Como usted sabe, el presidente Felipe Calderón concurrió a la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II en su calidad de titular del Poder Ejecutivo Federal de México y, al hacerlo, ignoró cuando menos el mandato constitucional relativo a la separación de los asuntos del Estado y las iglesias.
Sabe también que en el comunicado CGCS-076 del15 de abril de 2011, la Presidencia de la República informaba que la suya sería “una Visita Oficial a la Santa Sede (mayúsculas en el original) y que el objeto sería “asistir el 1 de mayo próximo a la Ceremonia de Beatificación del Papa Juan Pablo II”.
Y sin duda se ha percatado de que El Estado Vaticano y la Iglesia Católica Romana son dos entidades de distinta naturaleza jurídica, ambas encabezadas por la misma persona, el papa.
Usted sabe que México tiene relaciones diplomáticas con el Vaticano y se entiende que los encuentros entre los dos jefes de Estado contribuyen a mejorarlas. Pero México no tiene relaciones con la Iglesia Católica Romana, ni podría tenerlas porque es una institución religiosa y el artículo 130 de la Constitución dice: “El principio histórico de la separación del Estado y las iglesias orienta las normas contenidas en el presente artículo. Las iglesias y demás agrupaciones religiosas [que funcionen en el territorio nacional] se sujetarán a la ley”.
El comunicado del 15 de abril confundió la participación del presidente en una ceremonia religiosa en Roma con un viaje oficial y con una ironía innecesaria aseguró que “Esta visita es congruente con los principios de laicidad del Estado mexicano y responde a los lazos de amistad y de cooperación existentes entre México y el Estado Vaticano”.
Los actos privados del presidente Felipe Calderón, sus creencias y los ritos en que participa no son objeto del debate público. Lo que se ha criticado es que asistiera, con su investidura y a título oficial, a una ceremonia religiosa.
El comunicado de la Presidencia dice que “la asistencia del Jefe del Ejecutivo (a la ceremonia de beatificación) refrenda la profunda cercanía de millones de mexicanos con la figura de Juan Pablo II y la especial vinculación que cultivó entre nuestro pueblo durante su pontificado”.
Pero esa apreciación no justifica que el presidente haya invitado al papa a que visite nuestro país a nombre “del pueblo mexicano”. Apenan los términos en que lo hizo: “Ellos –dijo al papa – lo necesitan más que nunca” debido a que “Estamos sufriendo por la violencia”.
Sí, estamos sufriendo por la violencia, pero el jefe de la Iglesia Católica no es una instancia válida para restablecer la paz interior en el país. El presidente de la República tampoco tiene facultades para pedir al jefe de otro Estado –El Vaticano– que intervenga, así sea con su presencia, en un asunto de orden estrictamente interno.
Sé que puedo ser visto como un jacobino trasnochado, pero no puede descartarse que Benedicto XVI acepte la invitación de Calderón y decide venir a México en “visita pastoral” en los próximos meses o tal vez en los primeros de 2012.
Esa visita tendría efectos directos en la política nacional, que también está bastante viciada por la violencia verbal que asumieron el gobierno y el PAN desde el inicio de la gestión del presidente Calderón.
En primer término los obispos y sacerdotes diseminados en el país se movilizarían para organizar la bienvenida a su pontífice. Organizarían actos religiosos masivos en la Basílica de Guadalupe, el papa desfilaría por las calles de la Ciudad de México y tal vez se visitaría algunas ciudades importantes o significativas.
Pero también se movilizaría el aparato oficial. El presidente recibiría al papa como “santo padre” y las estructuras del gobierno y del PAN se pondrían en operación para recibir al visitante y sus bendiciones, pero también para hacer una identificación entre la imagen del papa y el panismo. Es posible que hasta los cárteles del narcotráfico concedieran una tregua al gobierno por la visita papal, pues no dudo que todos o la mayoría de los narcos y sus sicarios sean católicos.
Como resultado de la visita, la balanza político-electoral se desplazaría hacia la derecha y nadie, ni Andrés Manuel López Obrador, se atrevería a denunciar la maniobra política. No sé cuántos votos ganaría el candidato presidencial del PAN –que por supuesto se postraría a los pies de Benedicto XVI– pero tengo la certeza de que una eventual visita del papa antes de las elecciones de 2012 tendría efectos político-electorales sustantivos y el PAN seguiría en la Presidencia de la República por seis años más “haiga sido como haiga sido”.
Después de la visita del presidente Echeverría al Vaticano para promover la Carta de Derechos y Deberes de los Estados, y de la misa oficiada por Juan Pablo II en Los Pinos en tiempos del presidente López Portillo, la laicidad del Estado Mexicano empezó a debilitarse. No es mía la observación, pero la comparto, de que la misión histórica de Juan Pablo II fue “liberar” a Europa del Este del Comunismo y “liberar” a México del priismo laico. Esa sería una razón suficiente para su rápida canonización.
Si la visita del presidente Calderón al Vaticano se agotó en sí misma y su mensaje a Benedicto XVI no fue más que un acto de cortesía, el asunto no debería preocuparnos. Pero si ese viaje fue el primer paso de una estrategia político-electoral, el problema apenas estaría empezando y es difícil imaginar cómo terminaría.