El conflicto verbal entre el gobierno de México y el de los Estados Unidos de América (EUA) arrecia cada día más por estos días.
Antes fue el tema de la exportación de aguacate, luego fue el tema de la reforma eléctrica, luego el de la importación de maíz transgénico o el tema automotriz… Hoy el tema es el tráfico de fentanilo y el secuestro y muerte de dos estadounidenses en territorio mexicano…
Lo de los problemas entre los dos países no es nuevo. No es de hoy. No es de ayer. Ni de antier. Es de siglos. De largos años de diferendos entre EUA y México, que son vecinos y que, por lo mismo, uno de ellos mutiló en su territorio al otro y éste no perdona ni olvida: reprocha y reclama.
Son países distintos en origen y destino. En la cultura estadounidense imperan los valores protestantes y calvinistas y, por lo mismo, creen en la fuerza del trabajo y la enorme valoración a los logros materiales, en tanto que en México se cree en la trascendencia del hombre a partir de sus acciones y su cosmovisión de una vida eterna, que trabaja para vivir y ‘está convencido de que la salvación se alcanza por las obras.’
Para los estadounidenses redimir al mundo es –dicen- su tarea histórica, y por tanto se meten por donde quiera; los mexicanos, encerrados en sí, trabajan pero también han generado gobiernos cuya corrupción enferma a todo el sistema nacional político, social y económico.
Los gobiernos de EUA siempre han tenido ambiciones expansionistas. Es una ambición casi desmedida. Así se hicieron de la Luisiana (1803) y de Alaska en negociaciones ventajosas para ellos.
Así, se expandió a costa de la tierra que es de otros. Sus padres fundadores llegaron de Europa (Inglaterra, Irlanda…) a lo que es la costa Este de EUA y se asentaron en un pequeño territorio para fundar ahí lo que sería su nación.
Luego se expandieron hacia el sur con habilidades políticas, económicas y militares basadas en el abuso y la mentira, la fuerza y el engaño. Así prácticamente exterminaron a las tribus indias, propietarios originarios de esos territorios.
En el caso del sur, primero llenaron de colonos estadounidenses al estado mexicano de Texas, casi abandonado por el estado permanente de enfrentamientos internos en México; luego éstos ‘texanos’ –impulsados por el gobierno estadounidense- exigieron su independencia y se declaró la República de Texas (1836) y enseguida (1845) se anexó a los EUA como uno más de sus estados.
Más tarde (1848) se firma el Tratado Guadalupe Hidalgo por la que México perdió los territorios de California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah, y parte de Colorado y Wyoming. Prácticamente la mitad del territorio mexicano… A lo largo del periodo hubo intervenciones militares de EUA en México. Enfrentamientos y muerte de muchos.
Por supuesto los mexicanos han sabido responder a estos agravios, en el mismo momento y con ahínco, valor y grandeza. Y a lo largo de los años se ha construido una política de vecindad sustentada en el respeto entre las dos naciones y las negociaciones por la vía diplomática.
Hoy, por estos días, ambos gobiernos están confrontados. Legisladores estadounidenses indignados por el tráfico de una droga sintética altamente peligrosa –Fentanilo- en territorio estadounidense y que ha causado –dicen- miles de muertes en aquel país, exigen que el gobierno de México actúe en contra de las bandas de narcotraficantes para detener este tránsito mortal.
El gobierno mexicano es acusado por ellos de hacer poco o nada para controlar a las pandillas de narcotraficantes e, incluso, los legisladores republicanos acusan al gobierno del actual presidente mexicano de proteger a estas pandillas y, por tanto, promueven un decreto y exigen al presidente Joe Biden para que sus tropas entren a territorio mexicano para perseguir a los maleantes.
Esto es inaceptable. De ninguna manera los mexicanos –ninguno- estaríamos dispuestos a que tropas militares entraran a territorio mexicano con este pretexto. Hay formas de arreglo, métodos y estrategias distintas: la primera de ellas: que en EUA se abata con seriedad y rigor el consumo de estas drogas entre sus ciudadanos, para deprimir su tránsito.
No lo hacen. No inhiben este consumo porque no quieren meterse con una enorme población de estadounidenses que las utilizan y que son al mismo tiempo sus votantes y ‘tax payers’.
No quieren solucionar el tema de la introducción de miles de armas a México, con algunas de las cuales se supone que dieron muerte a los estadounidenses en Matamoros, Tamaulipas y que hoy se presume por información obtenida que éstos cuatro no son ‘almas puras’ en eso de las drogas.
El presidente mexicano ha contestado a estas amenazas. Lo ha hecho también con amenazas. Los acusa de ‘mequetrefes’ y de intervencionistas. Dice que iniciará campañas entre mexicanos que viven en EUA para que no voten por los republicanos en las siguientes elecciones.
Como quiera que sea, urge arreglar estos diferendos para evitar un conflicto que rebase los límites del respeto entre naciones.
Nadie gana nada y sí se corre el riesgo de dañar la interrelación comercial entre las dos naciones, dañar la estabilidad nacional y, sobre todo…
Se daña la estancia de millones de mexicanos que trabajan fuerte y producen en territorio estadounidense, quienes cada año mandan millones de dólares como remesas y que, con esto, ayudan al desarrollo del país y evitan que la economía nacional mexicana colapse. En eso también tienen que pensar las dos partes, antes de toda confrontación, aun verbal.