Los debates presidenciales se instalaron en el sistema político mexicano en 1994 como una concesión de control democrático del régimen priista a una oposición que hasta ese momento sólo había vivido de concesiones institucionales. La confrontación entre candidatos presidenciales y el auge de las encuestas se han querido convertir en un placebo de la democracia inexistente.
El debate de ayer domingo 8 de abril fue percibido por Morena como un instrumento manipulable a una oposición que arribó a la víspera de las elecciones con una relación 60/30, pero en un escenario que no se ha podido ocultar: el oficialismo, mal que bien, mostró un liderazgo vertical sólido y en vigor de una cohesión entre todos los grupos.
En cambio, la oposición llegó fragmentada en un grupo dominante y varios grupos disidentes; la candidatura de Xóchitl Gálvez Ruiz no salió de una cohesión interna entre los partidos postulantes, tampoco se ha entendido con los dirigentes del PRI-PAN-PRD, responde más a una lógica anímica de la derecha clase media en proceso de pauperización y lumpenproletarización, tiene hilos con nudos de una derecha de funcionarios conservadores que encontraron huecos institucionales en los espacios de cesión del aparato del Estado en organismos autónomos y en ciertas corrientes populares sin conciencia de clase y normalmente proclives a la fascistización.
En esta desarticulación de la oposición deben buscarse y encontrarse las razones de las tendencias de votos que prácticamente todas las encuestas –más/menos márgenes de error y de manipulación– se han encontrado en una sociedad funcional al régimen en turno, desdeñosa del modelo histórico del populismo que sostiene el régimen mexicano de 1917 a 2024 –y más allá del universo– y dependiente de las decisiones y beneficios que pueda desparramar el sector público sobre una sociedad paradójicamente desclasada.
Esta percepción social se puede resumir como la crítica más severa contra el sistema mexicano de partidos: el PRI inventó el modelo de la dependencia social hacia el bienestar público, el PAN perdió de manera lamentable dos sexenios para cambiar la estructuración y clasificación de clases y la evidencia de su fracaso está en su actual complicidad con el PRI neoliberal y el PRD cardenista-poscardenista quedó atrapado en una izquierda hipócrita que fue fundada en varias etapas por el viejo PRI y que hoy se refleja en la personalidad de los dos Chuchos que regentean al partido del sol azteca.
La candidata opositora Gálvez Ruiz fundó sus esperanzas en buscar un golpe de timón en el debate, pero sin reconocer que su base electoral reconocida en las encuestas refleja la dispersión opositora, los intereses económicos y políticos de los dirigentes de los tres partidos y la falta de entendimiento con la abanderada que ha estado haciendo una campaña tapándose las narices para no oler la descomposición de los grupos que la promueven y que le debieran garantizar asistencia a las urnas.
El presidente López Obrador, en los hechos, hizo lo que han hecho todos los presidentes de la República del régimen priista: los priistas-populistas, los priistas-neoliberales, los panistas oportunistas en modo priista que gobernaron dos sexenios y los grupos dominantes de centro-ultraderecha que fueron prohijados por el modelo neoliberal salinista que rayó en la configuración fascista.
La candidata Xóchitl arribó al debate como candidata de sí misma, sin ninguna seriedad en su figura política y arrastrando todo tipo de perversiones sistémicas que le permitieron crecer dentro del régimen a sabiendas de que no llegaría más allá de una senaduría y en el camino se le aparecieron –o le hicieron aparecer– videos de sus propias inconsistencias e irregularidades, y su inexperiencia política nunca supo operar con eficacia el mecanismo de control de daños.
El alcance del razonamiento político de la candidata opositora fue muy corto en visión estratégica y de ahí la superficialidad de sus propuestas más personales que institucionales, en tanto que la candidata oficial Claudia Sheinbaum Pardo mostró lo que ha sido clave en candidaturas oficiales del PRI como estilo de poder: la construcción de una imagen de seriedad que llega a opacar sus propias inconsistencias, insuficiencias, dependencias y limitaciones de carácter en el ejercicio del poder.
Es decir, Sheinbaum apareció como presidenciable, en tanto que Xóchitl no pudo mostrar madurez personal, de imagen e institucional y no logró construir una estructura política del PRIANREDE que garantizara la funcionalidad y no se revolcara en el resentimiento.
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Política para dummies: la política a veces se quiere disfrazar de política, pero muestra el verdadero rostro de la política.
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