En su afán de demeritar toda acción gubernamental, sectores sociales tapizaron las redes sociales con mensajes basados en el argumento de que la recaptura de Joaquín El Chapo Guzmán Loera no era más que una cortina de humo para distraer la atención de la devaluación y la crisis.
Pero si se analiza la realidad con la frialdad necesaria, se tendrán datos de que el pánico por la devaluación afecta las expectativas de algunos medios porque su efecto positivo se ha notado en un aumento en las remesas porque pagan más pesos y un alza en las exportaciones.
La crisis de expectativas de la sociedad ha encontrado a medios de comunicación recalentados en el pánico social o en la exaltación de la circunstancias negativas menores, aunque con el costo de convertir a El Chapo en una especie de héroe existencial –la existencia que precede a la esencia– sólo porque le dio varias derrotas a la estrategia mediática del gobierno federal.
Mientras la sociedad se desgañita contra todo lo que tenga que ver con el presidente Peña Nieto, el PRI reconstruye su estructura de poder, la oposición se fragmenta hasta el punto de que sólo la alianza PAN-PRD puede disputarle algunas posiciones al PRI y las políticas editoriales magnifican las derrotas en seguridad porque generan ventas en una sociedad del pánico.
La victoria circunstancial que representó la recaptura con vida de El Chapo y su posible extradición a los Estados Unidos ayudará a la estrategia política oficial de catapultar realidades parciales para eludir reformas sistémicas. Y los partidos de oposición aparecen apabullados por sus propias contradicciones que han reafirmado la incapacidad de construirse en alternativas reales al PRI.
Ante el acoso social por nimiedades, las victorias pírricas del gobierno constituyen el –al parecer– escenario político único. La sociedad exigió la recaptura del El Chapo con el ánimo secreto de no detenerlo y construyó teorías conspirativas cuando se anunció la “misión cumplida” de arrestar con vida al capo. Y la opinión pública entró en una dinámica desgastante de disminuir los efectos políticos y de seguridad de esa acción.
Los debates aislados sobre temas pasionales –que en política y gobierno ya significan todas las acciones públicas– distraen de lo que se encuentra detrás de El Chapo Guzmán: la balcanización de la república por territorios soberanos del Estado en poder de los cárteles, la reconstrucción del PRI como maquinaria electoral que podría extender su dominio muchos sexenios más, la crisis en las estructuras económicas y productivas que con todo y reformas apenas alcanzará para una meta anual promedio de PIB de 2.5% cuando los problemas de empleo exigen cuando menos tasas anuales de 6%.
Y qué decir de la estructura electoral que ha sido destrozada por reformas ineficaces y que permiten la existencia de un Frankenstein llamado Instituto Federal Electoral con funcionarios ajenos a la realidad electoral nacional y con un presidente del organismo que insultó con discriminación a la comunidad indígena y sigue campante con el aval de los partidos.
Detrás de El Chapo se localiza la crisis de funcionamiento del proyecto nacional, del modelo de desarrollo y del sistema político, pero sociedad y gobierno se encuentran enfrascados en un tête à tête de sobrevivencia mutua y no al debate de la reconstrucción de México como república. Al final, parece que una buena parte de la sociedad está feliz con el circo, aunque ella como cirquera.
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