Las principales transformaciones sociales de la humanidad, han sido producto de la necesidad inaplazable o del violento clamor por parte de sectores esenciales durante la época en que estas se han suscitado. Siendo la sociedad misma, el principal agente impulsor de cada una de ellas.
Estos grandes cambios sociales nunca han sido tersos ni fáciles de alcanzar. En su mayoría, topan con grandes resistencias por temor a los cambios. O bien, por la defensa a ultranza o la represión por parte de quienes representan diversos intereses personales, de grupo o del Estado mismo.
Pero sin espacio a dudas, las transformaciones sociales más relevantes de las últimas décadas han sido encauzadas o ampliamente apoyadas por mujeres. Siendo catalogados, a partir de ese amplio respaldo femenino, como movimientos feministas.
En palabras de Gabriela Cano Ortega, historiadora mexicana, el feminismo “es un conjunto de ideas que busca transformar convenciones sociales, prácticas culturales y hábitos mentales relativos a las relaciones sociales y a las representaciones culturales de género, así como un movimiento social que se propone influir en las instituciones del Estado, la legislación, las políticas públicas y el sistema económico.”
Los primeros antecedentes del feminismo en México, se remontan a la segunda mitad del siglo XIX. Y hoy, a principios de la segunda década del siglo XXI, el movimiento feminista mexicano se enfrenta a retos mayúsculos, como los de armonizar la igualdad de género, disminuir sustantivamente la discriminación, sancionar legal y penalmente la violencia doméstica, fomentar el acceso de las mujeres a estudios superiores y apertura de mayores posiciones laborales en sus campos de estudio.
¿Y cómo encarar en nuestra nación esos retos descomunales con la fortaleza necesaria y la mayor posibilidad de éxito? Efectivamente, unidas. En un grueso y amplio bloque de unidad, sin fisura capaz de destruirlo o derrumbarlo.
La mayor preocupación de la mujer de hoy, va acompañada diariamente del más grande temor que corroe todos los hogares de México: regresar a casa con vida. Regresar sin haber sido asaltada, golpeada, violada, denigrada, ofendida, acosada, discriminada, humillada.
Se les ha quitado tanto, que terminaron por quitarse el miedo sin restricciones ni ataduras. Se les ha lastimado tanto, que hoy exhiben su gran fortaleza como nunca antes. Se les ha ofendido tanto, que por eso sus palabras son eco estruendoso ante los oídos sordos de quienes debieran garantizar su integridad y derechos. Se les ha mentido tanto, que hoy sus voces lastiman a muchos con la verdad. Se les ha querido dejar de ver, cuando son los ciegos por voluntad propia quienes llevan la venda en los ojos. Se les ha dejado de querer tanto, que por eso nos recuerdan lo valiosas y necesarias que son en nuestra vida. Se les ha dejado de recordar tanto, que hoy tocan a nuestro corazón y conciencia.
En el marco del Día Internacional de la Mujer, el domingo 8 de marzo; en la Ciudad de México se registró la mayor marcha de mujeres, marcha ciudadana, que jamás antes se haya visto en ningún otro momento o suceso del acontecer nacional. Contrariando los equivocados pronósticos de fracaso entre quienes desconocen la historia y no han alcanzado a dimensionar la impresionante capacidad organizativa de las mujeres. Y apenas ayer, 9 de Marzo, paralizaron medio país de manera ordenada, coordinada y pacífica. Un par de días que fueron más allá de la histeria que se desato entre unos cuantos. Un par de días que hicieron historia y que habrán de quedar grabados para siempre en la memoria de todos.
La marcha del 8 de marzo no fue promovida ni realizada por mujeres conservadoras. Lo correcto a decir, es que fue realidad gracias a mujeres que desean conservar la vida. La marcha del domingo pasado no se debe a ningún grupo de mujeres liberales; fue gracias a mujeres que desean liberarse del maltrato y la violencia.
México, amanece a partir de hoy con voz y rostro de mujer. México, a partir de hoy, se reinterpreta social y políticamente. No entenderlo, sería una gran estupidez.