México: izquierda, López Obrador y locura brujular: Carlos Ramírez

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En 1950 el intelectual Daniel Bell fijó la idea del “fin de la ideología” con la victoria del Estado de bienestar sobre el materialismo capitalista. En 1989 el académico Francis Fukuyama cantó el fin de la historia por la derrota del socialismo estatista autoritario y la victoria del capitalismo de mercado. En el 2008 nadie se atrevió a considerar la idea del fin del neoliberalismo globalizador.

Detrás de cada crisis económica se localiza un agotamiento de las ideologías. Un análisis de Kiko Llaneras en El País del 18 de enero sobre las posiciones partidistas españolas al comenzar 2018 ilustra la nueva fase de crisis de las ideas-fuerza detrás de cada posicionamiento partidista: tres partidos se colocan a la derecha (PP, Ciudadanos y PSOE) y dos a la izquierda (Izquierda Unida y Podemos, ya como coalición Unidos Podemos). La diferencia en las encuestas de 9 puntos porcentuales promedio indica los reagrupamientos ideológicos, ya con el PSOE como un partido funcional al conservadurismo.

En México se ha presentado una experiencia nada extraña: el Partido Acción Nacional (PAN), de derecha, se ha aliado electoralmente al Partido de la Revolución Democrática (PRD), de origen socialista porque nació con el registro legal del Partido Comunista Mexicano pero derivado en partido populista por las corrientes progresistas del PRI que se salieron del partido para fundar el PRD.

En ambas experiencias, España y México, hay un pragmatismo que vale en el juego ideológico del poder, pero que debe responder también a alguna propuesta sólida. En los setentas el Partido Comunista Italiano logró el “compromiso histórico” con el Partido Demócrata Cristiano, pero el asesinato de Aldo Moro reventó la firma final. Por esos años, también hizo una alianza entre el Partido Socialista Francés y el Partido Comunista Francés lograron un “programa común”, el primero más en el centro-izquierda y el segundo en la izquierda comunista ortodoxa; la experiencia llevó a Mitterrand al poder, pero al final el país fue llevado al conservadurismo económico.

El problema no se localiza en las alianzas del pragmatismo derivado de la sumatoria de votos para alcanzar el poder, sino en el valor menguado de las ideologías. El socialismo europeo de los setentas fue una versión democrática del marxismo, en tanto que el socialismo iberoamericano fue una derivación del castrismo sovietizado.

La izquierda mexicana ha tenido dos veneros: el socialismo marxista del Manifiesto del Partido Comunista de Marx y el progresismo de la Revolución Mexicana de 1910. Los dos marcharon separados como vías de tren, pero muchas veces con alianzas políticas. El presidente Cárdenas, por ejemplo, introdujo el concepto de lucha de clases en la política del Estado, aunque con dos pragmatismos que pocos se atreven a criticar: el modelo económico de capitalismo monopolista de Estado con economía mixta aliada a los empresarios y la asunción de los obreros como masa y no como clase.

El peso ideológico de la Revolución Mexicana definió el pensamiento de izquierda dominante hasta 1992. Presidentes de derecha se asumieron como de izquierda y presidentes de izquierda optaron por la derecha. El Partido Comunista como único referente ideológico marxista cayó en el juego del pragmatismo. En los sesenta, el escritor y ensayista marxista José Revueltas examinó, desde la perspectiva leninista, al PCM y concluyó que no era el partido vanguardia de la clase obrera. A esas confusiones ideológicas las caracterizo como “locura brujular” o la aguja de una brújula ideológica señalando al norte pero enfilado al sur.

López Obrador es una muestra actual de la locura brujular: nació del priísmo progresista, ayudó a fundar el PRD-PCM, enarbola las banderas “populares” sin caracterizarlas de progresistas o socialistas, se salió del PRD para Fundar el Partido Movimiento por la Regeneración Nacional (Morena) y está amarrando alianzas con importantes empresarios. El objetivo central de López Obrador es terminar con la corrupción.

El PRD, a su vez, se asume como socialista y se alió al derechista PAN con el objetivo de buscar un “cambio de régimen”. Pero bien mirado, el concepto que tienen de régimen no lleva a una nueva definición ideológica, sino que se agota en la forma de gobierno: pasar de un régimen presidencialista centralizado a un régimen semi parlamentario. Es decir, se trata de una propuesta procedimental de administración de las instituciones de gobierno.

El problema de México, sin embargo, es otro: PIB promedio anual de 2.2%, 70% de las familias tienen el 37% del ingreso y el 10% de las familias más ricas tiene el 37% del ingreso, el 80% de los mexicanos padece alguna carencia social y sólo el 20% vive sin carencias ni restricciones, el salario mínimo por hora es de 55 centavos de dólar y lo tiene el 40% de los asalariados y la mitad de la mano de obra vive en la informalidad.

El objetivo de justicia de clase lo tenía la izquierda socialista. Pero esa izquierda se corrió al centro derecha y Morena y el PRD no alcanzan siquiera a definir metas socialdemócratas; su alcance máximo son programas asistencialistas de subsidio a la pobreza, sin modificar la estructura de distribución del ingreso y de la riqueza.

El PRI pasó del populismo (el neo cardenismo de Echeverría y López Portillo 1970-1982) al neoliberalismo de mercado 1983-2018. El viejo populismo asistencialista (pos cardenista, no neo) se refugió en el PRD y Morena. La izquierda socialista (de pensamiento marxista) se redistribuyó entre el PRI, PRD y Morena. El último comunista (Pablo Gómez Álvarez, líder de la juventud comunista en 1968) se unió a López Obrador y ahora es neo populista.

Lo que queda claro es que ya no hay locura brujular en la izquierda, sino que sencillamente ya no hay brújula.

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@carlosramirezh