Miguel Ángel Sánchez de Armas
Lázaro Cárdenas nació en 1895, hace 115 años, en los días de Gutiérrez Nájera y de José Martí. Vio la aurora del maderismo y el ocaso estrepitoso del porfiriato. En la historia de México su vida se extiende desde la muerte de Salvador de Iturbide y Marzán, a lo largo de la guerra civil, los regímenes post revolucionarios, la contra revolución y la consolidación del moderno Estado mexicano. Pertenece a la más extraordinaria época de la historia de México, una que tiene en su nómina nombres como los de Calles, Obregón, Zapata, Villa, Alvarado, Ángeles, Vasconcelos, Caso, Siqueiros y muchos más que habrían sido gigantes en cualquier circunstancia. Una era de grandes cambios y de grandes hombres que fue el sendero que lleva del México semifeudal al México moderno.
Fue el tercero de los ocho hijos de Felícitas del Río Amezcua y Dámaso Cárdenas Pinedo, un comerciante de talante bohemio conocido por sus tertulias y su carácter generoso. El niño Lázaro estudió hasta el cuarto año de primaria en la escuela local bajo un maestro que le inculcó el amor al campo y a la patria y el respeto por los demás sin distinción de credo o raza. A los 13 años se colocó como meritorio en la Oficina de Rentas del pueblo y simultáneamente como aprendiz en una imprenta.
Cárdenas fue un hombre genial y primitivo cuya vida pública estuvo montada “no sobre el diamante de la inteligencia, sino en el macizo pilote del instinto”, según la dura apreciación de Daniel Cosío Villegas. Supo convertirse, “por instinto, por convicción, pero asimismo por habilidad política”, en la “conciencia de la Revolución Mexicana” y durante los 30 años posteriores a su salida del poder su prestigio fue en ascenso. De él, Arnaldo Córdoba dijo que “Desde cualquier ángulo que se le vea, Cárdenas es una criatura de la Revolución Mexicana, ideológica y políticamente”.
Dos décadas después de dejar la Presidencia de la República, en 1961, Cárdenas rememoraría: Yo no estuve en ninguna universidad. Cursé hasta el cuarto año de la escuela primaria en Jiquilpan. Pero mi aprendizaje lo realicé en la universidad del campo mexicano. Mi espíritu se templó en las enseñanzas que recibí del pueblo.
Ya desde entonces llamaba la atención por su carácter reservado y meditativo. Era, según observó el Embajador inglés en 1934, “un hombre de una imponente presencia, con un rostro alargado cual máscara y con los inescrutables ojos de obsidiana del indio”. A temprana edad albergaba grandes esperanzas: en un diario iniciado a mediados de 1911 consignó: “Creo que para algo nací […] Vivo siempre fijo en la idea de que he de conquistar fama. ¿De qué modo? No lo sé”. En 1913 inicia su vida militar al lado del general Guillermo García Aragón como encargado de la correspondencia y escribiente de su estado mayor. Como militar, es de convicciones firmes, leal a sí mismo, generoso e incluso compasivo. No sigue la práctica común de fusilar sin mayor trámite a todo prisionero. Abundan los testimonios de que se mantuvo ajeno a los excesos sanguinarios. En marzo de 1915 conoce a Plutarco Elías Calles y entre ambos militares nace una corriente de simpatía. El antiguo profesor de primaria, siempre a la búsqueda de discípulos, apoda “Chamaco” al teniente coronel necesitado de un reemplazo para su padre muerto. Calles habría de formar políticamente a Cárdenas y eventualmente le allanaría el camino a la presidencia de la República. Terminada la etapa armada de la Revolución, a mediados de 1920 regresa a Michoacán como jefe de operaciones militares y durante unos días es gobernador sustituto. Entre fines de 1921 y principios de 1925 ocupa las jefaturas militares del Istmo de Tehuantepec, del Bajío, de nuevo en Michoacán y finalmente en las Huastecas, en donde conocerá de primera mano el modus operandi de las empresas petroleras extranjeras instaladas en la región. A lo largo de estos años vio diversas acciones militares y fue herido de gravedad, salvando la vida gracias a su “buena estrella”.
Su patriotismo tenía raíces profundas fortalecidas en la ausencia de apetitos de poder y dinero. ¿Un Cincinato? Quizá. Pero sin duda un luchador eficaz e implacable. Y un sobreviviente. En la historia postrevolucionaria de México la figura de Lázaro Cárdenas tiene proporciones casi míticas: Cárdenas el revolucionario; Cárdenas el organizador de las instituciones del Estado corporativo mexicano; Cárdenas el perfeccionador de uno de los más exitosos sistemas políticos contemporáneos; Cárdenas el expropiador del petróleo; Cárdenas el centinela de la Revolución; Tata Lázaro, padre de los marginados y desprotegidos cuyo aniversario luctuoso es, hoy en día, una fiesta religiosa en pueblos de Michoacán.
