de agresión.
El enojo contra Trump es individual, no contra el sistema estadunidense que sigue viendo a México como el pariente pobre, sea Trump, Obama o Hillary. Por eso es que gane o pierda Trump la presidencia, el estado de ánimo negativo de mexicanos contra dichos del candidato republicano debería llevar a una reflexión social sobre el nacionalismo real –el del concepto de nación– y a una reconfiguración de los principios de soberanía basados en un modelo nacional de desarrollo.
El adversario no es Trump ni Hillary, sino el sistema productivo estadunidense basado en la exacción de otras naciones para subsidiar el sistema de vida estadunidense.
indicadorpolitico.mx
@carlosramirezh