Casi todos los enfoques razonados sobre el partido Morena y el proyecto político del presidente López Obrador han equivocado el marco de análisis político: asumen la 4ª-T y sus instrumentos políticos como si fueran del PRI, cuando las dos experiencias políticas son iguales, pero no son lo mismo.
Si el presidente hubiera decidido la institucionalización de Morena, las decisiones de institucionalización de su movimiento debieron de haber seguido otros senderos: estructura corporativa, representación de clases y sobre todo una dirigencia de alto nivel –diríase que, como en el pasado priísta, de rango funcional a la altura del gabinete político–, pero desde el principio de su sexenio el presidente se deslindó de Morena y de sus necesidades.
En términos sintetizados, el presidente López Obrador nunca pensó en Morena como un partido político de un proyecto sistémico y una nueva élite gobernante, sino que asumió a su organización solo como una agencia de colocaciones, aprovechando inclusive las confusas reglas electorales que rigen a los partidos. Por eso dejó a Yeidckol Polevnsky como presidenta al arranque del sexenio y luego la relevó por Mario Delgado, dos de las figuras que trataron de administrar la organización, pero sin construirlo como partido.
El rechazo presidencial a la posibilidad de que Porfirio Muñoz Ledo fuera presidente de Morena el año pasado respondió a la negativa de iniciar a medio sexenio y con el adelanto político de la sucesión presidencial de 2024 la construcción de un partido real, porque en el fondo una estructura formal de partido dificultaría el mecanismo presidencial-personal de selección del candidato del 2024. Delgado pareció entender el escenario presidencial y solo se ha dedicado administrar las decisiones y a definir candidaturas en función de popularidad y subordinación presidencial.
El presidente López Obrador tuvo conocimiento de los conflictos del PRI como partido cuando derivó en una organización sin ideología y con una estructura que obstaculizaban las decisiones presidenciales. El régimen político actual puede caracterizarse como un sistema de ejercicio personal del poder político, sin ningún partido que obstaculice la toma de decisiones. El presidente de la República en el viejo régimen priista tenía que lidiar con entendimientos, negociaciones e imposiciones para mantener bajo control a la estructura corporativa inventada por el presidente Cárdenas.
Lo ocurrido con Morena en estos cuatro años de dominio lopezobradorista –desde las elecciones de julio de 2018– revela una intencionalidad antipartidista: un liderazgo sinrepresentación, ausencia de grupos dominantes, asunción de la militancia en lo individual y no como representación de clase o corporaciones, desarticulación en el papel tradicional de los partidos con el gobierno en el poder presidencial y cuando menos la mitad de estados de la República sin estructura funcional de comités directivos locales, además del retraso en la configuración de algunas de las estructuras del partido que se han pospuesto, como el consejo político.
El escenario de desorden político que ofreció Morena era previsible y ha estado siempre descontado por el propio presidente de la República, porque sigue prevaleciendo en el ánimo de sus seguidores aquella amenaza de que Morena se ajustaba a sus necesidades o el propio presidente se salía del partido. En la mitad del sexenio, el presidente no se ha preocupado por darle funcionalidad al partido.
En los hechos, Morena ha funcionado –y lo seguirá haciendo– como un movimiento de movimientos y una aduana para el reparto de candidaturas a cargos públicos, pero no le ha permitido convertirse –como en tiempos del viejo PRI– en la estructura de control de postulaciones. El modelo de las encuestas que no han podido demoler los precandidatos presidenciales le ha quitado al partido –aún como mecanismo presidencialista– cualquier intervención en la designación de candidatos.
En la realidad política, Morena es el presidente de la república. Y lo será en los juegos de tensiones de poder que se vienen en la designación del candidato presidencial, con el escenario de que los aspirantes saben que no cuentan con el partido ni con sus militantes y todo es espacio de competencia estará en los límites del poder presidencial.
De ahí el reporte de las elecciones del domingo en Morena: todo salió como estaba previsto.
Política para dummies: La política se ejerce con el poder, no con la ciencia política.
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