A pesar de haberse involucrado de manera desordenada y sin estrategia en el proceso electoral estadunidense, la victoria de Donald Trump y el inicio de su gobierno el próximo 20 de enero representan para México un desafío de carácter histórico que lo orilla a replantear todo su futuro.
El problema no radica en resistir las decisiones estadunidenses de deportar a mexicanos ilegales en los EE.UU., o revisar las partes del Tratado de Comercio Libre o apretar más los tornillos de la seguridad en materia de crimen organizado o terrorismo. El asunto es más grave: Trump va a regresar a los EE.UU. del imperialismo dominador, sin tareas de responsabilidad geopolítica.
A México le afecta Trump en cuando menos tres agendas:
1.- La del desarrollo nacional. En cuando menos tres puntos habrá efecto por las amenazas de Trump de regresar migrantes y de revisar el Tratado: la incapacidad del crecimiento económico para atender a los mexicanos migrantes que van a regresar, la desglobalización con el regreso a los EE.UU. de empresas instaladas en México que generaban aquí actividad productiva y por tanto el aumento en la presión de la pobreza por la incapacidad productiva del desarrollo mexicano. El Tratado comenzó en 1994 y el PIB promedio anual desde entonces ha sido de 2.1%, cuando se necesita de un 6%.
2.- La de la vecindad subordinada. El tono de los discursos de Trump y el perfil político de sus principales colaboradores en el área de política exterior defensa, inteligencia y seguridad nacional han mostrado el riesgo de la superioridad. Primero serán las declaraciones, luego vendrán las quejas y terminará el ciclo imponiéndole a México criterios de seguridad que serán violatorios se la soberanía nacional.
3.- La de la geopolítica. El regreso al aislacionismo es apenas la máscara de un problema peor: la visión imperial dominante, comenzando, por ejemplo, con cobrarles la seguridad a los países europeos, en algo que ha sonado más a venta de protección. Trump desandará el deshielo de Obama con Cuba, mirará a América Latina con los ojos de la subordinación y decidirá estrategias diplomáticas en función de los intereses estadunidenses: los nuevos intereses de Trump en Rusia, el avance chino, la reorganización de Europa y el sobrecalentamiento del medio oriente serán parte de la agenda de la inestabilidad que obligará a los países medios y pequeños abandonados por la Casa Blanca a buscar sus propias negociaciones.
En el pasado, mal que bien, con pros y contras e inclusive a veces como maldición México tuvo atado su destino a los EE.UU. y a la buena o mala voluntad de sus gobernantes; México le apostó al mal inevitable: si a México le iba mal, sus problemas repercutirían en los EE.UU. Y si a los EE.UU. les iba mal, en algo mitigarían los efectos negativos en México. De ahí que de todos modos a México no le iría tan mal.
El primer aviso llegó con Reagan: México es el próximo Irán, le aconsejaron y la Casa Blanca lanzó todo su arsenal contra México para propiciar la alternancia al PRI. La estrategia dio frutos en el 2000 pero de nada le sirvió a Washington porque el problema no era de conducción política mexicana sino de las masas emproblemadas.
Más que Trump, el problema que le viene a México es el del abandono del protector tradicional. Y llegó la hora de construir una nación realmente soberana y no esperar a que los problemas mexicanos los resuelvan los estadunidenses.
indicadorpolitico.mx
@carlosramirezh