El efecto mariposa también da brazadas. La caída del precio del barril del petróleo impedirá que Michael Phelps o cualquier otro portento acuático pueda cubrirse de oro en tierras mexicanas. La austeridad decretada por el Gobierno de Enrique Peña Nieto para hacer frente a la crisis del crudo ha hundido el Mundial de Natación que se iba a celebrar entre el 15 y el 30 de julio de 2017 en Guadalajara (Jalisco). La renuncia, decidida el pasado lunes tras semanas de vacilaciones, muestra la hondura de los recortes. El Mundial de Natación representaba, junto al regreso de la Fórmula 1, uno de los eventos deportivos más importantes programados durante este mandato presidencial. Con su caída, otros acontecimientos como elPreolímpico de Baloncesto, que iba a empezar en Monterrey en agosto, han entrado en zona de riesgo.
La petición de albergar el mundial fue hecha en 2011, bajo la presidencia de Felipe Calderón (2006-2012). El coste ronda los 100 millones de dólares. Hasta la fecha, las autoridades habían abonado cerca 10 millones, dos de ellos como fianza y el resto por los derechos del evento. En la previsión inicial, Guadalajara iba a ser sede de natación, saltos, sincronizada y polo; mientras que Puerto Vallarta albergaría aguas abiertas y saltos de altura.
La suspensión no ha sorprendido en el universo deportivo mexicano. Desde hace un año, las dudas sobre su organización han sido una constante. No sólo la Administración federal ha mostrado escaso interés en su desarrollo, sino que el Estado de Jalisco aún sufría el lastre de la deuda generada por los JuegosPanamericanos de 2011.
Hace tres semanas, la propia Federación Internacional de Natación (FINA) lanzó una advertencia a los organizadores por sus retrasos y exigió públicamente a México que antes del 10 de febrero constituyese un comité organizador y crease un fideicomiso para administrar los gastos. En caso de incumplir la petición, la FINA amenazaba con retirar el mundial de tierras mexicanas y dárselo a otro país con “condiciones y ganas”. La respuesta oficial ha llegado ahora.
La renuncia a un evento de esta magnitud, con el deterioro de imagen que implica, no es nueva en el panorama mexicano. En 2009, ya perdió la sede del premundial de baloncesto por no satisfacer los derechos de organización requeridos por la FIBA América. El motivo alegado entonces, al igual que ahora, fue la falta de recursos.
Con un monto de casi 9.000 millones de dólares (un 0,7% del PIB), el ajuste adoptado a finales de enero ha puesto en revisión un sinfín de programas. Aunque el grueso del tijeretazo recae sobre la petrolera pública Pemex, un 35% lo tiene que soportar la Administración federal. La idea de la Secretaría de Hacienda, dirigida por el todopoderoso Luis Videgaray, era evitar que el recorte afectase a programas políticamente explosivos como vivienda, universidad y lucha contra la pobreza. Junto al Mundial de Natación, han caído grandes obras de infraestructura como el tren rápido México-Querétaro, que iba a ser el primero de su tipo en Latinoamérica.
Tras la renuncia, la Comisión Nacional del Deporte intentó enviar un mensaje tranquilizador y señaló que la Federación Internacional de Natación había mostrado su comprensión con México y su apoyo a la decisión. La nueva sede aún no se había conocido hasta las 13.00 horas de la capital mexicana. La de este año está prevista en Kazán (Rusia) y para 2019 está programado en Gwangju (Corea del Sur).
Agencias