Cárdenas, figura y memoria que polariza la visión y el juicio de biógrafos y estudiosos de todo el espectro político e ideológico. “General misionero”, lo santifica uno, mientras que otro lo critica por el juicio que demostró con la mediocridad de su gabinete, y alguno más lo ensalza como encarnación de una nueva categoría de fraternidad en el campo mexicano. Hay quien sostiene que Cárdenas es el verdadero autor del presidencialismo que caracterizará al sistema mexicano hasta el día de hoy y cuyo poder, más que constitucional, dependerá de la homogeneidad ideológica y partidaria. Rogelio Hernández escribió:
Más allá de las acciones particulares de su gobierno, Cárdenas se distingue por haber destruido los poderes extralegales y fortalecer las instituciones, en particular, la misma Presidencia. Cárdenas enfrentará a Calles con el poder de las organizaciones y del propio Estado y al eliminarlo de la política nacional también anulará todos los poderes que Calles había impulsado y sobre los que asentaba su influencia. Cárdenas, además de expulsarlo del país, destituyó a gobernadores, diputados y senadores y acabó con los pocos poderes locales que aún sobrevivían, como fueron los de Garrido Canabal y Saturnino Cedillo. Con estas medidas, Cárdenas establecerá el presidencialismo que caracterizaría al sistema mexicano hasta comenzar el siglo XXI.
Alejandro Gómez Arias, autonomista universitario y respetado analista que nació políticamente durante el vasconcelismo, nos da otra visión de la personalidad del General:
Al principio, la presencia de Cárdenas no se distingue por un genio político deslumbrante o sobrenatural […] sino por el cambio que proponía, el cual tenía orígenes muy diversos y donde el cardenismo era uno más de sus elementos, quizá el más importante. […] El cardenismo, que utilizó el término como imagen de afiliación, tenía razón en cuanto a que sus fines eran justos y convenientes para el país. […] Lo extraordinario de los últimos años del cardenismo es su notoria contradicción: Cárdenas, siendo una figura tan importante y con tanta claridad política, estaba rodeado por un grupo de hombres ciertamente improvisado y, en algún caso, oportunista […]. Daniel Cosío Villegas, el historiador y forjador de instituciones educativas:
Desde luego, siempre tuve la impresión de que toda tu vida pública estaba montada, no sobre el diamante de la inteligencia, sino en el macizo pilote del instinto. La causa de mi asombro es que se entiende que el instinto es una prenda predominantemente animal y la inteligencia predominantemente humana. Entonces, ¿cómo gobernar instintiva, animalmente una sociedad inteligente, humana? Gonzalo N. Santos, el cacique potosino que fue prototipo de los políticos “a la mexicana”:
Los cardenistas profesionales pintan a Cárdenas como un San Francisco de Asís. Pero eso es lo que menos tenía; no he conocido ningún político que sepa disimular mejor sus intenciones y sentimientos como el general Cárdenas; […] era un zorro.
No es fácil recuperar la esencia telúrica de un hombre que ha adquirido dimensiones epónimas. En el caso del general Cárdenas la dificultad se acrecienta por lo polifacético de su vida pública –y lo hermético de la privada- ya como militar, ya como gobernador de Michoacán, ya como Presidente de la República y a lo largo de los años como figura siempre presente en el México moderno… presente como una conciencia. De esta presencia, Enrique Krauze nos da una bella estampa:
En la casa de mis abuelos, el nombre de Lázaro Cárdenas tuvo siem-pre un prestigio mayor que el de cualquier otro presidente. […] En su vejez, todos recorda¬ban los episodios culminantes de aquel periodo -la expulsión de Calles, el reparto agrario, las movilizaciones obreras, la solidaridad con la República española, el estallido de la segunda guerra-, pero había uno que volvía repetidamente a las conversaciones de sobremesa: la expropiación petrolera. El discurso presidencial en la radio, las mar¬chas de apoyo, el aporte que todos los estratos sociales hicieron en Bellas Artes para el pago de la deuda, quedaron en la memoria fami¬liar como un acto de iniciación o, más precisamente, como una cere¬monia de filiación: un bautizo mexicano.
Cierto que Cárdenas se formó en la universidad de la vida, pero era un hombre de una clara y abierta inteligencia que reconoció y se cobijó en la influencia intelectual de otros, como su amigo, correligionario y mentor, el general Francisco Mújica, quien lo introdujo a autores como Marx, Le Bon y Mirabeau. Y si debió abandonar las aulas tan joven, durante el resto de su vida fue un lector voraz que fatigó las bibliotecas y bebió desde poesía hasta geografía, y particularmente la historia de México y de la Revolución francesa. Pero su rasgo sobresaliente, aquello que lo diferenció y le permitió llegar a la cumbre del poder político de su tiempo, fue una descomunal intuición política y una formidable capacidad para entrar en sintonía con la masa. Ello explica la permanencia, al día de hoy, de la figura de Tata Lázaro. Ningún otro político en la historia del México postrevolucionario se ha mantenido en el imaginario colectivo como el General. Sin embargo y quizá por razones parecidas pero en sentido inverso, el cardenismo trascendió como lema de la revolución mas no como doctrina para la construcción del país que soñaron los constituyentes de 1917.