Dicen que al morir el ahijado se acaba el compadrazgo.
Al terminar el sexenio o los trienios siempre es lo mismo: el compadrazgo se acaba.
Al inicio de los seis o tres años de gobierno, mucha gente se siente con derechos “por haberle echado la mano al ungido” durante su campaña política.
Si el elegido se pusiera a pagar favores a cada uno de los que supuestamente entregaron su vida a favor de él, no alcanzaría dinero alguno para cubrir los compromisos.
Casi siempre el candidato hace uso de todos sus recursos que tiene a la mano para que su campaña le resulte favorable. Es por eso que se ve forzado a pedir favores a determinadas personas. Frecuentemente es al periodista a quien más apoyo le pide.
Con esa solicitud muchos trabajadores de la pluma creen entender que queda establecido un compromiso entre ambos, y que cuando el político llegue al poder, éste tiene que recompensar el favor, cuando en realidad solo le dijo que le echara la mano.
Hay otros políticos, que son los menos, los que clara y abiertamente piden la ayuda al reportero para que le maneje la imagen en su medio de comunicación, y después de pasada la contienda, en caso de llegar al cargo deseado, sabrá reconocer esos servicios.
En estos dos casos, el periodista puede escoger si aceptar o rechazar la invitación. Por lo regular el reportero comprometido con sus lectores, se pone a realizar su trabajo sin pensar en una remuneración. Pero como siempre hay de todo, hay unos que ni trabajan ni publican en ninguna parte pero estiran la mano.
Hay un tercer grupo que durante la campaña se dedica a ensalzar al postulante sin tomar en cuenta el negro historial que tiene acumulado el pretendiente. Este tipo de campañas zalameras ya no las creen los electores tan fácilmente como para regalar su voto.
Pero cuando el señor llega al poder, muchos periodistas se sienten con todo el derecho de exigir porque, según, hicieron algo formidable en favor del elegido. No faltan los que piensan que por sus notas publicadas orillaron al electorado a emitir su voto por el que pidió el favor.
Por ese entendido muchos reporteros se plantan a las oficinas del nuevo funcionario para recibir el consabido compromiso que se adquirió en campaña. Y resulta que es entonces cuando aparecen mucho más los santos y mártires que se desgastaron los riñones frente a las computadoras, que los compromisos que hizo el candidato. Son mucho más los que se devanaron los sesos al escribir la nota, que el mismo número de publicaciones que aparecieron en los medios. Además, no faltan los más amigos, los más devotos del nuevo jefe que llegan a cobrar a nombre de otros periodistas.
Allí están pues, a las puertas de la oficina, los periodistas de los compromisos y los otros, que llevan la expectativa de recibir una piscachita de billetes.
Desde luego que muchos de estos recibieron mensual y religiosamente una lana sin merecimiento alguno.
Pero cuando llega el final del periodo de gobierno como el que está terminando ahora, y ya no hay más lana en las arcas para repartir, los que se dijeron amigos y los que le aseguraron al candidato que estarían con él en las buenas y en las malas, ahora resulta que lo patean desde cualquier trinchera, no porque se le va acabando el poder, sino porque ya no tiene lana que dar.
Triste realidad, en serio.
No sé porque me acuerdo en este momento de Javier Villacaña, el presidente municipal de la ciudad de Oaxaca. ¿Qué no a esos convenencieros se les dice chaqueteros?
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