Pues eso: …’siempre caen en los mismos errores…’. Eso es. En los meses recientes, a los dirigentes de Morena, estrellas, estrellitas y asteroides, se les quemaban las habas por dirigir al partido político que desde el 1 de julio de 2018 predomina en el gobierno de México…
Cada uno, por su parte, se creía con merecimientos suficientes para coordinar la acción política, estratégica, de gobierno, nacional, estatal o municipal, y mantenerse con su mayoría en los poderes de la Unión. Está bien. Es propio de todo partido político en el mundo, en democracia, buscar el triunfo y hacerse del gobierno, lo que significa que están ahí los hombres y mujeres que prometen garantizar la perpetuación de sus ideales: cuando se tienen.
Como también es propio de estos mismos institutos, garantizar que preservarán las reglas de la democracia tanto en su interior como en el exterior. Esto, por supuesto, en democracias consolidadas, formales, hechas y derechas, sin pelos en la sopa.
Pero da la casualidad de que en México nuestra democracia aún no está consolidada, porque persisten viejos vicios de corrupción electoral por aquí o por allá, a la vista o soterrados: se construyen fuerzas políticas en base a intereses particulares y de grupo, o bien intereses mezquinos que tienen que ver con el mantenimiento de privilegios o corruptelas…
Y lo peor, que los partidos políticos en México han dejado de ser organizaciones que representan la particularidad ideológica de un sector de la ciudadanía; que representan tanto su doctrina como su proyecto de país, de estado o municipio: todo eso que es primordial en estos institutos. Sí se han convertido en botín de unos, o bien la vía que conducirá a esos unos al privilegio del poder y todo lo que significa en canonjías, recursos, influencias, favores y ganancias.
Esto se percibe cada día –más o menos- en la descomposición de cada uno de los partidos que hay en México: Partido Acción Nacional; Partido Revolucionario Institucional; Partido de la Revolución Democrática; Partido del Trabajo; Partido Verde Ecologista de México; Movimiento Ciudadano; Movimiento Regeneración Nacional y el de reciente registro, Partido Encuentro Solidario. El sistema de partidos en México debe corregirse.
Y es el caso, por estos días, que el Morena tiene que cambiar a su dirigencia: a su presidente y secretario general. Y en esas andaban cuando, como si hubiera sido al llamado de la selva, aparecieron personajes de todos conocidos, con sus simpatizantes a cuestas, buscando ser el mandamás, para lo que comenzó una guerra de desgarre, de acusaciones, de señalamientos, de descalificaciones, de abusos, de corrupción y de todo el lodo que se encontraban al paso para lanzarlo en contra de sus adversarios internos.
Pero estas guerras internas, de grupos, de sectas, de tribus y de personalidades es parte del síndrome que tiene desde sus orígenes. Un partido que fue creado el 2 de octubre de 2011, impulsado por el hoy presidente de México, Andrés Manuel López Obrador…
Se constituyó el 20 de noviembre de 2012 como asociación civil y para el 9 de julio de 2014 el Instituto Nacional Electoral (el hoy tan repudiado por el presidente de México, INE) le reconoció registro como partido y cuya mayoría de sus militantes provenía de las adversidades gregarias, tribales y ambiciosas del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Salían de ahí porque el ambiente estaba enrarecido, confrontado, fraccionado y francamente en descomposición final.
Nació Morena para renovar ideales y para ganar las elecciones de 2018 –como fue-, y para aglutinar a lo que se suponía una izquierda mexicana, aunque también dio paso a todo tipo de corrientes de pensamiento, muchas que no tienen nada que ver con una izquierda definida y consciente y sí mucho más con la ambición política de muchos ahí.
Así que pasa a ser partido político y ganó las elecciones. Bien. Pero los vicios internos prevalecieron y aunque durante la batalla por conseguir ganar la presidencia en 2018 todo parecía haberse aquietado y caminaron al unísono, ahí mismo, dentro, en sus entrañas, reina la ambición de poder de unos y otros: de los radicales, de los moderados, de los institucionales, de los conservadores… Un partido que es muchos partidos y muchas discordias.
El resultado está ahí, a la vista. Puros desfiguros. La guerra interna que no se quedó dentro de las cuatro paredes del hogar político, trascendió y se hizo escándalo cuando unos a otros se dañaban y se descarnaban. Al final la elección interna de su nueva dirigencia tuvo que irse al exterior y que lo coordinara el INE. Una institución externa para cuidar lo interno.
Después de dos procesos, el INE anunció el viernes 9 de octubre que hubo empate entre dos aspirantes. Esto porque Porfirio Muñoz Ledo obtuvo 25.34% de las preferencias y Mario Delgado el 25.29%. Visto así el ganador es don Porfis, aunque el INE argumenta que es por sólo 0.5 décimas y por tanto se tendrían que ir a una tercera vuelta ellos solos.
Al momento están los dimes y diretes. Los que apoyan a Muños Ledo y los que a Mario Delgado. La guerra está a todo. Está claro que la experiencia del viejo político avanzó de forma insospechada para llegar a la final, aunque Mario Delgado cuenta con el apoyo presidencial y su figura se vincula con el canciller Marcelo Ebrard, un moderado…
No importa. Sea quien sea el presidente de este partido será de otro modo lo mismo. Las batallas estarán ahí siempre; las luchas, las descalificaciones, las acusaciones y la descomposición es un síndrome que por ahora no afectará 2021, pero luego será, y cuando esto termine, de sus entrañas nacerá otro nuevo partido, y otro y otro… Es así, porque eso: ‘Nada les han enseñado los años, siempre caen en los mismos errores…’
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