Es cierto que los asuntos públicos están plagados de mitos que generan visiones deformadas de los hechos, pero también es verdad que se ha utilizado a los mitos como pretexto para propalar falacias manipuladoras.
El tema de los energéticos es un buen ejemplo del intercambio de prejuicios de unos y mentiras de otros, que empañan la realidad y obstruyen la confrontación de ideas, base de toda democracia.
Nadie ha propuesto la venta de Pemex, entre otros motivos porque, en las condiciones actuales, los inversionistas privados no arriesgarían un solo centavo en su compra. Sin embargo, un sector amplio de la llamada izquierda ha montado una larga campaña contra la privatización de ese organismo público.
Pero los promotores de esa campaña no pretenden impedir una venta muy improbable, sino impedir cualquier reforma a la explotación petrolera que suponga la participación de capital privado.
¿Por qué no discutir lo que hay que hacer con nuestras fuentes de energía, en vez de azuzar a la gente contra cualquier cambio que se proponga al Congreso de la Unión?
En gran parte por ignorancia. Hace poco más de un mes, el periodista Pablo Hiriart afirmó en un programa televisivo de debates, que el presidente Lázaro Cárdenas “permitió la participación privada en la explotación de hidrocarburos”.
Su interlocutor, Alejandro Camacho, secretario general del PRD, creía de tal manera en su propio mito, que se comprometió a renunciar al cargo partidario si el reportero demostraba su afirmación y, en caso contrario, éste se retiraría del periodismo para siempre.
Al día siguiente, Hiriart reprodujo en su columna de La Razón los artículos 6°, 7 y 8° de la iniciativa de Ley Reglamentaria del Artículo 27 Constitucional en materia de petróleo, enviada al Congreso de la Unión por el presidente Lázaro Cárdenas y aprobada por los legisladores.
Según la transcripción del periodista, en la iniciativa se planteaba que “…podrán celebrarse contratos con los particulares, a fin de que éstos lleven a cabo, por cuenta del Gobierno Federal, los trabajos de exploración y explotación, ya sea mediante compensaciones en efectivo o equivalentes a un porcentaje de los productos que se obtengan”.
En la iniciativa también se definía los criterios para cuantificar una compensación a fin de “…que los contratistas recuperen las inversiones que efectúen y obtengan una utilidad razonable”.
Hasta ayer, el PRD no había informado que su secretario general hubiese renunciado al cargo.
¿Convierte esa iniciativa de Ley al presidente Cárdenas en un vende-patrias o en un embozado cómplice de la derecha?
Claro que no, pero casi nadie de los que objetan la reforma energética sabe qué defiende y qué combate.
El señor Alejandro Camacho es representativo de la pobreza crítica, ideológica e intelectual de las oposiciones de izquierda. Personajes como Alejandra Sota y los hijos de Marta Sahagún muestran la calidad moral de las oposiciones de derecha.
¿Sugiero con lo anterior que para los mexicanos no hay más opción que el gobierno y el PRI?
No dudaría que los sacristanes del panismo y los seguidores del líder mesiánico de la supuesta izquierda me acusaran de ello, pero esa sería una descalificación, no una razón.
¿Por qué tenemos una oposición tan raquítica, corrupta e ignorante?
Por otro mito que se convirtió en autoengaño.
En 1997 los partidos de izquierda y derecha obtuvieron la mayoría en la Cámara de Diputados y en 2000 la reacción más primitiva ganó la Presidencia de la República.
Pero los líderes de la oposición, incluyendo a políticos tan brillantes como Porfirio Muñoz Ledo, acabaron por creer que la alianza PAN-PRD era la causa de la derrota de la vieja elite priista y olvidaron que los motivos profundos de la caída del PRI estaban en otra parte.
Ignoraron, tal vez por conveniencias del momento, que la crisis financiera más devastadora en muchos años, el severo desgaste del priismo y la caída masiva del empleo y de la capacidad de compra de las clases medias propiciaron las ulteriores derrotas electorales del PRI.
Los líderes de oposición dijeron y creyeron su propia mentira: que la alianza del PAN y el PRD había hecho posible la derrota de un grupo político que se derrumbó a sí mismo por su propia decadencia y su incapacidad para mantener abiertas las expectativas que generó y satisfizo a mediados del siglo XX.
Los mitos, prejuicios y abiertas falacias suplantan la realidad, propician el engaño colectivo e impiden todo diálogo.
México no necesita una derecha fuerte, pues la tiene no en el PAN, sino en los dueños del país; pero sí necesita una izquierda que sepa historia y no vea la política como una mera oportunidad para conseguir cargos de elección popular.
Una izquierda que tome contacto con la realidad y proponga soluciones más eficaces o viables que el odiado partido que ha recuperado el poder.