Marcos, el profeta armado, desarmado y ahora desterrado || Carlos Ramírez

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Siguiendo el método de Isaac Deutscher sobre Trotsky, la figura del subcomandante insurgente Marcos ha atravesado el ciclo de todo liderazgo sin destino práctico: el profeta armado el día de la insurrección, el profeta desarmado en las negociaciones de paz en la Catedral de San Cristóbal y el profeta desterrado después de la aprobación de la ley indígena en 2001.

 

El modelo también se basa en la parte de El Príncipe que pudiera considerarse la maldición de Machiavelli: la soledad de líder en medio de las multitudes de masas, y la conclusión de que “todos los profetas armados tuvieron aciertos, y se desgraciaron cuando estuvieron desarmados”.

 

En términos estrictos, la guerrilla zapatista duró sólo 10 días, aunque está cumpliendo 30 años de estar ordeñando la vaquita de una organización guerrillera con tropas, armas y hasta aquella dinamita que secuestró y que sigue desaparecida, pero sin ninguna posibilidad de pasar a la práctica porque su credibilidad depende precisamente de no usar las armas.

 

A 30 años de distancia, el país ya no se mueve el ritmo que le impuso el subcomandante insurgente Marcos durante 8 meses, porque la sociedad política mexicana ha tenido cambios estructurales continuados, mientras el EZLN sigue constante en su demanda no procesable y no presente en ninguna instancia de decisión legislativa del reconocimiento a su exigencia de ser asumidos como naciones indígenas, aunque, en los hechos, se hayan reconocido casi todos los derechos de la cultura social, política y cotidiana de las comunidades indígenas de Chiapas, aun aquellos que han tenido efecto conservadores.

 

de los municipios autónomos y permitió –de varias maneras– que la delincuencia, el crimen organizado y sobre todo el narcotráfico se asentará en el territorio zapatista.

 

El único camino de Marcos está en la posibilidad —remota pero valida— de pasar a la lucha formal, pero ya no como presunto ejército sino como organización política,

 

 

 

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Política para dummies: La política también es un campo de batalla guerrillera.

 

 

 

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