De nueva cuenta y sin corregir experiencias del pasado, México entra en la lógica del desconcierto ante elecciones presidenciales en los EE.UU. Ya había ocurrido en 1992 cuando el presidente Salinas de Gortari le apostó a George Bush padre y ganó Bill Clinton. Ahora el escenario es más incierto: Donald Trump o Hillary Clinton.
El asunto se ha estado enfocando mal. No se trata de adivinar quién será el próximo habitante de la Casa Blanca, sino de identificar el escenario económico, político y social y el estado de ánimo de los estadunidenses ante el fracaso de Barack Obama. Al final de cuentas los presidentes de los EE.UU. responden, mal que bien, a la lógica del establishment.
La estrategia mexicana debe ser otra: definir primero los intereses de México en los Estados Unidos, en el mundo y en la región y luego replantear nuestra política de seguridad nacional. Desde 1990 México ha estado ajustando su política exterior a las necesidades del imperio y ha ido abandonando zonas estratégicas.
Tradicionalmente, México había tenido una política exterior de intereses nacionales; se recuerda sólo la posición diplomática del presidente López Mateos ante la crisis con Cuba después del triunfo de la revolución castrista y su definición al socialismo luego del intento de invasión en Bahía de Cochinos impulsada por la CIA. México se negó a obedecer la consigna de la OEA de romper relaciones diplomáticas.
La confusión que existe en política exterior radica en la suposición de intereses comunes dentro del mercado norteamericano del tratado de comercio libre de 1993. Pero el tratado asume estrategias comerciales, no geopolíticas. Así, la tradicional política exterior nacionalista, activa y solidaria de México se disolvió en el tratado sin que nadie se lo pidiera y sobre todo a cambio de nada. De 1982 a la fecha, México dejó pasar la oportunidad de catapultarse desde el pivote comercial. Hoy México carece de una posición internacional, como se vio en las actitudes de desprecio del presidente Obama y del premier canadiense Trudeau en la reciente reunión en Canadá.
Lo que se ve en el escenario internacional indica el racismo tipo Trump o la visión imperial de Hillary; lo grave es la lista de decisiones de Trump si gana las elecciones, incluyendo la declaratoria de una guerra para obligar a pagar un murió fronterizo que se construiría por decisión estadounidense y dentro de territorio de los EE.UU., además de la revisión crítica del tratado comercial.
La política exterior es un instrumento no sólo de poder y de defensa de los intereses geopolíticos de las naciones, sino de fortalecimiento de la soberanía nacional y de cohesión de la comunidad nacional. Y por los tintes racistas de Trump y seguidores contra mexicanos en los EE.UU., México necesita más que nunca una política exterior bilateral no sólo activa sino dinámica que vaya más allá de la protección consular.
De la llegada de Nixon al poder en 1969 a la fecha (casi medio siglo), México ha sido tratado como un pariente pobre, inclusive en las relaciones comerciales que han ayudado a la economía estadunidense por un mercado nacional de más de cien millones de personas. Más aún, sin la droga mexicana los EE.UU. se hubieran desangrado en una guerra interna de consumidores.
O México endurece su política exterior a partir de intereses nacionales o Trump o Hillary nos van a atropellar nuevamente.
indicadorpolitico.mx
@carlosramirezh
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