Si los cálculos se mantienen, la población no anglosajona en los EE.UU. será menor al 50% al terminar este siglo XXI, con una mayoría de casi la mitad de esa mitad de origen hispano, y de manera sobresaliente mexicana.
La migración por pobreza se ha convertido en una catástrofe humanitaria. Al comenzar la semana pasada, como cada año, una caravana de migrantes centroamericanos –con mayoría de hondureños– cruzó la frontera sur de México para enfilarse a cruzar todo el territorio para llegar a la frontera norte y solicitar asilo humanitario a los EE.UU. No eran muchos, poco más de mil, con más que se irían incorporando en el camino.
El presidente Trump montó en cólera, mandó un aviso severo a México y anuncio la movilización de la guardia nacional –no estrictamente el ejército, sino un cuerpo intermedio militarizado– para resguardar su frontera sur. El espectáculo no fue difícil de prever: de un lado, guardias nacionales con traje de faena militar; de otro, familias pobres y famélicas por escasa alimentación tratando de cruzar de manera legal o ilegal –a veces hasta corriendo para eludir las casetas fronterizas– para llegar a territorio estadunidense y lograr su incorporación al sueño americano.
De lograrlo, el sueño habrá de ser, en realidad, una pesadilla: marginación, pobreza, racismo, agresiones, trabajos esclavizados para más o menos irla pasando; una situación quizá similar a la de sus países, pero con apenas unos cuántos beneficios más: los hijos podrán estudiar y prepararse para entrarle al sistema productivo.
El gobierno mexicano no esperaba la movilización de la guardia nacional para militarizar la frontera; pero no debiera de extrañarle: desde 2007 los gobiernos mexicanos han movilizado al ejército para combatir a los cárteles del crimen organizado que han rebasado la capacidad de la seguridad pública. Los centroamericanos habían cruzado libremente la frontera sur mexicana porque no hay restricciones fronterizas sino puertas abiertas. Pero el problema es que cada día es más difícil cruzar a los EE. UU. y los migrantes extranjeros se quedan varados en las ciudades mexicanas fronterizas, con los problemas de aglomeración no controlada.
La pobreza centroamericana ha ido aumentado el asentamiento en México de población, no siempre con efectos positivos. En los últimos años se han detectado bandas criminales de colombianos y un tráfico de prostitución de venezolanas. Grupos criminales de Chile se han dedicado al secuestro. Y la mayoría de migrantes de Centroamérica que no lograr cruzar a los EE.UU. hacen verdaderas colonias irregulares en las ciudades mexicanas fronterizas. El último terremoto en Haití provocó un éxodo a los EE.UU., vía México, pero las restricciones fronterizas impidieron los asilos y cruces ilegales y ya existe una colonia haitiana en Tijuana, una de las ciudades más violentas por la aglomeración de personas y la delincuencia del narcotráfico.
La crisis de migración México-EE.UU. es grave. Si el tratado de comercio libre para América del Norte prometió el desarrollo para México, en los años de vigencia de ese acuerdo se han localizado a casi 12 millones de mexicanos que cruzaron ilegalmente a los EE.UU. por falta de bienestar. No es una cifra cualquiera: 3.5% de la población total de los EE.UU. Y todos con documentos ilegales, lo que los tiene en situación de criminalidad. Más de la mitad quiere legalizarse y la otra mitad prefiere el limbo ilegal. Pero paulatinamente la policía migratoria localiza a los ilegales, prueba la existencia de documentos falsificados y los deportan a México, independientemente de que se hayan asentado y su familia haya nacido ahí.
Con molestia, el gobierno del presidente Peña Nieto ordenó frenar la caravana centroamericana y disolverla, lo que no dio marcha atrás al asentamiento de guardia nacional en estaos fronterizos. El jueves 5 de abril el presidente Peña Nieto mandó un duro mensaje por televisión a Trump y le dijo que su “frustración” interna lo llevaba a endurecimientos migratorios. A pesar del nacionalismo encendido en México, en realidad a Trump no lo animan frustraciones internas –ha logrado casi todo lo que ha querido–, sino el fondo es una política migratoria racista que quiere mantener una mayoría anglosajona.
El problema es que México carece de desarrollo para aumentar el bienestar. La tasa de crecimiento promedio anual del PIB en los años del TCL –de 1994 al 2018– ha sido de 2% anual, cuando México necesita tasas de 6%-7% para dar empleo en el sector formal –con prestaciones sociales– sólo al millón de mexicanos que se incorpora cada año al trabajo. Los que no alcanzan empleo se van al empleo callejero ilegal o se fugan a los EE.UU.
En todo caso, la frustración ha sido la de los gobiernos mexicanos de 1994 a la fecha que no han sabido potenciar en desarrollo interno las supuestas bondades del Tratado. La militarización de Trump en su frontera sur busca inhibir el cruce ilegal de personas en busca del sueño americano. Ante la impotencia mexicana de un desarrollo mediocre, los gobiernos siempre han tenido a la mano la exaltación del nacionalismo contra sus vecinos estadunidenses. En lugar de reconocer el fracaso en desarrollo interno del Tratado, Peña Nieto se convirtió en segundos en el nacionalista defensor de la dignidad mexicana.,
Lo malo es que la dignidad sólo da posicionamiento mediático. México depende totalmente del tratado comercial con los EE.UU. Una suspensión de su vigencia provocaría una grave crisis mexicana porque perdería hasta 2 puntos del PIB, aumentaría la presión social del empleo y lanzaría a millones a trabajos no legales.
Los mensajes cruzados Trump-Peña Nieto son de artificio. Lo real es que México vive una crisis de desarrollo-desempleo-migración.