Una caravana de entre diez mil y quince mil centroamericanos quiere entrar a los EE. UU. en busca del sueño americano. Lo hacen sin querer perder su propia nacionalidad al portar banderas, sin ceder cultura y exigiendo bienestar negado en sus naciones.
Sin embargo, esos migrantes de la pobreza ignoran que las masas hispanas en los EE. UU. sufren marginaciones y explotaciones peores que en sus países, aunque con pagos en dólares que representan mayores posibilidades de gasto. Es, dice una frase mexicana, salir de Guatemala para entrar a Guatepeor.
Los medios de comunicación exaltan el paraíso estadunidense de tiendas, centros comerciales, restaurantes; ponen las zonas urbanas ricas de Nueva York, Las Vegas y Miami como el sueño americano; y reconocen los altos niveles de educación y empleo.
Pero basta recorrer las zonas hispanas en Los Angeles, Nueva York, Houston, Miami y Las Vegas para exhibir el infierno en la tierra: explotación drogadicción, aglomeración, prostitución, delincuencia y todos los pecados del infierno de Dante. Las imágenes de los hispanos exitosos ocultan que en la mayoría de los casos se ha logrado no por su origen sino por su incorporación casi absoluta a los niveles de competencia para sobresalir. Algunos, ciertamente, voltean sus ojos hacia sus comunidades, pero poco en realidad pueden hacer para cambiar las cosas.
El sueño americano es una pesadilla para los migrantes. Los ilegales hoy con Trump viven con la angustia diaria de que los descubran y los deporten sin miramientos; los legales saben que sólo van a sobresalir los que tengan la audacia de hacer negocios o si entran en la estructura educativa, y al final no son muchos. Alrededor del 70% de los hispanos en los EE. UU. sufren de pobreza en el nivel de vida estadunidense, aunque la aceptan porque el pago en dólares en sus países se multiplica en moneda local y logra paliar la pobreza de sus familiares. Es más, muchos migrantes aumentan su precariedad de vida en los EE. UU. a cambio de tener más dólares que enviar a sus familias en sus países de origen.
México es un ejemplo del papel de los dólares ganados por mexicanos en los EE. UU. El envío anual de remesas pronto alcanzará la cifra de 30 mil millones de dólares anuales. Ese dinero llega a familias de migrantes en estados de la república marcados por la miseria, la falta de empleos y sin atención gubernamental. Hay poblaciones mexicanas que han sido mejoradas en servicios con el dinero de la migración.
El dato actual que revela la caravana de migrantes centroamericanos que pretende ingresar a los EE. UU. radica en el hecho de que ya no se trata sólo de jefes de familia que entrarían de manera ilegal o legal, sino que son familias enteras: esposas, hijos, padres y hasta abuelos, además de tíos y hasta familiares políticos. La abrumadora mayoría de los migrantes ha declarado que buscará entrar a los EE. UU. para trabajar, aunque las condiciones de asilo sólo permiten refugiados políticos o de seguridad.
Aunque hoy es una afirmación racista, debe usarse sólo para ilustrar la dimensión del problema: los hispanos aceptan en los EE. UU. los trabajos que ni los negros quieren. Usar así la frase le costó al presidente Fox una reprimenda de la comunidad afroamericana estadunidense. Sin embargo, en el fondo es cierta: los peores trabajos son para los hispanos, con salario mínimo si son legales o menos del mínimo si carecen de papeles legales para su estancia. En la actualidad hay alrededor de 11 millones de mexicanos expulsados por la crisis 1994-2018, de los cuales casi tres cuartas partes carecen de permiso para estar y trabajar y están en la mira de la deportación.
La zona centroamericana registra 50 millones de habitantes y tiene un PIB anual promedio de 3%, nada malo para las circunstancias de crisis. Sin embargo, el problema es la concentración de la riqueza, el desempleo y la violencia del crimen organizado. Los gobiernos centroamericanos han eludido las crisis y se han enfocado a la corrupción. Los sistemas políticos locales carecen de reglas democráticas, los modelos de desarrollo carecen de industrialización y los caudillismos corruptos han multiplicado la pobreza. México, Los Estados Unidos y Canadá –la zona de Norteamérica– se han olvidado de Centroamérica.
Las caravanas de migrantes han sido impulsadas por la violencia y la pobreza. No se quieren quedar en México porque pagan poco y hay mayor inseguridad que en sus países. Exigen que los EE. UU. los dejen entran y les den empleo y bienestar y los dejen sumarse al sueño americano. Así de simple, pero así de complejo. Y lo malo de las caravanas masivas radica en la incorporación de personas indeseables y miembros de bandas criminales.
En lugar de organizarse para luchar para que sus países aumenten el bienestar y reduzcan la violencia, los migrantes masivos –personas de condición humilde, escasas de estudios y sin expectativas de desarrollo personal– prefieren caminar miles de kilómetros para meterse en los EE. UU., donde tampoco existen condiciones de bienestar, los niveles de empleo están copados, el consumo de drogas es cotidiano y los ascensos educativos son reducidos por la educación privada.
Como ocurre en Europa, los migrantes que se acercan a los objetivos de las grandes poblaciones se quedan en la periferia y complican la precaria organización social. Las ciudades fronterizas de México con los EE. UU. padecen ya violencia y rupturas sociales por los migrantes que se quedan.
EL debate serio debe llegar pronto: la migración forzada es producto del colapso del neoliberalismo y la falta de desarrollo en los países donde la prioridad es la estabilidad macroeconómica y no el bienestar de la sociedad.