El pasado viernes fue nuestra última clase de la Maestría en Derecho Judicial organizada por el Poder Judicial de Oaxaca y la Universidad de Perugia, Italia.
Han sido dos años, 16 materias y una estancia presencial en Europa de mucho estudio y muchas experiencias.
Cuando treinta juezas y jueces oaxaqueños iniciamos este posgrado, el comentario de pasillo cuestionaba su utilidad.
¿Para qué le serviría a los jueces de Oaxaca una maestría con profesores y buena parte del temario europeos?
¿Qué le podría aportar a los jueces en su trabajo diario un posgrado en una materia que no fuera exclusivamente sobre Derecho procesal o una rama específica de derecho sustantivo?
Estas eran las preguntas que resumían las críticas y las dudas.
Algunas de las materias fueron derecho judicial, historia de la codificación moderna, teoría de los derechos humanos, interpretación jurídica y derecho de la integración, argumentación jurídica y control constitucional, redacción y terminología judicial, derecho internacional de los derechos humanos, protección de datos personales, deontología judicial, derecho humanitario y penal internacional; derecho, ciencia y tecnología, y hermenéutica y valoración de la prueba.
Y entre todas ellas están las herramientas mínimas que todo juez debe tener para innovar en su trabajo, porque el reto y el compromiso es la innovación.
Tenemos 13 años con un nuevo paradigma de impartición de justicia en México, centrado en derechos humanos, y parece que han pasado sólo 13 meses.
No hemos entendido el papel del nuevo juez oaxaqueño, que es desde 2011 juez interamericano, como juez con el poder de inaplicar normas que sean contrarias a los derechos humanos.
Y no lo hacemos, no inaplicamos porque no tenemos metodología, porque no sabemos cómo hacerlo, cómo argumentarlo.
Nadie lo dice, nadie lo reconoce, pero es la realidad.
Y ahí hemos fallado todos, desde los poderes hasta el foro postulante.
Porque el secreto de todo cambio de paradigma no está en la públicación y entrada en vigor de las reformas constitucionales, sino en la capacitación.
Hoy mis compañeros y yo podemos ser mejores difusores de la cultura jurídica y de todo lo que implica ser juez.
Han quedado muy atrás los tiempos donde la ley se aplicaba a rajatabla, y hoy mismo el ius positivismo moderno admite matices y espacio para la necesaria labor interpretativa del juez.
Lo que los positivistas rechazan es el abuso en la interpretación y la ponderación, que aniquile la seguridad jurídica.
Pero el Derecho ya no es más, como nos lo enseñaron antes de 2011, “un conjunto de normas jurídicas”.
Hoy el Derecho pasó a ser un sistema de normas, principios y valores que los jueces interpretamos, ponderamos y aplicamos a la solución de casos específicos.
Hoy el juez ya no es sólo la boca de la ley.
Siempre que la ley no ofrezca en su texto solución exacta al caso concreto, debemos interpretar la más próximamente aplicable, relacionándola con otras que en muchos casos son jurisprudencias, o con principios generales del derecho.
Por eso hoy los jueces son verdaderos intelectuales de acuerdo con el parámetro que propuso Umberto Eco cuando dijo en una entrevista: “Pará mí un intelectual es alguien que produce nuevos conocimientos haciendo uso de su creatividad”.
Y hoy los jueces -está claro – creamos derecho.
Esta Maestría nos abrió las ventanas al mundo y nos mostró la materia prima de la justicia que es la dignidad humana.
Nos ha quedado claro que para ser buenos jueces -como escribió Jorge Malem debemos ser buenas personas; que por encima de todo y de todos están los derechos humanos; que la independencia y la imparcialidad son actitudes que dependen de nosotros mismos y nuestros códigos morales; que nuestro trabajo es eminentemente racional; que toda decisión debe ir acompañada de los fundamentos jurídicos y de los motivos por los que así se resolvió; que nuestras sentencias deben ser breves y entendibles para todos; y, entre varias otras cosas, que hay una serie de normas inderogables comunes a todos los sistemas jurídicos del mundo no teocrático y que son las normas del ius cogens.
Pero un posgrado no lo enseña todo, ni nos hace expertos o mejores juzgadores por el solo hecho de haberlo cursado.
Un posgrado es solo un cajón con varias madejas cuyas puntas tenemos que ir jalando con el paso de los días y los años.
Un posgrado sólo sirve para hacernos conscientes de que nunca dejamos de aprender y de que somos cada día más ignorantes.
Así como en la antigua Roma cuando los generales desfilaban victoriosos y un siervo tenía que caminar tras ellos repitiendo: “Respice post te! Hominem te esse memento! (Mira tras de ti! Recuerda que eres un hombre!)”, los posgrados -cuando se asumen en su justa dimensión- son un recordatorio permanente de que seguimos siendo ignorantes.
Vaya desde aquí un profundo agradecimiento a todos mis profesores y mi abrazo a mis compañeras y compañeros que pronto nos estaremos graduando.
*Magistrado de la Sala Constitucional y Cuarta Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca